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LA NUBE DEL NO-SABER - EL LIBRO DE LA ORIENTACIÓN PARTICULAR


ANÓNIMO INGLÉS DEL SIGLO XIV

Franciscus hanc editionem fecit

SEGUNDA ENTREGA

William Johnston / Introducción

La pérdida del “yo” (1)

Permítaseme decir que este problema de la pérdida del “yo” es de suma importancia en el clima religioso de hoy. Clima que se halla dominado por la confluencia de las grandes religiones en un foro común y en un diálogo fascinante que el historiador Arnold Toynbee no ha dudado en calificar como el acontecimiento más significativo del siglo. En este momento el intercambio religioso de Oriente-Occidente, el problema central sobre el que gravita toda la discusión es el de la existencia y la naturaleza del “yo”. ¿Puede una religión tan sumamente personalizada como el cristianismo tener un campo común con un sistema aparentemente autoaniquilante como el budismo? Es este un problema que aparece constantemente sobre el tapete en las reuniones ecuménicas a las que yo mismo he asistido. Cualquiera que se enfrente con él hará bien en escuchar la sabiduría del autor inglés. Enraizado en la tradición cristiana, habla un lenguaje que entiende el budista. Es un gran portavoz de Occidente.

Detengámonos en algunos pasajes en que justifica su consejo de que debemos olvidarnos de nuestro propio “yo”.

En La Nube… afirma que el sentimiento de la propia existencia es el mayor sufrimiento para el hombre.

“Todo hombre tiene muchos motivos de tristeza, pero sólo entiende la razón universal y profunda de la tristeza el que experimenta que es (existe). Todo otro motivo palidece ante este. Sólo siente auténtica tristeza y dolor quien se da cuenta no sólo de lo que es sino de que es. Quien no ha sentido esto debería llorar, pues nunca ha experimentado la verdadera tristeza”.

Es un pasaje importante. Pudiera parecer como un rechazo de la vida y de la existencia, si no tuviéramos la afirmación explícita del autor de que este no es su significado.

“Y sin embargo, en todo esto no  desea dejar de existir, pues esto es locura del diablo y blasfemia contra Dios. De hecho, se alegra de existir y desde lo hondo de su corazón rebosante de agradecimiento da gracia a Dios por el don y el bien de su existencia. Al mismo tiempo, sin embargo, desea incesantemente verse libre del conocimiento y sentimiento de su ser”.

Está claro que el autor no aboga por la autoaniquilación, ni niega tampoco la existencia ontológica del “yo”. Más bien afirma que hay una conciencia del “yo” que produce alegría y gratitud. Y existe una conciencia del “yo” que reporta agonía.

¿Qué clase de conciencia del “yo” es causa de esta tristeza?

Pienso que la mística cristiana puede entenderse únicamente a la luz de la Resurrección, así como el misticismo budista sólo puede entenderse a la luz del nirvana. Sin la Resurrección, la personalidad del hombre, su verdadero “yo”, está incompleta. Esto vale también para Cristo, de quien Pablo dice “que fue constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santificación por su resurrección de la muerte” (Rom 1,4). En otras palabras, Cristo se perfeccionó a través dela resurrección, encontrando su verdadero “yo” y su última identidad. Hasta esta etapa final el hombre se encuentra separado de su fin. Y no sólo el hombre, sino todo el universo, que gime esperando la revelación de los hijos de Dios.

Este estado imperfecto de incompletitud, aislamiento y separación de la meta es el origen básico de la angustia existencial del hombre -angustia que surge no por su existencia, sino por su existencia separada-. La tristeza por esta separación, afirma el autor, es mucho más fundamental y más engendradora de humildad que la tristeza de los propios pecados o de cualquier otra cosa. De aquí nace la angustia que corre a través de los escritos de los místicos y que se refleja en el grito angustioso de san Juan de la Cruz: “Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?”.

Vemos al místico separado de su amado, cuya experiencia había comenzado a sentir. Y anhela la plenitud, la unión, la meta. Si esto significa morir, morirá gozosamente. “Rompe ya la tela de este dulce encuentro”. Es como si dijera: aparta el velo que me separa de mi amado y de mi todo. Está claro que la angustia es la de la separación e incompletitud a nivel de la existencia. Se puede experimentar la propia limitación emocional o económicamente, cultural o sexualmente; y todo ello es doloroso. ¡Pero qué terrible es su experiencia al más profundo nivel, el de la existencia! Todas las demás tristezas son experiencias parciales de una tristeza fundamental de la contingencia existencial. Y esta, a mi juicio, es la tristeza del hombre que sabe no sólo lo que sino que es.

Todo esto no está lejos de la angustia de los filósofos existencialistas de la que tanto se oye hablar desde hace tiempo. Su agonía no es necesariamente teísta. Más bien tenía su origen en un sentido radical de la insuficiencia del hombre, de su contingencia, incompletitud, mortalidad, tal como aqueda resido en la terrible definición que Heidegger hace del hombre como “ser para la muerte”. Una vez más, no es precisamente la existencia lo que causa el dolor, sino una existencia limitada. El hombre, enfrentado a la perspectiva de la extinción, no tiene el control de su propio destino.

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