viernes

PEDRO PÁRAMO - JUAN RULFO (1917 – 1986)


TRIGESIMOPRIMERA ENTREGA

Pardeando la tarde, aparecieron los hombres. Venían encarabinados y terciados de carrilleras. Eran cerca de veinte. Pedro Páramo los invitó a cenar. Y ellos, sin quitarse el  sombrero, se acomodaron a la mesa y esperaron callados. Sólo se les oyó sorber el  chocolate cuando les trajeron el chocolate, y masticar tortilla tras tortilla cuando les  arrimaron los frijoles.

Pedro Páramo los miraba. No se le hacían caras conocidas. Detrasito de él, en la  sombra, aguardaba el Tilcuate.

-Patrones -les dijo cuando vio que acababan de comer-, ¿en qué más puedo servirlos?

-¿Usted es el dueño de esto? -preguntó uno abanicando la mano.

Pero otro lo interrumpió diciendo:

-¡Aquí yo soy el que hablo!

-Bien. ¿Qué se les ofrece? -volvió a preguntar Pedro Páramo.

-Como usté ve, nos hemos levantado en armas.

-¿Y?

-Y pos eso es todo. ¿Le parece poco?

-¿Pero por qué lo han hecho?

-Pos porque otros lo han hecho también. ¿No lo sabe usté? Aguárdenos tantito a que  nos lleguen instrucciones y entonces le averiguaremos la causa. Por lo pronto ya estamos aquí.

-Yo sé la causa -dijo otro-. Y si quiere se la entero. Nos hemos rebelado contra el  gobierno y contra ustedes porque ya estamos aburridos de soportarlos. Al gobierno por  rastrero y a ustedes porque no son más que unos móndrigos bandidos y mantecosos  ladrones. Y del señor gobierno ya no digo nada porque le vamos a decir a balazos lo que le queremos decir.

-¿Cuánto necesitan para hacer su revolución? -preguntó Pedro Páramo-. Tal vez yo  pueda ayudarlos.

-Dice bien aquí el señor, Perseverancio. No se te debía soltar la lengua. Necesitamos  agenciarnos un rico pa que nos habilite, y qué mejor que el señor aquí presente. ¿A ver  tú, Casildo, como cuánto nos hace falta?

-Que nos dé lo que su buena intención quiera darnos.

-Éste «no le daría agua ni al gallo de la pasión». Aprovechemos que estamos aquí, para  sacarle de una vez hasta el maíz que trai atorado en su cochino buche.

-Cálmate, Perseverancio. Por las buenas se consiguen mejor las cosas. Vamos a  ponernos de acuerdo. Habla tú, Casildo.

-Pos yo ahí al cálculo diría que unos veinte mil pesos no estarían mal para el comienzo.

¿Qué les parece a ustedes? Ora que quién sabe si al señor éste se le haga poco, con eso  de que tiene sobrada voluntad de ayudarnos. Pongamos entonces cincuenta mil. ¿De acuerdo?

-Les voy a dar cien mil pesos -les dijo Pedro Páramo-. ¿Cuántos son ustedes?

-Semos trescientos.

-Bueno. Les voy a prestar otros trescientos hombres para que aumenten su  contingente. Dentro de una semana tendrán a su disposición tanto los hombres como el  dinero. El dinero se los regalo, a los hombres nomás se los presto. En cuanto los  desocupen mándenmelos para acá. ¿Está bien así?

-Pero cómo no.

-Entonces hasta dentro de ocho días, señores. Y he tenido mucho gusto en conocerlos.

-Sí -dijo el último en salir-. Acuérdese que, si no nos cumple, oirá hablar de  Perseverancio, que así es mi nombre. 

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