sábado

JUAN CARLOS ONETTI - JACOB Y EL OTRO (5)



IV. Cuenta el narrador (3)


Al día siguiente Orsini asistió al despertar del campeón, trajo las aspirinas y el agua caliente, oyó satisfecho las malas palabras de van Oppen bajo la ducha, escuchó con júbilo la transformación de los ruidos groseros en una versión casi submarina de “Yo tenía un camarada”. Como todos los hombres, había decidido mentir, mentirse a sí mismo y confiar. Organizó la mañana de van Oppen, la caminata a paso lento a través de la ciudad, con el enorme torso cubierto por la tricota de lana con la gran letra azul en el pecho, la C que significaba, para todo idioma y alfabeto concebible: Campeón Mundial de Lucha de Todos los Pesos. Lo acompañó a la rambla. Allí, para los pocos curiosos de las ocho de la mañana, reiteró una de las escenas de la vieja farsa. Se detuvo para quitarse el sombrero y enjugarse la frente, sonrió con la admirada sonrisa del buen perdedor y manoteó la espalda de Jacob van Oppen. 

-Qué hombre éste -murmuró para nadie; y su cabeza torcida, sus brazos vencidos, su boca ansiosa de aire repitieron para toda Santa María: qué hombre éste. 

Van Oppen continuó con la misma discreta velocidad, los hombros hacia el futuro, la mandíbula colgante, en dirección a la rambla; tomó después hacia la fábrica de conservas, costeando el asombro de pescadores, vagos, empleados del ferry; era demasiado grande para que alguien se atreviera a burlarse. 

Tal vez las burlas, nunca dichas en voz alta, rodearon todo el día al príncipe Orsini, a sus ropas, a sus modales, a su buena educación inadecuada. Pero él había apostado a ser feliz y sólo le era posible enterarse de las cosas agradables y buenas. En El Liberal, en el Berna y en el Plaza tuvo lo que él llamaría en el recuerdo conferencias de prensa; bebió y charló con curiosos y desocupados, contó anécdotas y atroces mentiras, exhibió una vez más los recortes de diarios amarillentos y quebradizos. Algún día, esto era indudable, las cosas habían sido así: van Oppen campeón del mundo, joven, con una tuerca irresistible, con viajes que no eran exilios, asediado por ofertas que podían ser rechazadas. Aunque pasadas de moda, desteñidas, ahí estaban las fotografías y las palabras de los diarios, tenaces en su aproximación a la ceniza, irrefutables. Nunca borracho, después de la cuarta o quinta copa, Orsini creía que los testimonios del pasado garantizaban el porvenir. No necesitaba ningún cambio personal para habitar cómodamente el imposible paraíso. Había nacido con cincuenta años de edad, cínico, bondadoso, amigo de la vida, partidario de que sucedieran cosas. El milagro sólo exigía la transformación de van Oppen, su regreso a los años anteriores a la guerra, al vientre hundido, a la piel brillante, a la esclerótica limpia en la mañana. 

Sí, la futura turca -una mujercita, con todo respeto, simpática y porfiada- había estado en El Liberal para formalizar el desafío. El jefe de Deportivas ya tenía fotos de Mario haciendo gimnasia; pero las fotografías costaron un discurso sobre la libertad de prensa, la democracia y la libre información. También sobre el patriotismo, contaba Deportivas:

-Y el turco nos hubiera roto la cabeza, a mí y al fotógrafo, a pesar de todo, si no interviene la novia y lo calma con dos palabras. Estuvieron cuchicheando en la trastienda y después salió el turco, no tan grande, creo, como van Oppen, pero mucho más bruto, más peligroso. Bueno, usted entiende de esto mejor que yo. 

-Entiendo -sonrió el príncipe-. Pobre muchacho. No es el primero -paseó su tristeza encima de las papas fritas y las aceitunas del Berna. 

-El hombre estaba furioso pero se aguantó y se puso los pantalones cortos de ir a pescar y se dedicó a hacer gimnasia al sol; toda la que Humberto, el fotógrafo, quiso o estuvo inventando, sólo por venganza y para desquitarse del susto que había pasado. Y todo el tiempo ella sentada en un barril, como si fuera la madre o la maestra, fumando, sin decir una palabra pero mirándolo. Y cuando uno piensa que ella no mide ni un metro cincuenta, ni pesa cuarenta kilos...

-Conozco a la señorita -asintió Orsini con nostalgia-. Y he visto tantos ejemplos... Ah, la personalidad es una cosa misteriosa; no sale de los músculos. 

-No era para publicar, claro -dijo Deportivas- ¿pero van a hacer el depósito? 

-¿El depósito? -el príncipe, piadoso, abrió las manos-. Esta tarde, mañana de mañana. Depende del Banco. ¿Le parece bien, mañana de mañana, en El Liberal? Será una buena propaganda, y gratis. Resistirle tres minutos a Jacob van Oppen... Como yo digo siempre -mostró las muelas doradas y llamó al mozo-: el deporte de un lado, el negocio del otro. Qué puede hacer uno, qué podemos hacer nosotros, si al final de esta gira de entrenamiento aparece de golpe un suicida. Y si además lo ayudan.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+