jueves

EL PODER Y LA GLORIA - GRAHAM GREENE

TRIGESIMOPRIMERA ENTREGA
                            

SEGUNDA PARTE


II (3)

-¡Ah! Tiene usted suerte. La mía ha muerto. -Su mano avanzaba como maquinalmente hacia la botella y la cogió-. A veces la echo de menos. La llamaba “mi amiguita”. -Inclinó la botella-. ¿Con su permiso?

-Desde luego, Excelencia -contestó el otro, desesperado, sorbiendo un gran trago de aguardiente.

-Yo también tengo madre -terció el mendigo.

-¿A quién le interesa? -replicó el primo del gobernador con sequedad. Echose hacia atrás y crujió la cama. Continuó-: A menudo he creído que una madre es mejor amigo que un padre. Su influencia se dirige a la paz, a la bondad, a la caridad... Siempre llevo flores a su tumba el día del aniversario de su muerte.

El hombre vestido de dril contuvo cortésmente un hipo:

-Ah, si también yo pudiera...

-¿Pero, no dijo usted que su madre vivía?

-Creí que hablaba usted de su abuela.

-¿Cómo había de hablar? Si no recuerdo a mi abuela.

-Yo tampoco.

-Yo si -dijo el mendigo.

El primo del gobernador exclamó:

-Usted habla demasiado.

-Acaso, podría yo mandar que me envolvieran este vino... En beneficio de Vuecencia es mejor que no me vean...

-Aguarde, aguarde. No hay prisa. Aquí es usted muy bien venido. Todo lo de este cuarto está a su disposición. Tome un vaso de vino.

-Creo que aguardiente...

-Entonces con su permiso... -Inclinó la botella. Un poco de su contenido salpicó las sábanas-.

¿De qué estábamos hablando?

-De nuestras abuelas.

-No creo que fuera de eso. Ni siquiera recuerdo a la mía. Lo más antiguo que puedo recordar...

Se abrió la puerta. El gerente avisó:

-El jefe de Policía está subiendo la escalera.

-Excelente. Hágalo entrar.

-¿Está usted seguro?

-Desde luego. Es un buen camarada. -Y dirigiéndose a los otros-: Pero en el billar no se puede uno fiar de él.

Un hombre corpulento y animoso con camiseta fina, pantalones blancos y pistolera apareció en la puerta. El primo del gobernador le invitó:

-Pase, pase. ¿Cómo va su dolor de muelas? Estábamos hablando de nuestras abuelas. -Al mendigo le ordenó, bruscamente–: Haga sitio al jefe.

Éste permanecía en el umbral observándolos con profunda perplejidad. Dijo:

-Bien, bien...

-Celebrábamos una pequeña fiesta particular. ¿Quiere ser de los nuestros? Sería un honor.

La cara del jefe se iluminó de pronto a la vista del vino.

-Desde luego; un poco de “cerveza” nunca cae mal.

-Está bien. Dele un vaso de “cerveza” al jefe.

El mendigo llenó de vino su propio vaso y se lo ofreció. El jefe tomó asiento en la cama y vació el vaso; después él mismo cogió la botella. Opinó:

-Es una buena cerveza. Muy buena cerveza. ¿Es ésta la única botella?

El hombre vestido de dril le observaba con ansiedad impotente.

-Lo siento; es la única botella.

-¡Salud!

-¿Y de qué hablábamos? -preguntó el primo del gobernador.

-Sobre la cosa más lejana que usted recuerda.

-Lo más antiguo que puedo recordar... -empezó el jefe, reflexivo-. ¿Pero este caballero no bebe?

-Tomaré un poco de aguardiente.

-¡Salud!

-¡Salud!

-Lo primero que puedo recordar con alguna claridad es mi primera comunión. ¡Ah, la emoción del alma! Mis padres rodeándome...

-¿Cuántos padres tenía usted?

-Dos, por supuesto.

-Entonces no pudieron rodearlo; hubiera usted necesitado lo menos cuatro... ¡Ja, ja!

-¡Salud!

-¡Salud!

-No, pero como iba diciendo, la vida tiene estas ironías. Fue un deber penoso contemplar el fusilamiento del cura que me dio la comunión; un anciano. No me avergüenza decir que lloré. El consuelo está en que será un santo probablemente y rogará por nosotros. No todos pueden ganarse las oraciones de un santo.

-¡Salud!

El hombre vestido de dril exclamó:

-¿Un vaso de aguardiente, jefe?

-Queda tan poco en esta botella que si me lo permite...

-Tenía deseos de guardar un poco para mi madre.

-¡Oh, una gota como ésta...! Sería un insulto llevarle esto. Las puras heces. -Vació la botella en su vaso y ahogó la risa-. Si puede decirse que la cerveza tiene heces... –Y se detuvo sosteniendo la botella sobre el vaso, con asombro-. ¡Hombre! ¡Cómo! ¿Está usted llorando?

Los tres miraron al del traje de dril con la boca entreabierta. Éste dijo:

-Siempre me hace este efecto... el aguardiente. Perdónenme, caballeros. He bebido con mucha despreocupación y además ya veo...

-¿Qué ve?

-Oh, no lo sé... toda la esperanza del mundo disipándose.

-¡Hombre! Usted es poeta.

El mendigo dijo:

-Un poeta es el alma de un país.

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