miércoles

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA ESTÉS



OCTOGESIMOSEXTA ENTREGA

CAPÍTULO 9

La vuelta a casa: El regreso a sí misma

La resecación y la lisiadura


Casi todas las depresiones, los tedios y las erráticas confusiones de una mujer se deben a una vida del alma fuertemente limitada en la que la innovación, los impulsos y la creación están restringidos o prohibidos. La fuerza creativa confiere a las mujeres un enorme impulso que las induce a actuar. No podemos pasar por alto la existencia de los numerosos robos e incapacitaciones del talento de las mujeres que se producen por medio de las restricciones y los castigos que la cultura impone a sus instintos naturales y salvajes.

Podemos escapar de esta situación siempre y cuando haya un río subterráneo o incluso un pequeño arroyo procedente de algún lugar del alma que vierta sus aguas en nuestra vida. Sin embargo, si una mujer que se encuentra "lejos de casa" cede todo el poder, se convertirá primero en una niebla, después en un vapor y finalmente en una simple brizna de su antiguo yo salvaje.

Todo este robo y ocultamiento del pellejo natural de la mujer y la consiguiente resecación y lisiadura de ésta me recuerdan un viejo cuento que circulaba entre los distintos sastres rurales de nuestra familia. Mi difunto tío Vilmos lo contó una vez para calmar y dar una lección a un enfurecido adulto de nuestra extensa familia que estaba tratando con excesiva severidad a un niño. Tío Vilmos tenía una paciencia y una ternura infinitas con las personas y los animales. Poseía el don natural de contar cuentos según la tradición mesemondók y era muy hábil en la aplicación de cuentos a modo de suave medicina.
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Un hombre fue a casa del sastre Szabó y se probó un traje. Mientras permanecía de pie delante del espejo se dio cuenta de que la parte inferior del chaleco era un poco desigual.
-Bueno, no se preocupe por eso -le dijo el sastre-. Sujete el extremo más corto con la mano izquierda y nadie se dará cuenta.
Mientras así lo hacía, el cliente se dio cuenta de que la solapa de la chaqueta se curvaba en lugar de estar plana.
-Ah, ¿eso? -dijo el sastre-. Eso no es nada. Doble un poco la cabeza y alísela con la barbilla.
El cliente así lo hizo y entonces vio que la costura interior de los pantalones era un poco corta y notó que la entrepierna le apretaba demasiado.
-Ah, no se preocupe por eso -dijo el sastre-. Tire de la costura hacia abajo con la mano derecha y todo le caerá perfecto.
El cliente accedió a hacerlo y se compró el traje. Al día siguiente se puso el nuevo traje, "modificándolo" con la ayuda de la mano y la barbilla. Mientras cruzaba el parque aplanándose la solapa con la barbilla, tirando con una mano del chaleco y sujetándose la entrepierna con la otra, dos ancianos que estaban jugando a las damas interrumpieron la partida al verle pasar renqueando por delante de ellos.
-¡M’Isten, Oh, Dios mío! -exclamó el primer hombre-. ¡Fíjate en este pobre tullido!
El segundo hombre reflexionó un instante y después dijo en un susurro:
-Igen, sí, lástima que esté tan lisiado, pero lo que yo quisiera saber... es de dónde habrá sacado un traje tan bonito.
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La reacción del primer anciano constituye la respuesta cultural habitual ante una mujer que ha conseguido adquirir una persona impecable, pero que está completamente tullida a causa del esfuerzo que tiene que hacer para mantenerla.


Bueno, sí, es una lisiada, pero mira qué buena pinta tiene, qué buena es y qué bien lo hace. Cuando estamos agostadas, caminamos renqueando para que parezca que lo tenemos todo controlado y que todo va bien. Tanto si lo que falta es la piel del alma como si lo que no encaja es la piel creada por la cultura, el hecho de procurar disimularlo nos convierte en unas tullidas. Y, cuando lo hacemos, la vida se reduce y pagamos un precio muy alto.

Cuando una mujer empieza a resecarse, le resulta cada vez más difícil comportarse de acuerdo con la saludable naturaleza salvaje. Las ideas, la creatividad, la propia vida prosperan en un ambiente húmedo. Las mujeres que se encuentran en este estado suelen soñar con el hombre oscuro: malhechores, merodeadores o violadores las amenazan, las secuestran, les roban y les hacen cosas mucho peores. A veces dichos sueños revisten un carácter traumático, pues proceden de una agresión auténtica. Pero con más frecuencia son sueños de mujeres que se están agostando, que no prestan los debidos cuidados a la faceta instintiva de sus vidas, que se roban a sí mismas, se privan de la función creativa y a veces no hacen el menor esfuerzo por echarse una mano e incluso procuran por todos los medios ignorar la llamada que les hacen para que regresen al agua.

A lo largo de mis años de práctica he visto a muchas mujeres resecas, algunas menos y otras más. Al mismo tiempo, estas mujeres me han contado muchos cuentos de animales heridos, que en los últimos diez años han aumentado considerablemente (tanto en los hombres como en las mujeres). Difícilmente podríamos pasar por alto el hecho de que el aumento de los sueños de animales heridos coincide con los destrozos de lo salvaje tanto en el interior como en el exterior de las personas.

En tales sueños la criatura -la liebre, el lagarto, el caballo, el oso, el toro, la ballena, etc.- está lisiada como el hombre del cuento del sastre, como la mujer foca. Aunque los sueños protagonizados por animales heridos se refieren a la situación de la psique instintiva femenina y a su relación con la naturaleza salvaje, también constituyen un reflejo de las profundas laceraciones del inconciente colectivo como consecuencia de la pérdida de la vida instintiva. Si la cultura prohíbe por el motivo que sea que las mujeres puedan llevar una vida sensata e integral, éstas tendrán sueños de animales heridos. Aunque la psique se esfuerce por todos los medios en limpiarse y fortalecerse con regularidad, todas las señales de azotes de "allí afuera" se reflejan en el inconciente de "aquí dentro" de tal forma que la soñadora sufre los efectos de la pérdida de sus vínculos personales con la Mujer Salvaje y también los de la pérdida de la relación del mundo con esta profunda naturaleza.

Por consiguiente, a veces no es sólo la mujer la que se reseca. A veces también se resquebrajan y se reducen a polvo algunos aspectos esenciales del propio microambiente -la familia o el lugar de trabajo por ejemplo- o la más vasta cultura circundante, y esta situación afecta y aflige a la mujer. Para que ésta pueda contribuir a enderezar los fallos, es necesario que regrese a su propia piel, a su sentido común instintivo y a su propio hogar.

Tal como ya hemos visto, no reconocemos nuestra situación hasta que nos convertimos en un ser semejante a la apurada mujer foca: sin piel, renqueando, casi sin jugo y medio ciega. Menos mal que la enorme vitalidad de la psique nos regala la presencia en el inconciente de un viejo que emerge a la superficie de nuestra conciencia y empieza a llamarnos incesantemente para que regresemos a nuestra verdadera naturaleza.

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