miércoles

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA




SEXAGÉSIMA ENTREGA


CAPÍTULO 7

El júbilo del cuerpo

El lenguaje corporal (2)

A pesar de que los trastornos alimenticios compulsivos y destructivos que deforman el tamaño y la imagen del cuerpo son reales y trágicos, no suelen ser la norma en la mayoría de las mujeres. Lo más probable es que las mujeres que son gordas o delgadas, anchas o estrechas, altas o bajas lo sean simplemente por haber heredado la configuración corporal de su familia; y, si no de su familia inmediata, de los miembros de una o dos generaciones anteriores. Despreciar o juzgar negativamente el aspecto físico heredado de una mujer es crear una generación tras otra de mujeres angustiadas y neuróticas. Emitir juicios destructivos y excluyentes acerca de la forma heredada de una mujer equivale a despojarla de toda una serie de importantes y valiosos tesoros psicológicos y espirituales. La despoja del orgullo del tipo corporal que ha recibido de su linaje ancestral. Si la enseñan a despreciar su herencia corporal, la mujer se sentirá inmediatamente privada de su identificación corporal femenina con el resto de la familia.

Si la enseñan a odiar su propio cuerpo, ¿cómo podrá amar el cuerpo de su madre que posee la misma configuración que el suyo (5), el de su abuela y los de sus hijas? ¿Cómo puede amar los cuerpos de otras mujeres (y de otros hombres) próximos a ella que han heredado las formas y las configuraciones corporales de sus antepasados? Atacar de esta manera a una mujer destruye su justo orgullo de pertenencia a su propio pueblo y la priva del natural y airoso ritmo que siente en su cuerpo cualquiera que sea su estatura, tamaño o forma. En el fondo, el ataque a los cuerpos de las mujeres es un ataque de largo alcance a la que las han precedido y a las que las sucederán (6).

Los severos comentarios acerca de la aceptabilidad del cuerpo crean una nación de altas muchachas encorvadas, mujeres bajitas sobre zancos, mujeres voluminosas vestidas como de luto, mujeres muy delgadas empeñadas en hincharse como víboras y toda una serie de mujeres disfrazadas. Destruir la cohesión instintiva de una mujer con su cuerpo natural la priva de su confianza, la induce a preguntarse si es o no una buena persona y a basar el valor que ella misma se atribuye no en quién es sino en lo que parece. La obliga a emplear su energía en preocuparse por la cantidad de alimento que ha comido o las lecturas de la báscula y las medidas de la cinta métrica. La obliga a preocuparse y colorea todo lo que hace, planifica y espera. En el mundo instintivo es impensable que una mujer viva preocupada de esta manera por su aspecto.

Es absolutamente lógico que una mujer se mantenga sana y fuerte Y que procure alimentar su cuerpo lo mejor que pueda (7). Pero no tengo más remedio que reconocer que en el interior de muchas mujeres hay una "hambrienta". Sin embargo, más que hambrientas de poseer un cierto tamaño, una cierta forma o estatura o de encajar con un determinado estereotipo, las mujeres están hambrientas de recibir una consideración básica por parte de la cultura que las rodea.

La "hambrienta" del interior está deseando ser tratada con respeto, ser aceptada (8) y, por lo menos, ser acogida sin necesidad de que encaje en un estereotipo. Si existe realmente una mujer que está "pidiendo a gritos" salir, lo que pide a gritos es que terminen las irrespetuosas proyecciones de otras personas sobre su cuerpo, su rostro o su edad.

La patologización de la variedad de los cuerpos femeninos es un arraigado prejuicio compartido por muchos teóricos de la psicología, y con toda certeza por Freud. En su libro sobre su padre Sigmund, por ejemplo, Martin Freud explica que toda su familia despreciaba, y ridiculizaba a las personas gruesas (9). Los motivos de las opiniones de Freud rebasan el propósito de este libro; no obstante, cuesta entender que semejante actitud pudiera corresponder a una opinión equilibrada acerca de los cuerpos femeninos.

Baste señalar, sin embargo, que distintos psicólogos siguen transmitiendo este prejuicio contra el cuerpo natural y animan a las mujeres a controlar constantemente su cuerpo, privándolas con ello de unas mejores y más profundas relaciones con la forma que han recibido. La angustia acerca del cuerpo priva a la mujer de buena parte de su vida creativa y le impide prestar atención a otras cosas.

Esta invitación a esculpir el cuerpo es extremadamente parecida a la tarea de desterronar, quemar y eliminar las capas de carne de la tierra hasta dejarla en los huesos. Cuando hay una herida en la psique y el cuerpo de las mujeres, hay una correspondiente herida en el mismo lugar de la cultura y, en último extremo, en la propia naturaleza. En una auténtica psicología holística todos los mundos se consideran interdependientes, no entidades separadas. No es de extrañar que en nuestra cultura se plantee la cuestión del modelado del cuerpo natural de la mujer y se plantee la correspondiente cuestión del modelado del paisaje y también el de algunos sectores de la cultura para su adaptación a la moda. Aunque no esté en las manos de la mujer impedir la disección de la cultura y de las tierras de la noche a la mañana, sí puede evitar hacer lo mismo en su cuerpo.

La naturaleza salvaje jamás ahogaría por la tortura del cuerpo, la cultura o la tierra. La naturaleza salvaje jamás accedería a vulnerar la forma para demostrar valor, "dominio" y carácter o para ser más visualmente agradable o más valiosa desde el punto de vista económico.

Una mujer no puede conseguir que la cultura adquiera más conciencia diciéndole: "Cambia." Pero puede cambiar su propia actitud hacia sí misma y hacer que las proyecciones despectivas le resbalen. Eso se consigue recuperando el propio cuerpo, conservando la alegría del cuerpo natural, rechazando la conocida quimera según la cual la felicidad sólo se otorga a quienes poseen una cierta configuración, actuando con decisión y de inmediato recuperando la verdadera vida y viviéndola a tope. Esta dinámica autoaceptación y autoestima son los medios con los cuales se pueden empezar a cambiar las actitudes de la cultura.

Notas

5. O su padre, que para el caso es lo mismo.
6. Durante años se ha escrito y divulgado una enorme cantidad de material acerca del tamaño y la configuración del cuerpo humano y del de las mujeres en particular. Con muy pocas excepciones, casi todos los escritos proceden de autores a quienes algunas configuraciones les resultan desagradables o repulsivas. También es importante averiguar lo que opinan tanto las mujeres que están mentalmente sanas cualquiera que sea su configuración corporal, como, sobre todo, las que están mentalmente sanas y tienen un tamaño considerable. Aunque no entra en el propósito de este libro, parece ser que "la mujer que grita en el interior del cuerpo" es en general una profunda proyección e introyección de la cultura. Se trata de algo que hay que examinar con mucho detenimiento desde el punto de vista de unos prejuicios culturales más profundos y unas patologías relacionadas con algo más que el tamaño como, por ejemplo, la hipertrófica sexualidad de la cultura, el hambre del alma, la estructura jerárquica y de castas en la configuración corporal, etc. Sería bueno tender por así decirlo a la cultura en el diván del psicoanalista.
7. Desde una perspectiva arquetípica, es posible que la obsesión por esculpir el cuerpo físico surja cuando el propio mundo o el mundo en general están tan descontrolados que los individuos intentan controlar en su lugar el pequeño territorio de sus cuerpos.
8. Aceptada en el sentido de la equiparación y también del cese de las burlas.
9. Martin Freud, Glory Reflected: Sigmund Freud, Man and Father (Nueva York, Vanguard Press, 1958).

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