sábado

LAS VOCES DEL DESIERTO - MARLO MORGAN


TRIGESIMOCUARTA ENTREGA

24.

ARCHIVOS PARA LA HISTORIA (2)

Más tarde, ese mismo día, en el pasaje del Cómputo del Tiempo, aprendería que los aborígenes son los inventores de la pintura con pulverizador. De acuerdo con su honda preocupación por el medio ambiente, ellos no utilizan productos químicos tóxicos; se han negado a cambiar con los tiempos, así que sus métodos de hoy son los mismos que en el año 1000. Pintaron una zona de la pared de un intenso tono rojo con los dedos y un pincel de pelo animal. Unas horas después, cuando ya se había secado, me explicaron cómo debía mezclar pintura blanca con arcilla cretácea, agua y aceite de lagarto. Preparamos la mezcla sobre un trozo de corteza aplanada. Cuando conseguimos la consistencia adecuada, doblaron la corteza hasta convertirla en un embudo y yo me metí la pintura en la boca. Tuve una extraña sensación en la lengua, pero apenas noté sabor. A continuación coloqué la mano sobre la pared roja y empecé a escupir la pintura alrededor de mis dedos. Finalmente levanté la mano salpicada y dejé la marca de la Mutante sobre la pared sagrada. No habría recibido más alto honor aunque hubieran colocado un vaciado en yeso de mi rostro en el techo de la Capilla Sixtina.

Me pasé un día entero estudiando los datos de la pared: quién gobernaba en Inglaterra, el momento en que se introdujo el cambio de la moneda, la primera vez que habían visto un coche, un avión, el primer reactor, los satélites que sobrevolaban Australia, los eclipses, incluso lo que parecía un platillo volante con unos Mutantes que tenían un aspecto más mutante que yo… Algunas de las cosas que me contaron las habían presenciado los anteriores guardianes del tiempo y de la memoria, pero los observadores enviados a las áreas civilizadas habían sido los transmisores de otros acontecimientos.

Antes solían enviar a los jóvenes, pero se dieron cuenta de que era una tarea demasiado dura para ellos. Los jóvenes se dejaban impresionar fácilmente por la promesa de ser dueños de una furgoneta de reparto, comer helados cada día y tener acceso a las maravillas del mundo industrializado. Los adultos eran más maduros y reconocían la atracción de aquel imán, pero no sucumbían a él. Sin embargo, jamás se retenía a nadie en la familia tribal contra su voluntad; periódicamente regresaba uno de sus miembros perdidos. A Outa lo habían separado de su madre al nacer, una práctica común y legal en el pasado. Para convertir a los paganos y salvar sus almas, se internaba a los niños aborígenes en instituciones y se les prohibía aprender sus diferentes lenguas nativas y practicar sus ritos sagrados. Outa permaneció retenido en la ciudad durante dieciséis años hasta que decidió huir en busca de sus raíces.

Todos reímos cuando Outa nos contó las situaciones creadas por el gobierno, que entregaba viviendas a los aborígenes. Estos dormían en el jardín y utilizaban la casa como almacén. Conocí entonces lo que ellos consideran un regalo. Según mis compañeros de la tribu, un regalo sólo es un regalo cuando le das a una persona lo que ella desea, y deja de serlo cuando das lo que tú deseas que tenga. Un regalo no obliga a nada. Se da sin condiciones. Las personas que lo reciben tienen derecho a hacer con él lo que quieran: usarlo, destruirlo, regalarlo, lo que sea. Es suyo, sin condiciones, y el que lo da no espera nada a cambio. Si no se corresponde con estos criterios, no es un regalo y debería clasificarse de alguna otra manera. Tuve que admitir que los regalos del gobierno, y desgraciadamente la mayoría de las cosas que en mi sociedad se considerarían regalos, se veían de un modo diferente en la tribu. Pero también recordaba a algunas personas de mi país que hacían regalos constantemente y ni siquiera eran conscientes de ello. Son personas que te ofrecen palabras de aliento, que comparten sus anécdotas contigo, que ofrecen a los demás un hombro en que apoyarse o que, simplemente, son amigos que no te fallan jamás.

La sabiduría de mis compañeros de viaje era una fuente constante de asombro para mí. De ser ellos los dirigentes del mundo, qué diferentes serían nuestras relaciones…

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