SEXTA ENTREGA
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Isabelino Pena distinguió los palacios de Herodes y Anás recortados sobre el raso cobalto y entró en el caserón de dos pisos que olía a cordero, mojo de asado y alcohol. Ahora encuentro consteladas las fosforecencias de Ojos de Plata y nazareno, y Sara prende un candil y me pide por señas que no haga barullo.
-Tengo un hermano enfermo en la sheol -murmura cuando vuelve cuando vuelve con las vendas y una poción dorada.
-¿En la sheol?
-Es la pieza de los botijos -explicó Almá. -Si estuviera en el mundo de los muertos no estaría muerto de miedo.
Después Nuestra Señora me saca delicadamente la túnica y me importa un pito quedar en taparrabos: el único problema es que el aceite que usa para desinfectarme está mezclado con vino, y preciso retocarme la borrachera casi como repartir fe.
-Gracias, mujer. ¿Dónde hay una hospedería?
-La menos peligrosa es la de Bezeta, frente a la Puerta de las Ovejas. Pero vas a perderte.
-Si me pierdo me encuentro.
-Queda en el camino a Betania -se rio la chiquilina. -Te conviene ir por afuera de la muralla.
-Pero a esta hora hay más ladrones que perros -me venda Sara.
-Lo que pueden robare es un denario y el alma, mujer. ¿Quién va a querer mi alma?
ALMÁ 3: El último día de los Tabernáculos Rufo no vino al atrio del Templo donde los fariseos y los escribas respiraban con más odio y más olor a viejo podrido que Amós y Jesús explicó que querer matarlo a él era como querer matar al Padre y eso los enloqueció y supiste que iba a pasar lo peor y lo mejor de la fiesta y cuando empezó a crecer la gritería desde la Puerta Dorada te agarraste al perro y sentiste como si un ángel te peinara el miedo y esperaste recitándote la parte del Hallel que reclamaba el escudo del altísimo: Elkder y Elkbio y los levitas habían ido juntando gente y piedras sin pensar en el correspondiente enjuiciamiento del Sanedrín y apenas te subió una tibieza láctea a la saliva retrocediste desde tus cuatro años a tu primera sed y supiste que la mujer que querían lapidar era tu madre y escuchaste que el Rabí rayaba el polvo con la yema del dedo y después hacía otra raya horizontal con la uña y al final contestó: entonces se maravillaron hasta los verdugos y dejaron caer las piedras agarrotadas que parecieron granizar contra el atrio y el Rabí volvió a dibujar dos veces las dos rayas y le miró los ojos y los pezones enamorados a tu madre y esta preguntó y sentenció y ordenó: y cuando Sara se fue sin condena y sonó el trompetazo del cuerno de macho cabrío en el Templo la fiesta volvió a ser una fiesta y los chiquilines prendieron antorchas para bailar imitando a los viejos podridos y el Rabí y los discípulos bajaron hasta el Monte de los Olivos y entonces te acercaste corriendo al lugar donde quedó flotando el olor de los pies del maestro y tuviste que esperar hasta la Pascua para entender por qué había dibujado las tres cruces.
Isabelino Pena contestó:
-No, muchísimas gracias. Jerusalén es más cara que Roma, pero con un denario aguanto un par de días.
-Comé aquí, por lo menos -se saca el manto Sara y pone a recalentar unas costillas de cordero del viernes. -Yo tampoco comí.
-¿No tenés un vinito?
La chiquilina de cabeza afeitada chasqueó los dedos con gracia circense y el perro se escapó al fondo y volvió con un jazmín. Almá lo hace flotar en una jarra llena de un poso que huele a parra de patio y llena otra con agua y se hinca para desatarme las sandalias.
-No soy digno, Ojos de Plata -protestó el detective en castellano.
Y después que me lava y me seca y me perfuma las pobres patas sirvo dos copas y estoy a punto de brindar por la resurrección pero siento que Sara debe seguir odiando al Dios macho.
-El pan tampoco es de hoy -mordió un trago la viuda de irradiación escultórica. -Y no te olvides que la salsa es muy amarga. Muy judía, quiero decir.
-¿Quién le puso Nazareno al perro? -emerjo del touché ipso facto con ganas de tomarme la luna y mojo un pedazo del tortón en el tinto peleador y me persigno sabiendo que todavía no pueden entenderme.
-Jesús -señaló Almá el resplandor azul lobuno de su cabalgadura.
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