SEPTUAGÉSIMA ENTREGA
CAPÍTULO 8
El instinto de conservación:
La identificación de las trampas, las jaulas y los cebos envenenados
La mujer fiera (5)
Las trampas
Trampa 2: La anciana reseca, la fuerza de la senescencia
En la interpretación de los sueños y de los cuentos de hadas, quienquiera que posea el "transmisor de actitudes", es decir, el carruaje dorado, es el principal valor que pesa sobre la psique, empujándola hacia delante, obligándola a seguir la dirección que a él le interesa. En este caso, los valores de la anciana propietaria del carruaje empiezan a empujar a la psique.
En la psicología junguiana clásica, la figura arquetípica del anciano se denomina a veces la fuerza "senex". En latín, senex significa "anciano". Más concretamente y sin distinción de sexos, el símbolo de los ancianos se puede interpretar como la fuerza senescente: una fuerza que actúa en la forma que es propia de los ancianos (1). En los cuentos de hadas esta fuerza senescente está simbolizada por una persona anciana que a menudo se representa de una forma desequilibrada para dar a entender que el proceso psíquico de la persona también está desarrollando un comportamiento desequilibrado. Idealmente una anciana simboliza la dignidad, la capacidad de aconsejar, la sabiduría, el conocimiento de la propia persona, la tradición, la definición de los límites y la experiencia, con una buena dosis de malhumorada, envidiosa, deslenguada y coquetuela desfachatez para redondear la cosa.
Sin embargo, cuando la anciana de un cuento de hadas utiliza estos atributos negativamente, tal como ocurre en "Las zapatillas rojas" se nos advierte de antemano de que ciertos aspectos de la psique que deberían conservarse templados están a punto de quedarse congelados en el tiempo. Algo que normalmente es vibrante en el interior de la psique está a punto de ser rígidamente aplanado, de recibir una azotaina y de ser distorsionado hasta el extremo de resultar irreconocible.
Cuando la niña sube al carruaje dorado de la anciana y entra posteriormente en su casa, está atrapada con tanta certeza como si deliberadamente hubiera introducido la mano en un cepo. Tal como vemos en el cuento, el hecho de ser acogida por la anciana, en lugar de dignificar la nueva actitud, hace que la actitud senescente destruya la innovación. En lugar de convertirse en la mentora de su protegida, la anciana intentará calcificarla. La anciana de este cuento no es una sabia sino que más bien se dedica a repetir un solo valor, sin experimentar nada nuevo.
A través de todas las escenas de la iglesia, vemos que el único valor que se tiene en cuenta es el de que la opinión de la colectividad es más importante que cualquier otra cosa y ha de eclipsar las necesidades del alma salvaje individual.
Se suele considerar una colectividad la cultura (2) que rodea a un individuo, cosa que efectivamente es así, si bien la definición de Jung era "los muchos comparados con el uno". Todos recibimos la influencia de muchas colectividades, tanto de los grupos a los que pertenecemos como de aquellos de los que no somos miembros.
Tanto si son de carácter educativo como si son de carácter espiritual, económico, laboral, familiar o de otra clase, las colectividades que nos rodean reparten grandes recompensas y castigos no sólo entre sus miembros sino también entre los que no lo son, y tratan de ejercer influencia y de controlar toda suerte de cosas, desde nuestros pensamientos hasta nuestra elección de los amantes o de la actividad laboral. También es posible que desprecien o nos disuadan de entregarnos a las actividades que no están de acuerdo con sus preferencias.
En este cuento, la anciana es el símbolo del rígido guardián de la tradición colectiva, un agente que veía por el cumplimiento del statu quo, del "pórtate bien; no provoques perturbaciones; no pienses demasiado; no se te vayan a ocurrir grandes proyectos; procura pasar desapercibida; sé una copia de papel carbón; sé amable; contesta que sí aunque algo no te guste, no encaje, no tenga el tamaño adecuado y duela". Y así sucesivamente.
El hecho de seguir un sistema de valores tan apagado provoca una enorme pérdida de la conexión del alma. Cualesquiera que sean las asociaciones o las influencias de la colectividad, nuestro desafío en nombre del alma salvaje y de nuestro espíritu creativo es el de no mezclarnos con ninguna colectividad sino distinguirnos de aquellos que nos rodean y construir puentes que puedan volver a unirnos a ellos cuando nos apetezca. Nosotras tenemos que decidir qué puentes deberán ser fuertes y estar bien transitados y qué otros puentes deberán mantenerse vacíos e incompletos. Y las colectividades con las que nos relacionemos deberán ser las que ofrezcan el máximo apoyo a nuestra alma y nuestra vida creativa.
La mujer que trabaja en una universidad pertenece a una colectividad académica. No deberá fundirse con cualquier cosa que le ofrezca el ambiente de dicha colectividad, sino añadirle su propio sabor especial. Como criatura integral, a menos que haya creado en su vida otras fuerzas capaces de impedirlo, no puede permitirse el lujo de convertirse en un tipo de persona desequilibrada e irritable, de "hago mi trabajo, me voy a casa, vuelvo... ". Cuando una mujer intenta formar parte de una asociación, organización o familia que desdeña examinarla por dentro para ver de qué está hecha, que no pregunta "¿Qué induce a esta persona a correr?" y que no se esfuerza en absoluto en plantearle retos o en animarla en toda la medida de sus posibilidades, su capacidad de prosperar y crear disminuye considerablemente. Cuanto más duras son las circunstancias, tanto más se siente exiliada en unos desolados yermos en los que nada puede crecer.
El hecho de apartar su vida y su mente de la aplanada forma de pensar colectiva y de desarrollar sus singulares talentos frena los logros más importantes que una mujer puede alcanzar, pues semejantes actos impiden que tanto el alma como la psique se deslicen hacia la esclavitud. Una cultura que promueve auténticamente el desarrollo individual jamás convertirá en esclavo a ningún grupo o sexo.
Pero la niña del cuento acepta los resecos valores de la anciana. Entonces se convierte en una fiera que pasa del estado natural a la cautividad. Muy pronto será arrojada al yermo de los diabólicos zapatos rojos, pero sin la ayuda de su innata intuición e incapaz por tanto de percibir los peligros.
Si nos apartamos de nuestras vidas auténticas y apasionadas y subimos al carruaje dorado de la reseca anciana, adoptamos de hecho la persona y las ambiciones de la vieja y frágil perfeccionista. Después, como todas las criaturas cautivas, caemos en la tristeza que conduce a un anhelo obsesivo, calificada a menudo en mi profesión como "la inquietud sin nombre". A continuación, corremos el riesgo de apoderarnos de lo primero que promete devolvernos la vida.
Es importante mantener los ojos abiertos y sopesar cuidadosamente los ofrecimientos de una existencia más fácil y un camino sin dificultades, sobre todo si, a cambio, se nos pide que arrojemos nuestra personal alegría creativa a una pira crematoria en lugar de encender nuestra propia hoguera.
Notas
(1) De la raíz latina sen, que significa "viejo", proceden los vocablos afines, señora, señor, senado y senil.
(2) Hay culturas internas y externas. Ambas se comportan de manera muy parecida
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