domingo

ROBERTO DE LAS CARRERAS entrevistado por ROBERTO DE LAS CARRERAS


(autorreportaje publicado en hoja suelta, Montevideo, circa marzo de 1903, y recuperado de Grandes Entrevistas Uruguayas / Edición, introducción y prólogos de César Di Candia)

“Sibarita que sienta mal en el rebaño burgués de nuestros literatos… (…) Soberbio es su estilo; la frase acerada; el período es redondo, musical, lleno, marmóreo, estatuario. Benvenuto Cellini ha burilado su taller de escritor”, escribía Julio Herrera y Reissig de Roberto de las Carreras, su compañero de la Torre de los Panoramas, antes que la propiedad de una imagen poética los distanciara. “Lucifer de los maridos, insano, explotador de su condición de hijo bastardo, exhibicionista ridículo, bufón que no puede vivir lejos del escándalo”, lo definían otros intelectuales de su tiempo. Probablemente el juicio de Julio Herrera era excesivamente benévolo y las opiniones de críticos, colegas y testigos de la Belle Époque uruguaya eran consecuencia, más de la teatralización que de sí mismo hacía el poeta, que de su auténtica personalidad.

Ególatra, arrogante, y esgrimiendo un constante desprecio por la sociedad burguesa, este poeta satanizado por sus conciudadanos, era hijo natural de don Ernesto de las Carreras, secretario del General Leandro Gómez, en Paysandú, y de doña Clara García de Zúñiga, una descendiente de patricios, heredera de una inmensa fortuna, pero de costumbres poco ortodoxas. Durante más de diez años, Roberto de las Carreras sacudió a la sociedad del Novecientos con su poesía erótica, su defensa del amor libre, sus ideas anarquistas, su dandismo, y la ostentación permanente de su condición de bastardo y de engañador permanente de los maridos. El autorreportaje que se transcribe, publicado en una hoja sin fecha, define, con rara precisión, una manera de actuar a la que sentía la necesidad de tener siempre colgada en la ventana. En esa hoja el poeta proclama, con agudo sentido del humor, sus ideas libertarias, sus delirios eróticos, las contradicciones políticas de sus ancestros, y su particular visión del país y sus caudillos.

Opinión del hombre de faldas sobre los sucesos de Estado
Entente diplomática entre los dos partidos y Roberto de las Carreras

Roberto de las Carreras constituye, sin duda alguna, sobre cualquier asunto, la opinión más original de nuestro país.

Considerando urgente conocer el efecto que ha producido, en el hombre de faldas, la reciente convulsión nacionalista, volamos en su busca.

Hallámosle ante una copa de champagne helado, en el Cenáculo, en la Torre de los Panoramas últimamente lanzada por el dios que la habita, Julio Herrera y Reissig.

Acogionos con su bien conocida elegancia de maneras.

Hicimos nuestra pregunta.

El atrevido pensador de Amor Libre, el héroe de la Revolución Sensual, el ídolo de Lisette y de la Berberisca (Sueño de Oriente), el enclaustrador de cónyuges, entretuvo, al oírnos, su negligente mirada, en las ensoñaciones bíblicas de Doré, que ilustran la Torre.

Con su risita irónica:

-Cosas de los uruguayos…

Apuró un sorbo de champagne.

-¿Alguno de los dos partidos ha conquistado su benevolencia?

-Por mi familia pertenezco a ambos. Como De las Carreras soy blanco, hijo de un héroe de Paysandú, sobrino en segunda línea de Antonio de las Carreras, el famoso ministro, el Nietzsche del Uruguay que ordenó la temeraria ejecución de Quinteros. No juzgo su conducta en estos momentos de delicadeza. No obstante él mereció bien de los audaces por su irreprensible valor. Condenole a muerte Solano López. Cinco minutos antes pidió una cigarette y la fumó sonriendo. En seguida dejose ir hacia la muerte.

Fue un gesto de elegancia jónica.

Heredero del valor de mi familia, se mi ocurriese ser pasado por las armas, no olvidaré la cigarette.

Como García de Zúñiga, soy colorado. Un caballero de este nombre, un hermoso Aramís, un refinado fantástico de una época inverosímil, poseedor de serrallos, jardines babilónicos, bosques flotantes, fastuosas riquezas, cuyos cequíes igualaban en número a las estrellas, salvó la vida a Garibaldi.

Garibaldi salvó a Italia, de donde se deduce que Italia ha sido salvada por mi familia. ¡Esa nación me debe un monumento!

-¿Cómo se explica que la heráldica, la blasonada familia García de Zúñiga, descendiente de reyes, haya formado en el partido de los inmigrantes?

-Es una anomalía… que ha sido castigada no distinguiéndose en América, los García de Zúñiga, por ningún hecho notable, excepto la salvación de Italia.

-¿Piensa usted poner su florete a disposición de Batlle?

-Mi vocación diplomática me impone una severa entente entre ambos partidos…

-¿El héroe de la Revolución Sensual, honrará a nuestra patria representándola como Secretario en la legación de París?

-Pienso ocupar ese puesto estratégico de la Galantería. He aquí la carta que persiguiendo ese objeto, remití a mi noble amigo el Presidente de la República, cuando fue exaltado:

“Sr. José Batlle y Ordóñez.
Ilustre amigo:

“Lo felicito por su caída… Batlle, ministro en una ciudad de placer, ha desaparecido ante mis ojos. No obstante, lo aclamo por ser Ud. el único que ha repetido un nombre en la Presidencia (texto ilegible) permitirá comprender que el puesto de Secretario de legación en París me corresponde de derecho.

“Como amigo, está Ud, obligado a trocar mi reciente Waterloo galante (solo los Napoleones tiene Waterloo) ¡en un resplandeciente Wagram que esta vez será definitivo! El puesto de secretario me permitirá pasar triunfalmente de Montevideo al lecho de la Cavalieri, que es la Hurí parisiense designada para mi rehabilitación de amante. Me he descubierto ante su imagen de Ud. ostentada en un balcón de la calle Sarandí. He hecho en un cenáculo su perfil de intelectual y sensitivo, refiriendo su gusto por Musset, sus delicadezas de oyente de Renan. He contado sus aventuras de París…

“¡Veintiocho intelectuales presentan plumas ante Ud!

“Al concederme Ud. el puesto que solicito, tenga la seguridad que su gobierno habrá dado la nota del buen gusto.

Roberto de las Carreras”.

-¿Cuál de los dos partidos ofrece a Ud. más probabilidades de reconocer sus gestos jónicos, su estetismo de Alejandría, sus fueros diplomáticos?

-El Partido Blanco es indudablemente el partido estético, fundado por el Petronio Oribe, de quien, como de Antonio de las Carreras, la historia ha conservado el gesto.

Carga contra el enemigo nacional en la retumbante batalla de Ituzaingó y sus soldados se arremolinan, enloquecidos por la metralla… Oribe, épico, les arroja sus charreteras a la cara, pisotea el mando bajo el fuego. ¡Se retracta de ser un general de cobardes! ¡Los soldados fulminados de valor por aquel gesto se precipitan, arrancan la victoria! Petronio ungió aquel día la frente de Oribe.

-¿Es cierto que tiene Ud. sangre del vencedor de Ituzaingó?

-Me enorgullezco de mis lazos de familia con el héroe.

-¿Qué opinión tiene Ud. acerca de Rivera?

-Un sirviente de Oribe a quien a quien el Petrónico, magnánimo, confirió grado, un plebeyo, un insolente que se rebeló contra su amo y señor, un sublevador de chusmas que no hallaron su Espartaco…

-¿Qué opina Ud. del rol de Garibaldi en América?

-Fue un Jefe de montoneras, un inconsciente…

-¿Lamenta Ud. que uno de sus nobles antepasados le haya salvado la vida?

-Jamais de la vie! Venero el rasgo de García de Zúñiga como uno de los más excelsos timbres nobiliarios. 

¡El que ejercitó al azar sus armas en América fue apóstol civilizador en Europa! En mi concepto, Garibaldi fue víctima de una obcecación.

-¿No le concede Ud. vistas de político?

Roberto, sonriendo:

-A lo más un alma ingenua… Oribe, Presidente legal y constituido, desposeído brutalmente del mando, pidió auxilio a Rosas, tirano de la Argentina. La severa diosa de los seculares relatos empieza fruncir el ceño, a vacilar contra los explosivos contra Rosas, sobre su aureola de adjetivación funesta… ¿No estuvo limpio de muchos crímenes que se cometieron en su nombre? ¿La Mazorca fue obra suya? No se han decidido bien esos puntos. ¡Él desafió a Europa y la venció! Es la mayor gloria americana.

Que mi ilustre antepasado Oribe se uniese al discutido Rosas fue un acto impolítico, al menos del punto de vista de la luz enferma predominante sobre aquel centauro. Rivera, el usurpador de mi familia que extendió su garra sobre el Cerro, posesión de mis abuelos, era un desamparado parvenu. Un mal gesto de Petronio lo iluminó, trocándolo en héroe. Si Oribe no se hubiese embarcado en Rosas, su empleado no incomodaría a la historia con sus pretensiones de libertador…

Una pausa.

-Garibaldi, ofuscado por su imaginación roja, italiana, no vio más que a Rosas…

Su heroísmo fue un rasgo de bonhomía. Creyó defender la libertad luchando apasionadamente por las ambiciones oscuras de un subalterno… Habla la historia.

-Los rojos insisten en no reconocer la historia. Idealizan a Rivera.

-Es cierto. Están obcecados. Son sus propias víctimas. Son los enemigos de la patria. El partido bermejo dio  lugar a los dos partidos en que se desmembra la nacionalidad. Tal es la obra de Rivera. Si estos niños continúan nos amenaza el protectorado.

-¿Lamentaría Ud. que el Brasil nos copase?

-Me es indiferente… Habría gustado de la intervención del Brasil coronado de don Pedro, pero tratándose de Repúblicas burguesas… ¡bah! -echó a volar una nubecilla de humo… Soy, como diría el dios Julio, un soñador del sultanado… ¡Entrego la patria a Constantinopla a trueque de un harem!

Al sentirse voces de que Batlle proclamaría la Guardia Nacional, el dios Julio, voluptuoso, morfinómano, determinó, con vehemencia, que el Cenáculo proclamase oficialmente, por mi parte, la neurastenia nacional, y por la suya ¡la morfina nacional!

-¡Delira Ud, señor de las Carreras!

-¡Es propio de los cuerdos!

-¿Concibe Ud. algún medio de salvar a la República?

-Dividirla en dos. Crear dos repúblicas, una blanca y otra colorada. Es una idea que me sugiere la naturaleza. ¿El Río Negro separando fraternalmente la República, en dos partes iguales, es una profecía geográfica?... Hay un inconveniente que se me ha hecho notar. El Partido que percibiese el dominio del fragmento norte, perdería la capital Montevideo. Eso podría subsanarse fácilmente echando Montevideo a la suerte. Sol o número. El partido que perdiese se consolaría con la ciudad de Durazno, que ha merecido el honor de ser proyectada capital de la República.

No veo otro recurso a menos de la extinción de un partido por el otro… Concepción que la experiencia histórica descalifica. Hace cuarenta años que el Partido Colorado la puso en práctica tratando de ahogar al partido adverso persiguiéndolo, se fortificó en la desgracia, y lanza hoy desde las selvas en que se refugiara, un rugido retemblante de león, que ha erizado la melena de ese otro león, Batlle.

-¿Es cierto que sus cosas de Ud. hacen muy feliz al jefe de los rojos?

-Soy la sonrisa de ese hombre ilustre, la gracia de su gobierno.

-Como anarquista, a la vez que como García de Zúñiga, no reconoce Ud. a sus hermanos, en los rojos?

-El rojo rosista de mi chaleco, símbolo de la libertad que solo nace de la sangre, es una mistificación en cuanto divisa de un partido que no es rojo sino colorado… Una observación aguda de sus hombres me permite pontificar que son los colorados burgueses misoneístas, como los blancos; que su divisa no es un rojo filosófico sino pictórico… Han arruinado a la nación. Han aumentado la deuda en ciento de millones. ¿Pueden llamarse rojos, los que apalearon a la anarquía, durante el gobierno de Cuestas, los que pretendieron asesinar por la espalda al propagandista anárquico Gualianone? Casi estoy por decir que los rojos son los blancos… ¡Ea!

Roberto apuró su copa de champagne.

En ruidoso regocijo.

-He aquí que resulto defensor de los blancos, yo, el sultán que no tengo más preocupación que la mujer, yo, ¡el hombre de faldas!

-Nosotros -dijimos- admiramos en Ud. al descendiente del dios de Ituzaingó, al sobrino de Antonio de las Carreras, varón digno de los tiempos de Roma que retó a los ingleses a desembarcar en Montevideo a causa de un mal entendido diplomático, intimidándolos, obcecado por las Euménides de la venganza, señoras de la época, pero que halla su excusa en la valentía con que recibiera la muerte que él dio; admiramos al bastardo del amante Ernesto de las Carreras secretario de Leandro Gómez. Héroe chamuscado en mil escaramuzas, que vio, impertérrito, morir a Píriz, que propuso al flamígero Gómez en el momento del supremo aprieto abrirse paso con los pechos y las armas, a través de los brasileros, ¡de innúmeros Flores que ahogaban la plaza!

Roberto se inclinó:

-Es cierto. Soy de una gran nobleza nacionalista.

-Su solo nombre es una bandera revolucionaria. Podría Ud. ponerse a la cabeza de la rebelión urbana. La revolución tendría así dos jefes, uno en los campos: Saravia; otro dentro de la ciudad: Ud. Batlle sería tomado entre dos fuegos…

Los labios del esteta se erizaron con aérea ligereza.

-He recibido a ese respecto proposiciones del mismo Saravia, que rehusé con toda la cortesía que se merece el adalid de los blancos. Dije al enviado: los estetas no combatimos, no discutimos siquiera. Sólo tenemos sonrisas, gestos… por lo demás respeto mi entente personal…

-Esteta, ¿cuál debe ser en su opinión el gesto de Batlle?

-Devolver a los blancos las dos jefaturas usurpadas por el traidor Acevedo. Observar el pacto. El gesto obliga. De lo contrario, el Presidente se hará culpable ante la Anarquía de un atentado al derecho.

-¿No tiene Ud. ningún partido?

-Sí, señor.

-¿Cuál?

-¡La Anarquía aristocrática!

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