DÉCIMA ENTREGA
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Isabelino Pena acolchonó el manto tejido por Sara y apoyó la cabeza en un botijo. Ahora siento que los tres stipes del Gólgota están clavados en el techo-medusa de la casona, pero sigo tomando:
-A lo mejor entiendo. En España hay traidores, también.
-Él no quiso convencerse de que Jesús nos trataba como si fuéramos las novias de un Bautista que echaba demonios y caminaba por el Tiberíades -se limpió las manos en el saq Esteban. -Y lo que precisábamos era un rey para barrer con Roma y Antipas y los saduceos. Porque con los fariseos siempre conviene negociar.
Y vos hubieras sido el asesor del rey y hasta hubieras tenido una isla privada para jugar a ser Júpiter como Tiberio, pienso pero me emperro:
-¿Y si fuera verdad lo de la resurrección?
-Ese es el gran problema -le tiró una costilla pelada a la rata Esteban. -Judas siempre creyó en esa locura. Y después que compramos el campo se desesperó y empezó a decir que nos habíamos vuelto ángeles de Satán y que había que matar a Barrabás, por lo menos. Pero se mató él.
Ahora siento que tengo el hombro clavado a la antenna de la cruz pero sigo festejando lo que acaba de pasar en el cenáculo:
-Entonces se mató porque traicionó al Esposo.
-Los que se sienten novias y creen que la resurrección de un loco sirve para conquistar el mundo son capaces de todo.
ALMÁ 5: Amos fue enterrado un viernes y al otro día bajaste con un ánfora a Siloé y Juan Marcos te contó que Jesús había untado con barro a uno de los ciegos de nacimiento que pedían en el Pórtico de Salomón y lo mandó a lavarse en la piscina y el hombre empezó a ver y corrió a besarle los pies al profeta pero los fariseos los acorralaron acusando a uno de mentiroso y al otro de endemoniado por curar en el shabbath y pediste que te cuidaran el ánfora y repecharon el Tiperión para escuchar la gritería en el Templo y al rato inventaste un juego que distrajo hasta al mismo Jesús: Juan Marcos era el Mesías y vos le mendigabas la luz del mundo y él escupía la tierra y te hacía un antifaz y vos fingías correr a Siloé y volvías gritando Soy Almá de Corozain y el maestro me limpió y ahora veo a muchos ciegos y los demás chiquilines del atrio se acercaron riéndose y explicaste Cuando conocí a Jesús en Corozain y le toqué los ojos supe que ya no era ciega y me di cuenta que la mayoría de ustedes nunca vio la verdad y de golpe hubo un silencio que te escalofrió y un muchacho de la edad de Juan Marcos gritó que te callaras porque habías nacido impura por pecado y te montaste en el recién bautizado Nazareno y porfiaste Todos nacemos ciegos para que nos limpie el Padre y tengamos fe en el Hijo del Hombre y echemos a los cerdos y a los hipócritas a la Gehena: entonces los chiquilines juntaron piedras y taloneaste al perro y supiste que nunca más ibas a volver a jugar en paz pero te sentiste otra y después te contaron que Jesús se agarró la cabeza y sentenció que los del mundo iban a querer seguir matando a los del reino mientras hubiera mundo.
Isabelino Pena se despertó sobresaltado por los ronquidos de Esteban el Valiente. Ahora tengo la vejiga como una pelota número cinco y la herida parece un frontón donde retumba el galope de la Bestia. El viejito metió un botijo en la alforja y demoró muchísimo en escaparse de la sheol. Esta vez me taponeo dieciséis estornudos y apenas salgo al fondo calculo que recién estamos en la segunda vigilia y abono las hortalizas con un chorro de plata que huele peor que el mojo.
-Un sueño con Luis María / muerto cuando me decía / cada día veo menos / cada día veo menos / cada día veo menos / creo / menos mal -salmodió el detective de silueta enanizada por el contrapeso alcohólico mientras parpadeaba hacia la muralla donde nadie que hubiese estudiado a Jerusalén en los mapas era capaz de detectar el falo del cenáculo.
-Se dobla así la mala causa, vamos / de tres en tres a la unidad; así / se juega copas / y salen a mi encuentro los que aléjanse, / acaban los destinos en bacterias / y se debe todo a todos. Pero quién fuera digno de poder verte iluminado para viajar al Padre, Rabbí taba.
Y al cruzar la casa pegándome contra todo descubro a Sara y a la chiquilina dormidas sobre la alfombra, como si ya no pudieran ocupar la torreta de techo jorobado donde agonizó el monstruo.
-Así que tengo dos almas -murmuró Isabelino Pena, arrodillándose para estudiar los rostros que sorbían el dulce vaho celeste.

























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