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EUGENIO d’ORS, NODO DE TRADICIÓN ESTÉTICA Y DEBATE CONTEMPORÁNEO


CUARTA ENTREGA

Por Antonio González
PICASSO, TEORIA DE LOS ESTILOS

De entre las obras estéticas de madurez, Picasso (1930) va a suponer, a mi juicio, un hecho singular, pues en él se va a mostrar la oftalmia de Eugenio d'Ors. Para el filósofo, tras la Cuaresma cézanniana Picasso ha de ser el primer autor de la Pascua, si bien en el momento de publicarse el libro no ha mostrado aún toda su clasicidad sino que, veleidosamente, se empeña en esconderla. Pero ese disfraz, esa apariencia de Picasso, que d'Ors considera un mero devaneo, es realmente Picasso. D'Ors se obstina en poner el ángel de Picasso en su constancia y en su valor constructivo, por más que el pintor aún no lo haya mostrado totalmente. Sin embargo, sólo con el tiempo llegará a advertir que Picasso no es clásico y, por tanto, dentro de su propia manera de entender las cosas, Picasso es oftalmópata. Y como él, d'Ors, en su insistencia en adscribir a Picasso en el eón clásico, ha incurrido también en una especie de oftalmia.

Pese a la oftalmia que manifiesta al tratar de Picasso, se debe reseñar lo que a mi juicio es un logro de este libro orsiano. Se trata del problema constructivo de la pintura: la jerarquización entre objeto y espacio. En Picasso, d'Ors va a definir al eón clásico por su metafísica, consistente en jerarquizar las cosas sobre el espacio, en un ejercicio de uso de la inteligencia. Si el impresionismo es el triunfo del espacio sobre el objeto en un difuso todo pseudodivino, en la clasicidad los objetos son particulares y dominan al ambiente. Son, pues, substancias independientes que reflejan la participación en un Ser en Sí trascendente.

En Teoría de los estilos Espejo de la arquitectura (1945) recopila artículos muy distantes entre sí en el tiempo y en ocasiones también en la temática, pero, a pesar de ello, hay que señalar la unidad profunda del libro. Lo que confiere esa unidad es el espíritu orsiano de continuidad, su espíritu de anclaje en la verdad. Pero esta continuidad no es terquedad ni rechazo a otros temas desconocidos sino afán de avance en la verdad, espíritu clásico, porque, según se ha consignado ya, la actitud clásica consiste en continuar una tradición. D'Ors, que es clásico, no abandona nunca definitivamente ningún tema, porque sabe que no ha agotado nunca del todo la verdad que allí palpita.

LA SINTESIS DEL PENSAMIENTO ORSIANO:

EL SECRETO DE LA FILOSOFÍA Y LA CIENCIA DE LA CULTURA

Con El secreto de la filosofía (1947) y La ciencia de la cultura (1964), D'Ors va a poner de manifiesto que es un autor sistemático, en el preciso sentido de que todo su pensamiento es coherente porque se rige por una serie de líneas maestras. Estas dos obras, síntesis de su pensamiento, van a mostrar también, a mi juicio, que es desde el pensamiento estético desde donde hay que entender a Eugenio d'Ors. Las nociones clave sobre las que articula ambas síntesis de su pensamiento son precisamente nociones estéticas o, en todo caso, nociones que deben interpretarse estéticamente. Así, ángel, eón, seny, forma, figura, nimbo, pese a aludir a otras disciplinas, funcionan en el pensamiento orsiano como categorías estéticas.

Por su parte, El secreto de la filosofía pone de relieve que la filosofía orsiana es dialéctica, ironía en la más pura tradición socrática, consciencia del carácter no definitivo del propio pensamiento, exactamente al contrario de lo pretendido por la Modernidad y su afán absolutizador. D'Ors parte de la apertura propia de la existencia, de la oposición radical entre libertad -potencia- y todo lo demás -resistencia-, pero en la medida en que no hay libertad si no hay todo lo demás. Los límites no me son algo extraño, extrínseco, sino que precisamente por ellos me defino. El ser es figura en virtud de los límites. Así, las realidades tienen carácter de nimbo, y sólo viéndolas así se ve bien. Es así cómo se conoce en ideas, que ni son puros conceptos al estilo racionalista, ni son meras percepciones al modo empirista. En las ideas se aprecia lo universal en lo concreto, el ángel, el eón, el germen, realidad y vocación a un mismo tiempo, conceptos todos ellos que -frente a las banderas de la Modernidad- se definen por ser no excluyentes.

El gran mérito de La ciencia de la cultura es, por un lado, la sistematización de la labor de toda una vida, mostrando así que la filosofía orsiana es profundamente unitaria. Por otra parte, se expone patentemente la reacción del pensamiento orsiano contra el historicismo. D'Ors absuelve la historia saliendo de la historia. Al apelar al concepto de eón, constante histórica no mordida por el tiempo, d'Ors muestra la esencia de la cultura, frente a planteamientos como el sostenido por Spengler (1880-1936), por ejemplo, al recordar que si la historia cambia, la cultura permanece. La cultura es una, y donde hay diversidad y multiplicidad es en las civilizaciones. Desde esta concepción de la cultura y los estilos de cultura o eones, y su permanencia, saca a la historia de la aporía historicista por la que la historia o no puede cambiar o no puede permanecer.

Por último, con este libro d'Ors logra iluminar algunos de sus mejores conceptos. Así, en La ciencia de la cultura sienta de modo neto la doble tendencia eónica de fondo, presente en la naturaleza humana: la tendencia a discernir, discriminar, y por medio de la jerarquía ordenar unitariamente cada realidad en conexión con las demás pero sin confundirse con ellas, y, en el otro extremo, la tendencia al desorden y a la anarquía, a la falta de unidad, a la amalgama confusa producida por la continuidad. Así pues, en d'Ors sólo se da un dualismo, que no es el dualismo razón-vida y que más bien debería considerarse una dialéctica entre lo clásico y lo barroco, y que consiste en aunar razón y vida -clasicismo- o divorciar razón y vida -barroco-. No es, pues, el eterno dilema entre Heráclito -vida- y Parménides -razón-, sino entre Heráclito -y Parménides, que es sólo lo mismo dado la vuelta- y el seny. La vida -o la razón abstracta desligada de la vida- frente a la razón integradora de la vida mediante la figuración, el seny.

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