sábado

JUAN CARLOS ONETTI - JACOB Y EL OTRO (4)


CUARTA ENTREGA


III. Cuenta el narrador (2)

Bajaba la escalera sin encontrar gente para repartir sonrisas y sombrerazos, pero con la cara afable, en guardia. La mujer, que había esperado horas resuelta y sin impaciencia, hundida en un sillón de cuero del hall, no haciendo caso a las revistas de la mesita, fumando un cigarrillo tras otro, se puso de pie y lo enfrentó. El príncipe Orsini no tenía escapatoria y tampoco la buscaba. Escuchó el nombre, se quitó el sombrero y se inclinó rápidamente para besar la mano de la mujer. Pensaba qué favor podía hacerle y estaba dispuesto a hacerle el que pidiera. Era pequeña, intrépida y joven, muy morena y con la corta nariz en gancho, los ojos muy claros y fríos. “Judía o algo así”, pensó Orsini. “Está linda.” De inmediato el príncipe escuchó un lenguaje tan conciso que le resultaba casi incomprensible, casi inaudito. 

-El cartel ese en la plaza, los avisos en el diario. Quinientos pesos. Mi novio va a pelear con el campeón. Pero hoy o mañana, mañana es miércoles, ustedes tienen que depositar el dinero en el Banco o en El Liberal. 

-Signorina -el príncipe hizo una sonrisa y balanceó un gesto desolado-. ¿Luchar con el campeón? Usted se queda sin novio. Y lamentaría tanto que una señorita tan hermosa ... 

Pero ella, pequeña y más decidida ahora, sorteó sin esfuerzo la galantería quincuagenaria de Orsini. 

-Esta noche voy al Liberal para aceptar el desafío. Lo vi al campeón en misa. Está viejo. Necesitamos los quinientos pesos para casarnos. Mi novio tiene veinte años y yo veintidós. El es el dueño del almacén de Porfilio. Vaya y véalo. 

-Pero, señorita -dijo el príncipe aumentando la sonrisa-. Su novio, hombre feliz, si me permite, tiene veinte años. ¿Qué hizo hasta ahora? Comprar y vender. 

-También estuvo en el campo. 

-Oh, el campo -susurró extasiado el príncipe-. Pero el campeón dedicó toda su vida a eso, a la lucha. ¿Que tiene algunos años más que su novio? Completamente de acuerdo, señorita.

-Treinta, por lo menos -dijo ella sin necesidad de sonreír, confiada en la frialdad de sus ojos. Lo vi. 

-Pero se trata de años que dedicó a aprender cómo se rompen, sin esfuerzo, costillas, brazos, o cómo se saca suavemente, una clavícula de su lugar, cómo se descoloca una pierna. Y si usted tiene un novio sano de veinte años... 

-Usted hizo un desafío. Quinientos pesos por tres minutos. Esta noche voy al Liberal, señor...

-Príncipe Orsini -dijo el príncipe. 

Ella cabeceó, sin perder tiempo en la burla; era pequeña, hermosa y compacta, se había endurecido hasta el hierro. 

-Me alegro por Santa María -sonrió el príncipe con otra reverencia-. Será un gran espectáculo deportivo. ¿Pero usted, señorita, irá al diario en nombre de su novio? 

-Sí, me dio un papel. Vaya a verlo. Almacén Porfilio. Le dicen el turco. Pero es sirio. Tiene el documento. 

El príncipe comprendió que era inoportuno volver a besarle la mano. 

-Bueno -bromeó-, soltera y viuda. Desde el sábado. Un destino muy triste, señorita.Ella le dio la mano y caminó hacia la puerta del hotel. Era dura como una lanza, no tenía más que la gracia indispensable para que el príncipe continuara mirándola de espaldas. De pronto la mujer se detuvo y regresó. 

-Soltera no, porque con esos quinientos pesos nos casamos. Tampoco viuda, porque ese campeón está muy viejo. Es más grande que Mario, pero no puede con él. Yo lo vi. 

-De acuerdo. Usted lo vio salir de misa. Pero le aseguro que cuando la cosa empieza en serio, es una bestia; y le juro que conoce el oficio. Campeón del mundo y de todos los pesos, señorita. 

-Bueno -dijo ella con un repentino cansancio-. Ya le dije, almacén de Porfilio Hnos. Esta noche voy al Liberal; pero mañana me encuentra como siempre en el almacén.

-Señorita... -volvió a besarle la mano. 

Era evidente que la mujer buscaba un acuerdo. De modo que Orsini fue al restaurante y pidió un guiso con carne y pastas; luego, haciendo cuentas, chupando de su boquilla con anillo de oro, vigiló el sueño, los gruñidos y los movimientos de Jacob van Oppen. 

A punto de dormirse sobre el silencio de la plaza, se adjudicó veinticuatro horas de vacaciones. No era conveniente apresurar la visita al turco. Pensó además, mientras apagaba la luz e interpretaba los ronquidos del gigante: “Ya ha sufrido bastante, Señor, hemos sufrido; y no veo motivo para apresurarme.” 

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