jueves

BARROCO, HERMENÉUTICA Y MODERNIDAD II - LUIS IGNACIO IRIARTE

SÉPTIMA ENTREGA


INTRODUCCIÓN (6)

Cambios en la teoría de la corrupción (1)

Mención aparte merece la teoría de la corrupción. Como vimos, los neoclásicos entendieron que, tras el equilibrio logrado en el siglo XVI, los poetas habían ido abandonando la conducción racional y, por lo tanto, corrompieron el buen gus­to. Algunos críticos del 1800 ratificaron esta idea, pero le impusieron grandes
transformaciones. En un primer momento, las responsabilidades se desplazaron hacia Góngora y sus seguidores, absolviendo de este modo a los autores dramá­ticos. En un segundo tiempo, y según el proceso de jerarquización de lo no ra­cional, la decadencia empezó a explicarse a partir de una acentuación desmedida del estudio y la erudición, aspectos que sepultan o asfixian el alma del poeta.

El corrimiento hacia Góngora se encuentra plenamente en Durán. En su texto propone una historia de la literatura española que permite esclarecer este tema. Según Durán, ésta nace durante la invasión mora. La refinada cultura árabe le permitió a España sobresalir respecto de una Europa que por entonces «se hallaba aún sumergida en las tinieblas de la ignorancia» (8-9). El prestigio de las escuelas diseminadas en Toledo, Córdoba y Sevilla, en las que se ejercitaba la ciencia, la metafísica y la poesía, convocó a los trovadores nacidos en el mediodía francés. Resonaron en suelo ibérico las canciones amorosas de la poesía proven­zal. Hasta que «al fin los trovadores catalanes y aragoneses se vinieron a la corte del castellano Juan II, a mezclar y confundir la melodía sentimental y melan­cólica de su poesía, con la rica y ferviente imaginación de los moros andaluces» (10). Para Durán, España se formó de esta mezcla entre los pueblos del Norte y los del Oriente. Su poesía es «el amalgama modificado de la de aquellos pueblos» y esto es lo que singulariza el carácter español: «Sin ser [la poesía] tan exacta y filosófica como la de los franceses, es mucho más rica, brillante y fluida; y sin ser tan audaz y exagerada como la de los árabes, es más verosímil y razonable» (10-11). Para coincidir con el alma nacional, la poesía española, según Durán, debe ser el término medio, la síntesis de la racionalidad de Francia y la audacia y la exageración mora.

Garcilaso de la Vega es el primer gran representante de esta conjunción. Según Durán, el gran poeta toledano reunió las formas métricas de la poesía italiana, la expresión sencilla y sentimental de los pueblos del norte y la vehe­mente y lírica imaginación de los orientales. Luego llegó el esplendor del teatro nacional. Como vimos, Durán propone la importante tesis, que más tarde se vuelve prejuicio interpretativo, de que Lope llevó a su esplendor la conjunción entre el arte y los gustos populares. La misma idea le sirve para comprender el gongorismo y el neoclasicismo. Según se deduce de su texto, Góngora es una inclinación arábiga de la poesía española, desviación que a fines del siglo XVII contaminó también el teatro. De acuerdo con la misma lógica se puede com­prender su rechazo del neoclasicismo. En efecto, si bien entiende que el acento en la racionalidad es una reacción contra el mal gusto, al mismo tiempo consi­dera que se trata de un vicio igual de condenable, porque no responde al alma española. Para un pueblo racional como el francés, la doctrina clásica es una ex­presión natural. Pero en España esa perspectiva significa una abusiva desviación respecto del genio nacional.

En Durán, la teoría neoclásica de la corrupción se desplaza hacia Góngora y sus seguidores. Pero al explicar las causas a partir de la abusiva inclinación hacia la raíz mora, continúa considerando que la decadencia se debe a una liberación condenable de la fantasía. Tras Durán, esta propuesta empieza a cambiar. Los componentes no racionales continúan ganando el centro del pensamiento li­terario y por consiguiente la decadencia comienza a comprenderse como una acentuación desmedida del estudio y la erudición. El primer texto que se puede citar, en ese sentido, es Poetas líricos de los siglos XVI y XVII, que Adolfo de Castro publicó en la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra en 1854.

En esa antología, Castro dedica un importante espacio a Góngora. Si bien en sus comentarios señala varios hallazgos en la obra del poeta cordobés, el erudito no se aparta de la lectura a la que lo empujaba la época. Así, distingue la claridad que el poeta había alcanzado en los romances, las letrillas y los poemas sencillos, separándola de lo que también él considera como los errores imperdonables del Polifemo y las Soledades. Para esto, en la colección de juicios con los que presenta a Góngora, repone un tramo de la famosa carta de Lope de Vega, en la cual éste separa los romances y las obras sencillas de lo que el poeta se propuso luego, con el Polifemo y las Soledades. Escribe Lope en el pasaje seleccionado por Castro:

Tenemos singulares obras suyas en aquel estilo puro, continuadas por la mayor parte de su edad, de que aprendimos todos erudición y dulzura, dos partes de que debe constar el arte. Mas no contento con haber hallado en aquella blandura y suavidad el último grado de la fama, quiso, a lo que siempre he creído, con buena y sana intención, y no con arrogancia, como muchos que no le son adeptos han pensado, enriquecer el arte y aun la lengua con tales exornaciones y figuras cuales nunca fueron imaginadas ni hasta su tiempo vistas (1854: 425) (3).

Notas

(3) Lope de Vega fue incluso más severo de lo que esta cita permite ver. Le criticó a Góngora que abusara del modelo latino («no es enrique­cer la lengua dejar lo que ella tiene propio por lo extranjero, sino despreciar la propia mujer por la ramera hermosa» (Martínez Arancón 1978: 124)), y, sobre todo, lo censuró en tan­to le dio una importancia abusiva al ornato, como observa en el soneto con el que concluye la carta que citó Castro: «Más de tu Soledad el eco adoro / Que el alma y voz del lírico por­tento, / Pues tu solo pusiste al instrumento / Sobre trastes de plata cuerdas de oro» (1978: 116-126).

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