domingo

EL OSCURO PAÍS DEL AMOR - SELVA CASAL


por Alicia Preza

(8 / 03 / 2012)

Selva Casal, hija de Julio, poeta y creador de una revista que fue y es célebre: Alfar. Hermana de Julio, de Marynés, de Rafael, todos poetas. Selva trabajó, labró una vida y sus numerosos libros con recato y pasión, que con las claves de su personalidad. Vive aquí en Montevideo, en la “selva de asfalto”, y en Solymar con los pájaros de la libertad. Está como una paloma azul sobre sus cuatro hijos. Recato y pasión son sus signos. Lleva una granada, un sol, bajo el vestido angélico.

Marosa di Giorgio

Entrevistar a Selva es casi una utopía, ya que ella existe en un lugar donde las preguntas no se formulan en un papel, y las respuestas son a menudo subliminales, revelan desde otro sitio y por tanto no siguió el formato convencional de entrevista, algunas de mis preguntas eran abiertas y otras eran concretas, pero ella sustrajo lo medular de cada una, alteró el orden e inventó otras, como si hubiésemos tenido una conversación impregnada de lo inesperado. Desde su casa en Solymar elaboró lo que tenía que decir, lejos de la virtualidad, en ese trance atemporal que la define. Su hija Virginia, quien asistió al proceso, me dijo: “Más bien lo que hizo en algunos momentos fue pensar, y luego tendrás que acomodar la pregunta pertinente para tales pensamientos… al revés de lo que suele hacerse, pero buen, así es ella, le gusta transgredir”.

Y siguió en definitiva el cauce de mi inquietud al indagar en ella; en esa forma de transgredir está Selva, dando vuelta el tablero para decir lo esencial, transformando lo irrelevante en esa zona de misterio donde habita el poema.
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-El último sol que vi era naranja -dice Selva: -Todo por no encontrar las llaves de la puerta de casa. En este lugar maravilloso vive la tristeza.

Imágenes y sensaciones de tu primer contacto con la escritura…

En primer lugar, querida Alicia, me preguntas cuál ha sido mi primer contacto con la poesía. Nací en un ambiente de poesía, mi padre era poeta, la poesía se respiraba en el aire. No obstante eso, en lo que me es personal, muy personal e intrínseco, puedo decir que no hubo un primer contacto. La poesía ya estaba involucrada en mi vida en todas las cosas. Entonces afirmo que no hay primer contacto, ni siquiera contacto. Todo sucede como una extraña respuesta sin antes ni después, porque la poesía poco tiene que ver con la literatura y mucho con la magia y tiene un parentesco genético con la religión, la filosofía, la ciencia. Todo se mueve en una zona de poderoso misterio, quizá una conciencia universal nos vive y nos alienta. Somos como gotas de un collar invisible porque todo lo trascendente se nos vuelve invisible, y así nos sumergimos en un mundo irreal, mas cuando afirmamos la realidad de algo explícitamente estamos afirmando la realidad de otra cosa no palpable, no visualizada pero cierta. Entre las muchas que se expresan lo auténtico siempre es minoría. Pocos logran traspasar el umbral de la palabra. Desde las cosas más simples a las más complejas todas implican riesgo, porque al ser vividas sufren un desgaste que puede derivar en hallazgos inesperados o bien, en la destrucción.

Uno de los poemas de tu último libro que me atrapó se llama Yo viví en este mundo. ¿Cómo vive el poeta entre la fatalidad del amor en sí mismo y la destrucción del mundo?
Me preguntas cómo vive el poeta entre la fatalidad del amor y la destrucción. El poema Yo viví en este mundo responde a la certidumbre de que vivimos en un mundo demencial. Es que en el fondo todo es abismal. La poesía no escapa a esta realidad. Es cierto, nos aferramos al recuerdo, pero éste está destinado a desaparecer, de ahí nuestra angustia. Vivir, mirar, no ver más que niebla. Entonces aparece el recuerdo, recurrimos al absurdo, nos abrazamos al hechizo, a ese poder irracional, a esa vehemencia. Constatamos que el lenguaje poético es un lenguaje sin palabras. Es decir: “Me valgo de palabras pero después tiro las palabras”. La personalidad del poeta se esfuma. El poema es invención, ya que inventar es la función de la poesía, jamás imitar. Así como un pintor debe pintar las cosas como no son, el poeta debe dar el mundo desconocido de las cosas. Las cosas son lo que no son.

Esa hora del día, ese paisaje al que siempre Selva acude…

A esta pregunta por mí responderá un poema, que dice así:

Aquellas escaleras se hundían en mí siempre
A la misma hora
Yo tenía miedo y corría dentro de la tormenta
Nadie miraba mi rostro
Mas yo me ocultaba
Huía hacia ventanas
Entonces era visible la muerte
La extraña muerte que olvida los relojes
La ansiedad de las cinco de la tarde
La hora del té
Tu hora
Y yo te amaba
Desde los huesos de tus muertos
Larga fatiga de padres y abuelos
Convertidos en relojes claros
Tal los ángeles que despertaban en mi memoria
Para decir flores azules
Veladora
Padre

El país del amor es tan oscuro… Dije esto tal vez porque muertos y vivos se confunden en una misma realidad, donde la locura tiene un íntimo equilibrio, donde constatamos que es falsa la muerte que nos han enseñado. Nuestra voz es acaso nuestra si rompe las barreras del yo y se interna en ese bosque sin límites que es la humanidad. La poesía no me pide permiso, llega de súbito y se instala.

¿Cuándo llega el poema al papel?

Un poema puede escribirse sin lápiz y sin papel. Lo supe desde el día que encontrándome yo en un lugar desconocido pregunté: “¿Dónde estoy?” Advertí que había muerto. Pensé entonces qué hacer y escuché una voz que decía: “¿Cuando vivías qué hacías?” “Escribía” contesté. “Seguirás escribiendo” me respondió. Entonces pregunté: “¿Cómo? ¿Sin lápiz y sin papel?” “Sí” me dijo: “Son lápiz y sin papel”. Entonces comprendí. Por esto en la poesía no es posible mirar las cosas sin crearlas, vivirlas sin destruirlas, en ellas hay que nacer y morir constantemente, sin tregua, sin pausa.

¿Sin la poesía acaso se existe?

Se existiría, sí, pero de forma precaria, como quien está a la orilla del mar pero no puede penetrar en él. Todo es oscuro. Nuestra madre nos abrió la puerta al mundo y en él estamos sumergidos. Hemos visto nocturnos cargados de lunas moradas, pero no sabemos qué es la poesía.

¿Cuándo comienza un poema?

Cuando se siente que ya nada es posible, que nuestros pasos se hunden con una dureza tal, cuando el tiempo es un asesino oculto en la sangre y muertos y vivos se confunden en una misma soledad en donde la locura tiene un íntimo equilibrio y nos lanza hacia las horas con sus manteles claros, a veces dulces, acaso desde una brizna el poema comienza.

¿Cuál es el lugar de los ancestros?

Es un no lugar. Un lugar, un sin lugar, un tiempo, donde todos los ojos de los hombres se encuentran. La sangre se enraiza de misterio, se nutre de extrañas oraciones. Amábamos aquel callado retornar a casa, con sus cuadernos de lluvia, hoy volveríamos aun sabiendo que nadie nos aguarda, para recorrerla como una ruina amada, recogiendo sus viejas caracolas, los dorados atardeceres.
¿Qué le aconsejarías a un joven poeta?

Escribir sin miedo, sin importarle el reconocimiento que su obra pueda tener. Escribir la verdad, sin esperar obtener nada. No sabemos qué estará vivo o muerto en literatura. Creo que en la poesía no hay comienzo. Se está. Pero en el caso que comenzara lo principal es sentirse auténtico con uno mismo y no esperar nada, ni aplausos ni reconocimientos, porque estos sucesos están generalmente reñidos con la autenticidad.

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