domingo

ITALO CALVINO presenta a FELISBERTO HERNÁNDEZ


(prólogo a la edición italiana de Nadie encendía las lámparas / Einaudi 1974)

Las aventuras de un pianista sin un cobre, en quien el sentido de lo cómico transfigura la amargura de una vida amasada con derrotas, son el primer motivo del que cobran impulso los relatos del uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964). Alcanza con que él se ponga a narrar las pequeñas miserias de una existencia transcurrida entre las pequeñas orquestas de los cafés de Montevideo y las giras de conciertos en pueblos de provincia del Río de la Plata, para que sobre la página se agolpen gags, alucinaciones y metáforas en las que los objetos cobran vida como personas. Pero este es sólo su punto de partida. Lo que desencadena la fantasía de Felisberto Hernández son las invitaciones inesperadas que abren al tímido pianista las puertas de casas misteriosas, de quintas solitarias donde moran personajes ricos y excéntricos, mujeres llenas de secretos y neurosis. Una casona apartada, el infaltable piano, un señor dulcemente maniático y perverso, una joven ensoñadora o sonámbula, una matrona que celebra obsesivamente sus infortunios amorosos: se diría que los ingredientes del relato romántico a lo Hoffmann estuvieran aquí reunidos. Y no falta tampoco la muñeca que parece en todo y por todo una jovencita: es más, en el cuento Las Hortensias es una entera producción de muñecas rivales de las mujeres verdaderas (parientes de la "esposa de Gogol" según Landolfi) que un fabricante seductor construye para alimentar las fantasías de un estrambótico coleccionista, y que desencadenan celos conyugales y turbios dramas. Pero cualquier referencia posible a una imaginación nórdica es inmediatamente disuelta por la atmósfera de estas tardes en las que se toma lentamente el mate sentados en el patio o se está en un café viendo un avestruz ñandú pasar entre las mesas. Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a ninguno: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latino-americanos, es un "irregular" que escapa a toda clasificación y encasillamiento pero se presenta como inconfundible con sólo abrir la página. Sus relatos más típicos son aquellos que gravitan sobre una puesta en escena complicada, un ritual espectacular que se desenvuelve en el secreto de un ambiente señorial: un patio inundado sobre el cual flotan velas encendidas; un teatrito de muñecas grandes como mujeres dispuestas en poses enigmáticas; una galería oscura en la cual se deben reconocer al tacto los objetos que provocan asociaciones de imágenes y de pensamientos. Si el juego consiste en adivinar la trama representada por la escena de las muñecas, o en reconocer que es lo que está posado sobre la mesa de la galería oscura, lo que cuenta para la emoción de los participantes no son tanto estas adivinanzas inocentes como los incidentes casuales, los ruidos que se superponen, las premoniciones que asoman a la conciencia

La asociación de ideas no es sólo el juego predilecto de los personajes de Felisberto, es la pasión dominante y declarada del autor y también es el procedimiento con el cual estos relatos se van construyendo, enlazando un motivo con el otro como en una composición musical. Y se diría que las experiencias más usuales de la vida cotidiana pusieran en marcha las más imprevisibles zarabandas mentales, mientras caprichos y manías que exigen una complicada premeditación y una elaborada coreografía no apuntan a otra cosa que a evocar olvidadas sensaciones elementales. Felisberto está siempre persiguiendo una analogía que ha asomado por un instante en el rincón más a trasmano de sus circuitos cerebrales, una imagen que preanuncia la correspondencia de otra imagen pocas páginas más adelante, una aproximación incongruente que le sirve para captar una sensación muy precisa; y para alcanzarlas debe aventurarse sobre pasarelas tendidas en el vacío. De la tensión entre una imaginación muy concreta, que sabe siempre lo que quiere y la palabra que consecuentemente la sigue a tientas, nace una sugestión comparable a la de los cuadros de un pintor "naif".

 Con esto, no queremos aceptar sin más como acertada una clasificación de Felisberto como "escritor dominical", autodidacta y fuera de circuito, que probablemente no es verdadera. Un surrealismo suyo, un proustismo suyo, un psicoanálisis suyo debieron con todo haber sido los puntos de referencia de su larga búsqueda de medios expresivos. (Y él también había hecho, como todo literato del Río de la Plata que se respetara, su buena estadía en París). Este modo propio de dar espacio a una representación en el interior de la representación, de disponer en el interior del relato juegos extraños cuyas reglas establece cada vez, es la solución que él encuentra para dar una estructura narrativa clásica al automatismo casi onírico de su imaginación. 

 La expresión de la condición física de los objetos y de las personas es lo que más sorprende en su escritura. Una cama destendida, por ejemplo: "sus barras niqueladas me hacían pensar en una joven loca que se entregase a cualquiera". O la cabellera de una muchacha: "Ahora mostraba toda la masa del pelo; en un remolino de las ondas se le veía un poco de la piel, y yo recordé a una gallinas que el viento le había revuelto las plumas y se le veía la carne". U otra muchacha que está por ponerse a recitar una poesía: "su actitud hacía oscilar mis pensamientos entre el infinito y el estornudo".

 Las sensaciones provocan ecos visuales que siguen resonando en la mente. "El teatro donde yo daba los conciertos también tenía poca gente y yo había invadido el silencio: yo lo veía agrandarse en la gran tapa negra del piano. Al silencio le gustaba escuchar la música; oía hasta la última resonancia y después se quedaba pensando en lo que había escuchado. Sus opiniones tardaban. Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música: pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones". Una misteriosa correlación se establece entre la imagen de un piano y la de un gato negro; aquí es sólo una metáfora, mientras en otro cuento se materializa en un gag casi chaplinesco de un gato que atraviesa el escenario.

Este tomo (su primera -creo- traducción en otro idioma) presenta la casi totalidad de los relatos de la madurez de Felisberto (publicados entre 1947 y 1960) con los que el autor llegó a conquistar un lugar propio entre los cultores del "cuento fantástico" hispanoamericano. Completa el tomo un texto que quedó inconcluso a la muerte del autor, Tierras de la memoria, que pertenece a otra vertiente de su obra: la "literatura de la memoria", la reevocación del Montevideo de antaño, los recuerdos de sus primeras lecciones de piano. En la forma en que nos llegó, quizás todavía como esbozo, este texto nos da adecuadamente el sentido del trabajo de Felisberto tendiente a representar los mínimos movimientos psicológicos a través de desdoblamientos del Yo: como en las páginas sobre las primeras emociones sensuales, sobre el aprendizaje musical, o sobre una sesión en el dentista.
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1 comentario:

liliana dijo...

Excelente, Montevideano, un lujo el prólogo de Calvino, una lectura sensible e inteligente sobre la obra del memorable Felisberto. Me encantó y se los quiero agradecer.

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