Kevin Kelly cuenta como la Revolución de la Web lo 'atrapó' y de cómo el editor más famosos del ciberespacio se volvió uno de los principales evangelizadores de la nueva economía y un entusiasta del emprendimiento joven.
Jorge Nascimento Rodrigues, sin zapatos, a la entrada de la sala de estar de la vivienda de los Kelly, en Pacifica, en la costa californiana.
Pacifica es, como el nombre lo indica, muy pacífica. Para huir del calor abrasador de Silicon Valley en esta época y del bullicio permanente que es el 'hi-tech' no hay nada mejor. El agua del Pacífico está muy fría y en la playa no hay nadie. Sólo unos negocios de antigüedades y un motel, justo junto a la arena, donde los turistas y vecinos se cuentan con los dedos de las manos.
A pocos kilómetros de San Francisco, hace recordar vagamente a 'nuestra' Ericeira. Está muy nublado hasta las montañas, donde queda la otra Pacifica, de viviendas entre árboles, donde combinamos el encuentro con este primer 'invitado' nuestro de los Alquimistas de lo Digital: Kevin Kelly.
Kevin se hizo conocido en Europa por su papel en la revista Wired, la primera con muchos seguidores, que cerraba, en la antepenúltima página otro alquimista de renombre, Nicholas Negroponte.
Los primeros cibernautas portugueses, los 'históricos', bebieron de allí el coraje, aunque hoy ya común oír decir con cierto tedio que la Wired pasó a la historia.
Con 47 años, Kevin subió al panteón de los Gurús y, para traerlo a algún lado es preciso pasar por el tamiz de una oficina de super-agentes en Nueva York y pagar mucho dinero. Cuando 'ataca' las teclas de la computadora transforma, como por arte de magia, los caracteres en tendencias y devela nuevos paradigmas. Pero él es, con certeza, una anti estrella. Es un tipo simple, de mejillas rosadas, de quien es muy difícil encontrar una foto oficial, y mucho menos una con corbata de designer y pose VIP.
Nos recibió con camisa rústica de tipo "pescador", y fue vestido así que algunas horas después, dio también una entrevista a la super-global BBC, que llegó con varios vehículos de exteriores y un batallón de gente llena de 'stress', que nos provocó unas buenas carcajadas.
La vivienda, típicamente americana, tiene una sentencia en chino en la puerta de entrada, pero no tuve tiempo de oír la traducción que mi anfitrión descifró. Percibí, luego, la señal, al tener que sacarme los zapatos en la alfombra y pasar unas horas en medias, lo que me afecta siempre terriblemente la vejiga (¡el calvario que pasé en Japón!). Kelly está casado con una china de Taiwan, una biotecnóloga de la Genentech (la pionera en esta área) y, probablemente se rige por algunas normas orientales de higiene. Además, el Oriente fue el culpable de su viaje literalmente accidental que lo llevaría, de editor de guías turísticas de aquella parte del globo, a narrador de la nueva cultura del mundo de las redes. Las cosas sucedieron, sin novelizarlas, como el nos cuenta, en directo desde su rincón equipado de cultura Mac (PC y portátil), en una sala amplia, llena de libros, periódicos y revistas absolutamente nada virtuales.
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¿Cómo fue que lo ciber lo 'atrapó'?
De una forma absolutamente inesperada. Usted se va a reír, pero fue a causa de una lista de mailing. En 1981, estaba trabajando en la Universidad de Georgia -que queda del otro lado de América [en la costa atlántica, encima de la Florida]- y me decidí a crear mi propio negocio de edición de guías turísticas para Asia. Era, en aquel momento, un viajero en aquellos parajes y me preocupaba conseguir soluciones baratas. Abreviando, hacía catálogos turísticos y los enviaba por correo. Se me ocurrió, entonces que no tenía sentido pasar la vida corriendo para la gráfica y pasar por todos los problemas de la impresión. Prefería dar la información directamente a los clientes. Fue, entonces, que traje a casa una Apple II, las PCs estaban aún en la era primitiva.
Pero, substituir la máquina de escribir no era suficiente....
Precisamente. Me vendieron, entonces, la idea de que debería comprar un modem y aprender algunas cosas de programación. Así comencé a usar el ciberespacio.
Por una razón bien pragmática, convengamos. Pero, de ahí a transformarse en una referencia de esa cultura, ¿no hay un abismo?
Todo sucedió por pura observación. Comencé, alrededor de 1982 / 83, a descubrir que estaban sucediendo grandes cosas en ese mundo, que era, entonces, muy cerrado, muy de 'especialistas'. Comencé a escribir sobre ellas -yo que no era nada tecnólogo. El ciber era un lugar muy especial y se me ocurrió la idea de comenzar a escribir sobre la Nación en Red, en 1994.
¿Qué fue lo que lo fascinó?
Aquel mundo de entonces no tiene nada que ver con el ciber actual. Fue una época romántica. No había comercio, ni intentos comerciales. Fíjese que, en aquellos años 80, no se podía tener una cuenta de conexión a Internet si no se estuviese de acuerdo en garantizar que no haría negocios por esta vía. ¡Vea como cambió todo en 15 años! ¡Es espantoso! Me di cuenta, entonces, que esa cultura no resistiría a la masificación. Cuando vine a California, el choque con el futuro se me metió aún más claramente en mi cabeza.
¿En busca del mítico Silicon Valley?
Por una razón menos fantástica. Señal de los tiempos, fui contratado on line para el proyecto de Whole Earth Catalogue, un almanaque lanzado, entre otros, por un exponente de la contra-cultura de entonces, Stewart Brand, también co-fundador de la comunidad virtual Well. Me involucré desde el principio en Well. Todo era completamente nuevo. Nosotros fuimos los primeros en democratizar el acceso a la Net, abrimos el negocio de lo que luego irían a ser los ISP (acrónimo en inglés para los proveedores de accesos).
Fuimos el primer sitio en dar acceso al público por el valor de una suscripción mensual. Hasta allí, la Net era sólo para un circuito cerrado de las universidades y de las grandes empresas. Well, rápidamente, se transformó en un eslabón de conexión entre profesores, activistas, agricultores biológicos, reporteros de la tecnología, gente especial de la Bay Area [la región en torno a la Bahía de San Francisco]. Se fue desarrollando, así, una cultura de lo 'on line'. Mucha gente aprendió allí el a-e-i-o-u de lo ciber, mucho antes de la era de los 'browsers'. Pero Well nunca pasó de ser una comunidad pequeña.
¿Precisamente lo contrario de América Online (AOL)?
Sí, Well y AOL son los dos exponentes del choque de que hablé. Son el ejemplo de dos tipos de evolución. AOL supo atacar el mercado no-elitista, el mercado de los 'simples', como se decía con desdén. Supieron lanzar una campaña de marketing muy agresiva y percibieron el negocio emergente, y hoy se transformaron en uno de los jugadores globales en los 'media' [2,6 billones de dólares en el año fiscal de 1998 y un crecimiento anual medio en los últimos cinco años de más de 140%]. Well nunca pasó de los 10 mil suscriptores y continúa cultivando esa pequeñez y aroma de sitio muy especial. Pero, fue en Well que comencé a percibir que las cosas funcionaban económicamente de otro modo, ¡para mi espanto!
¿Well lo inspiró en cuanto a lo que después llamó 'leyes' de la nueva economía?
Todo comenzó, una vez más, por observación. Algunas de las ideas vinieron de lo que yo podría designar como cultura de oferta en Well. A mediados de los años 80, Well era un mercado de prendas, una economía de gratuidad y de intercambio directo, sin involucrar dinero. ¡Como Internet prohibía el comercio, las personas ofrecían cosas! Si lo que teníamos era muy bueno, entonces ofreceríamos en la red. Y, a cambio, recibíamos otras cosas muy buenas.
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