Empecemos por un lugar común. La mayoría de los autores, y Porchia es más un autor que un escritor, esconden su vida en su obra. En realidad en esta frase hay dos lugares comunes en vez de uno. El tópico que distingue al autor del escritor, en el que los franceses han abundado a conciencia, y el más universal del autor que instintivamente se oculta en su obra. Claro que algunos incluso lo hacen conscientemente. Y no importa que esa obra sean libros de poemas, relatos o incluso novelas, por limitarnos a la literatura, o a una concepción tópica de la literatura. La vida de Porchia está en sus Voces, “mis Voces es casi una biografía”, dijo en una ocasión, y Porchia, más que en cualquier aproximación que pudiéramos intentar a su vida, y hay algunas soberbias, de las que tal vez luego hablemos, está en sus Voces reunidas. Es decir, en todas sus Voces hasta la fecha. Porque parece ser que sigue habiendo voces desperdigadas por el mundo, que su autor iba dejando caer acá o allá al capricho de su humor, o de su amor. Y digámoslo ya sin más dilación, esta espléndida edición de sus Voces reunidas viene a saldar nuestra incomprensible deuda editorial con una de las voces, valga aquí la redundancia, un procedimiento expresivo que no desdeñaría Porchia por cierto, más originales y sugerentes del pasado siglo. Porque de Porchia sólo conocíamos hasta la fecha sus Voces abandonadas (Pre-Textos, 1992). A no ser que posean ustedes alguna de las ediciones de Voces que hiciera Hachette en Buenos Aires, 1ª edición en 1943. La que yo poseo, un precioso regalo, es la decimoquinta, de 1982. Está dedicada a Roger Caillois, y empieza así: “Situado en alguna nebulosa lejana hago lo que hago, para que el universal equilibrio de que soy parte no pierda el equilibrio”. Estas Voces de Hachette están incluidas naturalmente en las Voces reunidas que hoy celebramos. Una edición magníficamente preparada por Daniel González Dueñas, Alejandro Toledo, y Ángel Ros, tres profundos conocedores de la obra de Porchia, que viene acompañada por un cd con una selección de Voces leídas por el propio Porchia, además de una completísima bibliografía y un emocionante apéndice fotográfico, por no hablar del prólogo y el epílogo de los editores. En una palabra, una edición integral en toda regla, como reza por lo demás en la cubierta del libro. Después de leerlo sabrán ya quién fue Porchia, y quién es Antonio Porchia. Y si todavía no se ha agotado su curiosidad, les aconsejo que visiten la página http://www.antonioporchia.com.ar. Preparada también por Ángel Ros, ofrece, además de varias ediciones de las Voces (texto íntegro) su biografía, imágenes, testimonios, y algunas agradables sorpresas más.
Y ahora hablemos de las Voces. O, mejor aun, dejemos que hablen las Voces. ¿Son aforismos? ¿son sentencias? ¿máximas? ¿cohetes, como diría Baudelaire? Son todo eso, y no son nada de eso. “Jamás digan que escribo aforismos. Me sentiría humillado”. Sus Voces son literalmente eso, voces, siempre fulgurantes, destellos súbitos de pensamientos imposibles, un catálogo inmenso de figuras inverosímiles, silogismos ilógicos, negaciones que afirman y afirmaciones que niegan. Todo eso podrían ser o no ser. Porque el proceso de elaboración de una Voz no era, lo sabemos por su autor, un proceso intelectual. La Voz respondía a una experiencia vivida, íntima, un sentimiento, una emoción, la voz se iba formando espontáneamente poco a poco, o de golpe, emergía, tomaba forma, se articulaba. O bien se esfumaba para volver años después, ya crecida, pero todavía ingenua, inocente, cabal. Dicho en palabras de Caillois, que traduciría sus Voces y las daría a conocer en Francia, “esos pensamientos no son ideas, y escasamente son pensamientos; no revelan lógica ni psicología, sino más bien metafísica, y una metafísica donde hay que adivinar más bien que comprender”. Roberto Juarroz, posiblemente quien más haya hecho por la difusión de las Voces de Porchia, dijo de él en una ocasión: “Era un individuo con la disponibilidad para pensar lo que, según parece, no necesita ser pensado”. Y ¿qué es lo que no necesita ser pensado? ¿Lo superfluo? Seguramente, tal vez porque “solo lo superfluo es necesario” (esta Voz no es de Porchia, ¿es un eco de alguna voz de Porchia?).
Estas sí son de Porchia: La seriedad es un rasgo de la niñez que en algunos hombres perdura (683) Para elevarse es necesario elevarse, pero es necesario también que haya altura. (542) A veces lo que deseo y lo que no deseo se hacen tantas concesiones que llegan a parecerse (514) La vida duraría más si las cosas de la vida no durasen tanto (852) Lo que haces no es lo que crees que haces (271) Quien ama sabiendo por qué ama, no ama (277) Estar en compañía no es estar con alguien, sino estar en alguien (1122) Hay fuegos que desde lejos dan calor y desde cerca frío (624)
Son voces al azar, como recomendaba Borges leer las Voces de Antonio Porchia: En un momento de duda, alguien abre el volumen al azar… Y así es Porchia.
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