DECIMOTERCERA ENTREGA
13
Isabelino Pena recuperó la lucidez tirado cerca del amontonamiento de mendigos que dormían en la puerta de Efraim. Ya se oyen muchos gallos y no se ve la luna, y me doy cuenta que se acabó el vino y que lo que me reverbera en la mano izquierda es sangre fresca.
-¿Puedo ayudar? -se frenó un hombre gigantesco que salía de la ciudad con una azada y un pellejo en el hombro.
Eso debe ser vino.
-Quisiera ver el stipes donde murió el maestro.
-Yo fui el que lo ayudó a cargar la antenna.
-No me digas que vos sos Simón de Cirene. Qué grande es el Señor.
-Y cómo me conocés.
-Todo el mundo te nombra, hermano. Sos más famoso que Juan Pablo II y los Beatles y Zidane juntos. Famoso y de los buenos.
-¿Te caíste?
-Ouais. Yo siempre fui del reino, pero hoy había que festejar la resurrección y se me paró de manos el mundo. Vos tuviste la suerte de que los romanos te obligaran a portarte debute.
-A mí no me obligó nadie -alzó delicadamente el gigante al viejito. -Tuve que correr a agarrar la antenna o el maestro se nos quedaba aquí. Justo debajo de esta arcada.
-Qué lo parió. Eso no lo sabe ni el pibe Marcos.
SARA 7: Después que Almá te limpió los coágulos de sudor recitándote el Padrenuestro Judas vino a verte solo y te contó que conoció al maestro en el Jordán el mismo día que el Bautista supo que eras el Mesías y un trueno saludó al hijo de la paloma y el Espíritu Santo les flotó en el corazón a todos y decidió seguirlo donde fuera sintiéndose un amigo del esposo y ya era el tesorero cuando Jesús decidió elegir doce discípulos que representaran a las tribus de Israel y subió a orar al Monte de la Cuarentena: esa noche no durmieron y el Iscariote le contó a Esteban el Valiente que a los doce años su padre lo llevaba a los burdeles y que una vez el viejo se emborrachó con jugo de calamar que vendían los fenicios y se le empezó a hinchar un fuego verde y compro una puta y le vació los ojos con los huesitos de perdiz que usaba para escarbarse los dientes y como Judas se agarraba la entrepierna llorando lo acusó de ser un miedoso del diablo y no un hijo de Israel y nunca más le habló: y a la hora sexta de un shabbath quemante Jesús les dio los nombres que acababa de recibir del padre y taladró al Iscariote con una PAX-LUX fluvial que decía Todos podemos ser la sal del mundo y también el escándalo aunque tu libertad ya a es parte de la escritura y Esteban abrazó al tesorero sintiéndose el asesor de un elegido para administrar el reino del maná: y Judas te conto que todavía soñaba con una puta sin ojos y nunca se dejó de sentir un hijo de Satanás y te volvió a engarfar la cabeza igual que Amós durante las felatio y te pidió que creyeras en él como él creía en Jesús para limpiarse el miedo y cuando le lavaste los pies con agua de jazmines murmuró Gracias Abba.
Isabelino Pena se chupó la sangre de los nudillos y dejó que Simón de Cirene le cargara la alforja hasta el Gólgota. El amanecer todavía es una cumbre plateada y los stipes del viernes parecen tres tunas sin brazos: la mujerona negra ya está arrodillada allí.
-¿Dónde trabajás, hermano?
-En el campo de José de Arimatea.
-¿Viste la tumba del Mesías?
-Sí. Y es imposible que los discípulos hayan robado el cuerpo. Resucitó. Y se le apareció a mucha gente. Mi hijo Rufo lo seguía.
-Yo siempre lo seguí. Aunque lo único que le importaba a mi madre es que yo fuera un hombre famoso como vos.
-¿Seguís borracho?
-Un poco.
-¿Precisás que te ayude a subir a la Calavera?
-No. ¿Hasta dónde le cargaste la cruz?
-Hasta aquí.
-Lo que querría pedirte es otra cosa.
-Plata no llevo.
-No. Yo tengo un denario. Un traguito, nomás -clavó un dedo en el pellejo morado el detective. -Tengo el alma muy seca.
-Esto es sangre de cordero que venden en el Templo para abonar la tierra.
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