TRIGESIMOTERCERA ENTREGA
CAPÍTULO DÉCIMO
EL DUELO (1)
Syme y sus compañeros se sentaron a una mesa. Los ojos azules de Syme parecían brillar como el mar. Pidió, con alegre impaciencia, una botella de Saumur. Se encontraba en un singular estado de hilaridad. Su ánimo, ya excitable de suyo, se excitó más con el Saumur, y a la media hora su charla era un torrente de disparates. Ahora pretendía estar trazando el plan de la conversación que iba a tener con el fatal Marqués. Hizo unos apuntes con lápiz: una especie de catecismo con preguntas y respuestas, que iba recitando con extraordinaria fluidez.
-Me acercaré. Antes de quitarle el sombrero, me quitaré el mío. Diré: "¿El Marqués de San Eustaquio, si no me equivoco?". Él dirá: "¿El célebre Mr. Syme, supongo?". Y añadirá en excelente francés: "Comment allez-vous?". A lo cual yo contestaré: "¡Oh, siempre el mismo Syme!" *
-Basta -dijo el de las gafas-. Modérese usted y tire ese papel. ¿Qué se propone usted hacer realmente? Syme, patéticamente:
-¿Pero no es encantador mi catecismo? Permítanme ustedes que lo lea. Sólo tiene cuarenta y tres preguntas y respuestas, y algunas respuestas del Marqués son ingeniosísimas: hay que hacer justicia al enemigo.
-Pero ¿a qué conduce todo eso? -preguntó el Dr. Bull, impaciente.
-A mi desafío. ¿No se da usted cuenta? -dijo Syme, radiante-. Cuando el Marqués ha dado la respuesta número treinta y nueve, que a la letra dice...
-¿Y no le ha pasado a usted por la cabeza -dijo el Profesor con una sencillez admirable- que bien pudiera el Marqués no repetir todas las cuarenta y tres respuestas que usted ha previsto para él? Porque, en tal caso, los epigramas que usted le dirija tendrán que resultar un tanto forzados.
Syme dio un puñetazo en la mesa, deslumbrado.
-¡Pues es verdad! Y a mí que no se me había ocurrido! Caballero, tiene usted una inteligencia no común, usted llegará...
-Está usted más ebrio que una lechuza -dijo el Doctor.
-No hay más remedio -continuó Syme, sin hacer hacer caso- que adoptar otro método para romper el hielo, si se me permite expresarme así, entre mi persona y ese hombre a quien quiero matar. Y puesto que las peripecias de un diálogo no pueden ser previstas por una sola de las partes (como usted con tan recóndita sutileza, ha tenido a bien observarlo) a esta parte no le queda más, me parece, que desempeñar por sí misma, hasta donde sea posible, todo el diálogo. ¡Y así ha de ser, voto a San Jorge!
Y se levantó. La brisa marina hacía vibrar sus amarillos cabellos.
* Oh, just the Syme-. The same -el mismo, y the syme- el Syme, tienen, en el Inglés popular de Londres, una pronunciación parecida. (N. del T.)
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