PRIMERA PARTE: ¿QUÉ ES LA SOMBRA?
1. EL GRAN SACO QUE TODOS ARRASTRAMOS (1)
Robert Bly
Conocido ensayista, traductor y poeta que ha recibido el Premio Nacional de Poesía por su libro The Light Around the Body. Entre sus numerosas obras cabe destacar: Loving a Woman in Two Worlds, News of the Universe; Poems of Twofold Conciousness; A Little Book on the Human Shadow y Iron John: A Book About of Men. Afincado en Minnesota, Bly suele escribir sobre mitología masculina y dirige seminarios para hombres a lo largo y a lo ancho de todo el país.
La antigua tradición gnóstica afirma que nosotros no inventamos las cosas sino que simplemente las recordamos. En mi opinión, los investigadores europeos más relevantes del lado oscuro son Robert Louis Stevenson, Joseph Conrad y Carl G. Jung, de modo que recurriré a algunas de sus ideas y las sazonaré con otras procedentes de mi propia cosecha.
Comencemos hablando de la sombra personal. A los dos o tres años de edad todo nuestro psiquismo irradia energía y disponemos de lo que bien podríamos denominar una personalidad de 360º. Un niño corriendo, por ejemplo, es una esfera pletórica de energía. Un buen día, sin embargo, escuchamos a nuestros padres diciendo cosas tales como: “¿Puedes estarte quieto de una vez?” o “¡Deja de fastidiar a tu hermano!” y descubrimos atónitos que les molestan ciertos aspectos de nuestra personalidad. Entonces, para seguir siendo merecedores de su amor comenzamos a arrojar todas aquellas facetas de nuestra personalidad que les desagradan en un saco invisible que todos llevamos con nosotros. Cuando comenzamos a ir a la escuela ese fardo ya es considerablemente grande. Entonces llegan los maestros y nos dicen: “Los niños buenos no se enfadan por esas pequeñeces” de modo que amordazamos también nuestra ira y la echamos en el saco. Recuerdo que cuando mi hermano y yo teníamos doce años vivíamos en Madison, Minnesota, donde se nos conocía con el apodo de “los bondadosos Bly”, un epíteto que revela muy claramente lo abarrotados que se hallaban nuestros sacos.
En la escuela secundaria nuestro lastre sigue creciendo. La paranoia que sienten los adolescentes respecto de los adultos es inexacta pues ahora ya no son sólo estos últimos quienes nos oprimen sino también nuestros mismos compañeros. Recuerdo que durante mi estancia en el instituto me dediqué a intentar emular a los jugadores de baloncesto y todo lo que no coincidía con esa imagen ideal iba a parar al saco. En la actualidad mis hijos están atravesando ese proceso y ha he visto a mis hijas, algo mayores, pasar por él. Resulta desalentador percatarse de la extraordinaria cantidad de cosas que van echando en su saco pero ni su madre ni yo podemos hacer nada para evitarlo. Mis hijas, por ejemplo, sufren tantos agravios de sus compañeras como de sus compañeros y sus decisiones parecen estar dictadas por la moda o por ciertas imágenes colectivas sobre la belleza.
Somos una esfera de energía que va menguando con el correr del tiempo y al llegar a los veinte años no queda de ella más que una magra rebanada. Imaginemos a un hombre de unos veinticuatro años cuya esfera ha enflaquecido hasta el punto de convertirse en una escuálida loncha de energía (el resto está en la bolsa). Ese par de lonchas -que ni siquiera juntas llegan a constituir una persona completa- se unen en una ceremonia denominada matrimonio. No es de extrañar, por tanto, que la luna de miel suponga el descubrimiento de nuestra propia soledad. A pesar de ello, mentimos al respecto y cuando nos preguntan: “¿Qué tal ha sido la luna de miel?” no dudamos en responder automáticamente: “¡Extraordinaria!”.
Cada cultura llena su saco con contenidos diferentes. El cristianismo, por ejemplo, suele despojarse de la sexualidad pero con ello también terminando arrojando necesariamente al saco la espontaneidad. Marie-Louise Von Franz nos advierte del peligro que implica la creencia romántica de que el bulto que arrastran los individuos de culturas primitivas es más ligero que el nuestro. Pero en su opinión esta conclusión es errónea porque los sacos de todos los seres humanos tienen aproximadamente las mismas dimensiones. Este tipo de culturas, por ejemplo, echa en el saco la individualidad y la creatividad. La participation mystique o la “misteriosa mente grupal” de la que hablan los antropólogos quizás pueda parecernos fascinante desde cierto punto de vista ero no debemos olvidar que en ese estadio evolutivo cada uno de los miembros de la tribu sabe exactamente lo mismo que cualquiera de sus semejantes.
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