lunes

ENCUENTRO CON LA SOMBRA (El poder del lado oscuro de la naturaleza humana)

DUODÉCIMA ENTREGA


PRIMERA PARTE: ¿QUÉ ES LA SOMBRA?


1. EL GRAN SACO QUE TODOS ARRASTRAMOS (3)


Robert Bly

Dejemos de lado ahora estas diferencias entre la cultura balinesa y la norteamericana y centrémonos en la analogía que nos proporciona un proyector de cine. Supongamos que miniaturizamos ciertas partes de nosotros mismos, las laminamos, las metemos en una lata y las guardamos en la oscuridad. Luego cierta noche -siempre de noche- mientras vamos conduciendo descubrimos la imagen de un hombre y de una mujer en una enorme pantalla al aire libre. La figura es tan grande que no podemos apartar los ojos de ella y decidimos aparcar y contemplar el espectáculo. De esta manera, mientras las imágenes permanecen recluidas en la oscuridad de una lata y no son más que figuras impresas en una delgada película tienen una leve y macilenta existencia diurna pero cuando se prende cierta luz detrás de nuestras cabezas aparecen en la pantalla unas figuras de aspecto fantasmal que encienden cigarrillos y desenfundan amenazadoramente sus pistolas. Se trata de figuras doblemente ocultas ya que no han tenido oportunidad de “desarrollarse” plenamente y han permanecido ocultas en la oscuridad de una lata. Nuestros psiquismos son proyectores naturales y cuando se activan de la manera adecuada se despliega en el exterior la imagen que durante tantos años habíamos guardado en la oscuridad. De este modo, por ejemplo, la ira que hemos almacenado durante veinte años puede terminar revelándose el día menos pensado en el rostro de la esposa, una mujer puede descubrir cada noche a un héroe en su marido o, como sucede con Nora en Casa de Muñecas, darse cuenta súbitamente de que su esposo es un tirano.

Hace poco encontré mis antiguos diarios y elegí uno al azar fechado en 1956. Recuerdo que durante ese año estuve tratando de escribir un poema sobre la figura del hombre de negocios y también recuerdo que la historia del rey Midas andaba rondando por mi cabeza. En mi poema decía que al hombre de negocios le ocurre lo que a Midas -que transforma en dinero todo lo que toca- y que a ello se debe, en cierto modo, su avidez. Recordé a los hombres de negocios que conocía y al tiempo que pasé criticándolos. Pero a medida que leía descubrí conmocionado que todo aquello no era más que una proyección de mi propia película. En aquel tiempo apenas sí podía comer. Cualquier alimento que me ofreciera un amigo, una mujer o un niño, se convertía en metal al entrar en contacto con mi boca. ¿Es clara la imagen? Nadie puede comer o beber metal. Midas era pues una buena imagen de lo que me estaba ocurriendo. Pero mi Midas interior estaba enrollado en una lata y, por ello, cada noche quedaba fascinado por los insensatos y perversos hombres de negocios que aparecían en mi pantalla grande. Un par de años después escribí un libro, que nadie quiso publicar, titulado Poems for the Ascension of J.P. Morgan, en el que cada uno de los poemas dedicados a los hombres de negocios iba acompañado de un anuncio sacado de algún periódico o alguna revista. Casi todo el libro era una proyección. Veamos un poema, titulado “Inquietud”, escrito en aquella época:

Una extraña desazón conmueve las naciones.
Es la última danza, la furiosa agitación del mar de Morgan.
El reparto del botín.
Una lasitud que penetra en los diamantes del cuerpo.
La rebelión se inicia en la secundaria.
Y, cuando la lucha finaliza,
Y la tierra y el mar han sido desolados,
El niño se halla medio muerto.
Entonces dos figuras salen y se alejan de nosotros.
Pero el simio silba sobre la costa de la muerte
Trepando y descendiendo, removiendo nueces y piedras,
Brincando en el árbol
Cuyas ramas sostienen la expansión del frío.
Los planetas giran, y lo mismo el negro sol,
El canto de los insectos y los diminutos esclavos
Encerrados en las prisiones de su corteza.
¡Carlomagno, nos estamos aproximando a tus islas!
Luego, retornamos a los árboles nevados,
Y la profunda oscuridad
Queda sepultada bajo la nieve
Sobre la que cabalgas toda la noche
Con las manos entumecidas.
Cae la oscuridad
En la que dormimos y nos despertamos,
Una oscuridad en la que tiritan los ladrones
Y los locos hambrientos de nieve,
Una oscuridad donde los banqueros tienen pesadillas
En las que son sepultados bajo rocas de azabache
Y los empresarios permanecen arrodillados
En el calabozo de sus sueños.

Hace aproximadamente cinco años volví a pensar en ese poema. ¿Por qué había elegido a los banqueros y a los hombres de negocios? ¿Con qué otra palabra definiría a un “banquero”? “Alguien que tiene gran capacidad organizadora.” Pero yo soy un buen organizador. ¿Y cómo definiría en un “empresario”? “Alguien con el rostro tenso.” Entonces fue cuando reconocí mi imagen en el espejo del poema. Veamos cómo quedo ese pasaje después de haberlo reelaborado:

…Una oscuridad en la que tiritan los ladrones
Y los locos hambrientos de nieve.
En la que los buenos organizadores huyen de su pesadilla de quedar sepultados bajo rocas de azabache
Y los hombres de rostro tenso como yo permanecen arrodillados en los calabozos de sus sueños

Ahora, cuando en una fiesta alguien me dice -como pidiendo disculpas- que es agente de bolsa me siento de otra manera y me digo “Mira, algo interno está activándose en mí” y siento deseos de abrazarle.

Pero la proyección -como señala sabiamente Marie-Luise Von Franz en algún lugar- también constituye un mecanismo extraordinario. “¿Por qué tendemos a valorar negativamente la proyección?” -pregunta- “Entre los junguianos decirle a alguien ‘estás proyectando’ se ha convertido en una acusación. Pero hay proyecciones que son útiles e incluso adecuadas”. Yo sabía que me estaba matando a mí mismo pero ese conocimiento no podía pasar directamente del saco a la mente consciente sino que debía atravesar primero el mundo. Por ello me decía: “¡Qué malvados son los hombres de negocios!”. Marie-Louise Von Franz nos recuerda que si no podemos proyectar tampoco podemos conectar con el mundo. En ocasiones las mujeres se quejan de que los hombres suelan proyectar sus aspectos femeninos ideales sobre una mujer. Pero si no lo hicieran ¿cómo podría abandonar la casa materna o su habitación el estudiante? El problema no radica tanto en el hecho de proyectar sino en el tiempo que permanecemos proyectando.

Sin embargo, la proyección sin contacto personal es peligrosa. Miles, e incluso diría que millones de varones norteamericanos, proyectaron sus aspectos femeninos sobre la figura de Marilyn Monroe. Pero cuando un millón de personas se comportan de ese modo es muy probable que la persona que es objeto de proyección termine muriendo, como realmente ocurrió en este caso ya que las proyecciones sin contacto personal pueden causar mucho daño a la persona que las recibe.

También podríamos decir que el mismo deseo de poder de Marilyn Monroe -originado en algún trauma infantil- atraía esas proyecciones. Con la aparición de los medios de comunicación de masas el proceso de proyección e invocación directo, tan sutil en las culturas tribales, deja de funcionar. Es por ello que la muerte de Marilyn Monroe fue inevitable y, quizás incluso, hasta beneficiosa para la economía de su psiquismo. Ningún ser humano puede soportar tantas proyecciones -es decir, tanta inconsciencia- y seguir vivo. Por ello resulta tan extraordinariamente importante que cada uno de nosotros asuma su propia responsabilidad.

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