domingo

OBDULIO VARELA (2): LA GLORIA TAN TEMIDA II (con la Orientalidad al palo)


por Franklin Morales

(reportaje recuperado de Grandes Entrevistas Uruguayas / Edición, introducción y prólogos de César Di Candia)

 SEGUNDA ENTREGA

Pariente de los dioses, pariente de los hombres

En esos tiempos vivía en Capitán Vidiella y Soca. Hacía seis que se había casado con la hija de un matrimonio húngaro que buscó, en la tercera de un transatlántico, escapar a la asfixia de una Europa envenenada de guerra. Se conocieron apenas salidos de la infancia. Cuando él echó mano de lo que encontró más cerca y se quedó con un pico entre las manos, abriendo zanjas en la calles para obras sanitarias. Le atrajo su alegre despreocupación de entonces, su desparpajo para llamarla “Rusita” sin conocerla, para inventarle sobrenombres, “Catalana”, “Rusita”… Ella nunca fue amiga del fútbol. Lo comprendió desde el mismo día que se casaron. Esa tarde estrenaba zapatos de taco alto, y el juez y un grupo cada vez mayor de caras expectantes, los sometieron a la tortura de hablarle dos horas seguidas de fútbol.

Desde Río de Janeiro le envió un telegrama pidiéndole que no llevara los niños al aeropuerto y de noche abrió la puerta extrañamente vestido: un sombrero hundido hasta los ojos y un impermeable de solapas levantadas.

-No me vio nadie, di un rodeo y no me vio nadie.

-¿Y de dónde sacaste ese sombrero y ese impermeable?

-Los pedí prestados…

Se enteró que los vecinos habían construido un inmenso letrero luminoso para recibirlo y él jamás comprendió eso de la fama.

-Yo nunca lo pude entender. Nunca llegué a saber qué es eso de la fama. Nunca me gustó, al contrario, fue una molestia, una incomodidad, un fastidio. ¿Fama? ¡Por favor! ¡Déjenme vivir tranquilo!


La increíble espera

Reservado, introvertido, a veces hosco. Obdulio es una imagen que desconoce el otro Obdulio, este que gesticula, que termina las frases con una guiñada, que se ríe a carcajadas, que silba, que espía la reacción de quien tiene enfrente, seguro de sí y seguro del efecto que produce esa su alegre, despreocupada seguridad.

Pero la fama es un fantasma, un inasible, es la opinión que la gente se forma sobre una persona. A medio camino, emparentado con los dioses y emparentado con los hombres, Obdulio debió reconocer que esa opinión manda y tampoco comprende que la ignoren. Impera pero difícilmente acepta condiciones… Hace unos quince años lo entendió bien. Eran las cinco de la mañana cuando invitó a un aterido visitante a pasar a su casa. Sirvió café y cognac. Hacía cinco tumultuosos días que el periodista aguardaba en la vereda que Obdulio lo atendiera.

-No lo atendí porque usted es de O Cruzeiro…

-Sí, yo trabajo ahí, pero…

-El “pero” lo pongo yo: su revista publicó una fotografía mía de espaldas, tratándome de salvaje porque no permitía ser fotografiado.

-Perdóneme peor me cuesta creerlo. Ahora me enviaron especialmente a Montevideo a entrevistarlo.

Allí terminó el diálogo. Comprendió la actidud de Obdulio y se fue sin hablar de otras cosas. En Brasil publicó la fantástica aventura: cinco días frente al domicilio de “Obidulio”, un minucioso relato de lo observado desde la acera, los visitantes, las salidas, las entradas, la hora en que se apagaban y encendían las luces, la llegada de los proveedores…


La predicción de la gitana

Golpean a la puerta. No se mueve. Espera que venga su mujer. Quedamos en silencio expectando al visitante. Entonces repaso la conversación, me hundo en esta charla que lleva ya tres horas… Me acuerdo del Moisés de Vigny. A Obdulio le persiguió la misma angustia, le atormentó la misma soledad, el mismo cansancio, cuando desde la cima de su grandeza pide la nada. “¿Qué os he hecho para ser vuestro elegido?”, también él podía protestar…

-¿Está el patrón, doña?

Lo dijo y ya estaba adentro. No sé si lo reconoció. Tampoco sé si lo conocía. No sé si los gitanos también juegan al fútbol.

-Vení que te adivino tu suerte, vení.

-¿Para qué? ¡Dejame tranquilo! Yo tengo mucha suerte.

-Mirá que son diez pesos nada más…

-Tarifa económica para los pobres. ¡Está bien! Pero con esa plata me voy a Parque Rodó a jugar a las bochas…

-Bueno, pero dame un cigarro…

-No fumo. No te podés llevar nada.

Cuando se va le pregunto a la gitana si lo conoce.

-Yo no necesito conocerlo para saber que es muy bueno y que va a morir bien viejito…


Suiza

-Si en Brasil nos llenaron a pelotazos, Obdulio, ¿lo de Suiza qué fue?

-Yo le decía que en este país cambió todo. Y no de un día para el otro. Si en el cincuenta ocurrió lo que le dije, ya en Suiza la cosa fue peor… La descomposición empezó acá. Estaba todo mal hecho. La gente se acuerda de la lesión de Abbadie y la mía. Eso nos afectó. Pero sin eso se arreglaba poco. Se venía desmoronando todo. Un crimen. Un campeonato lindo para ganar. Acá en la preparación se hizo una gira por Perú. Cuando me enteré fui a la casa del arquitecto Cattáneo que era presidente de la Asociación y le dije, “me quiere explicar qué es lo que vamos a ganar en Perú”. Casi me mandan a la silla eléctrica… ¡En Europa se jugaron tres amistosos y se acabó la preparación! Tróccoli agarró la batuta, se hizo dueño absoluto. Se hacía lo que él decía. En cuanto llegamos se le puso que había que “espiar” a los húngaros. Señor mío, eran ellos quienes tenían que pensar en nosotros. Juancito López agarró para el mismo lado: hay que ir a verlos entrenar. Eran el cuco. Y los “elefantitos” que iban en la delegación estaban para cualquier cosa. Después había otro grupo en que se consideraban campeones del mundo sin jugar… Claro, cuando terminó todo, vinieron las excusas. Eso es el fútbol nuestro de un tiempo hasta acá…

-¿Qué diría a los jugadores que van a un Mundial?

-¿Usted cree también que es una “fiesta deportiva”? Entonces es un lírico. Un Mundial es la guerra, donde vale todo. Si puede sacar a un individuo de una patada en el pecho, que lo saque.


Don Pepe y don Luis

-Batlle.

-¿Cuál?

-Don Pepe y don Luis. A don Pepe no lo conocí pero a Luis sí. Era bravo el viejo. Pero tratable, buena persona. ¡Quería ser técnico de Wanderers! ¡No sabía en lo que se metía! El calor que me hizo pasar cuando volvimos de Maracaná. Estaban todos ahí y me dice: “Te me fuiste de Wanderers, Obdulio”. Una vez lo fui a ver a la presidencia. Pasá. ¿Qué precisas? No alcancé a decirle nada. Nos pusimos a hablar de fútbol y me fui sin plantearle nada. Era un hombre bárbaro. El hijo es distinto. Agarró otra época también, el país fundido, el Partido Colorado dividido por intereses personales, es brava la cosa, bravísima. ¡Cómo estaremos que fuimos a pedirle fiado para comer a los bayanos! Esta  “querida República nuestra” está a la miseria. Y nadie lo puede arreglar. ¿Qué podía hacer Gestido? ¿Usted cree que es trabajo para un hombre solo?

-Aquel “manifiesto por la paz” impulsado por el Partido Comunista que usted firmó hace varios años, ¿fue una toma de posición política que después abandonó?

-¡Noo! Usted no sabe las vueltas que me hizo dar eso. Un día viene Romeo Gavioli, a quien conocía desde chico en la Comercial, y me pide que firme. Me dijo que era un manifiesto. Firmé. ¡Se armó un lío enorme! Justo cuando estaba buscando laburo. Yo no sabía que Romeo “estaba del otro lado”. Lo fui a buscar a la casa. Casi más lo mato. Yo creo que estaba mal de la cabeza por pensar en esas cosas…

-¿Qué cosas hace mal pensarlas?

-Yo no sé… Yo pienso para adelante. Nunca miro para atrás. ¿Sabe lo que pasa? Que uno se pone a pensar en la vida y capaz que se enloquece. Tal vez le pasó a Romeo. Sobre todo ahora que nadie sabe dónde va a parar nada, que todo es un remolino…


Chupasangre, muertos de hambre

-¿Qué pasó cuando la gitana aseguró que era un tipo muy bueno?

-¿La verdad? Me acordé de los niños del doctor Caritat… ¿Nunca fue a verlos? Cuando sale de ahí no es el mismo de cuando entró. Yo lo acompañé siempre a Caritat, una gran persona. Cuando hicimos el festival con los jugadores de Brasil de la final de Maracaná, comprendí que aun esas causas encuentran montañas. Parece mentira. Los dirigentes de la Asociación no querían que usáramos la camiseta celeste. ¿Se da cuenta qué cosa chiquita? Tuvimos un lío enorme. Yo le dije a Caritat y a los muchachos, “jugamos con la celeste, ¿qué nos pueden hacer? ¿Qué hicieron ellos por el fútbol?”. Y se acabó el partido. Lo decidimos asó. Lo más triste es que después hicimos una cena y fueron ellos. Tuve la suerte de poder decírselo, Muertos de hambre, Chupasangre… Ahora Caritat quiere organizar un par de partidos internacionales a beneficio de los niños lisiados. Yo le digo que es bravo conseguir apoyo, es bravo, aunque parezca mentira. Pero en eso estamos.


Los hinchas

-¿Qué es un hincha de fútbol?

-Muchas cosas… aunque no le podría explicar exactamente lo que pensaba en los tiempos que jugaba. No me acuerdo. Aunque me ponga, no me acuerdo. Ya le dije: al pasado no hay que sacudirlo mucho…

-¿Cuál es, entonces, su visión actual del hincha?

-Si le sirven algunos hechos se los cuento.

-Escucho.

-Yo voy poco al fútbol. Ya le expliqué. Pero suelo animarme. Una tarde fui a ver un clásico y ganó Nacional. Siempre voy a la Amsterdam, y cuando salí, un matrimonio con un banderín se puso a gritarme “Nacional, Nacional”, “que no nos gana nadie”, y esto y lo otro. Yo los felicité. Seguí para la cancha de Misiones y me los encuentro allí. Entonces pensé “estos japoneses me quieren agarrar para ellos” porque en cuanto me vieron, me volvieron a la carga gritándome “que Nacional es esto y lo otro”. Sigo rumbo al velódromo y ellos atrás mío… Entonces me paro y les digo “pianten mosquitos, al final me agarraron de hijo”.

¿Se da cuenta? ¿Resollando por la herida después de tantos años? Muchos meses después fui a ver a Rocha, porque me decían que eran un jugador extraordinario, un fenómeno. Cuando terminó el partido me quedé esperando que se fueran todos. Parados detrás había seis o siete tipos que empezaron a conversar. “Se acabó el fútbol de antes”. “Vas a ver que vienen para nosotros”, les digo a Víctor y a Romerito. ¡Justo! Que los tiempos de Obdulio, de aquí y de allá. ¿Por qué será que uno va a divertirse y sale amargándose? Me di vuelta y les pregunté si se acordaban también de los tiempos cuando me insultaban, cuando me decían “Negro patadura”… Yo no digo que el tiempo de antes fue mejor. Digo que era otro fútbol. ¿Le sirve para algo todo esto?

-Claro. Ahora me gustaría que me hablara de ese Rocha que fue a ver y de Peñarol.


Ni Rocha ni Pelé

-¿Usted piensa que Rocha es un gran jugador?

-Pienso que sí, pero a nadie le importa. Lo suyo es distinto.

Yo mire, para ver otro como Hohberg… Ese sí extra extraordinario. ¡Cristo madonna! Después de él no se puede hablar en ese puesto de nadie excepcional. Ese fue la medida para mí.

-¿Y Peñarol?

-Pienso que le falta mucho para ser equipo de fútbol. Para poder decir “esto es un cuadro”. Si usted grita “¡loco!” se tienen que dar vuelta varios…

-¿Vio a Pelé?

-Nunca.

-¿Y cuál fue el mejor jugador de fútbol que vio?

-Muchos, muchísimos. No podría decir “este” o “aquel”. Aquí y en Argentina se jugó el mejor fútbol del mundo, surgían grandes jugadores todos los días. Pero ya que me habla de Pelé le voy a contar algo. La vez pasada estuve en Río y me llevaron a un programa de televisión. En el programa estaban Barboza, Adhemir y aquel juez Mario Viana. Entonces me preguntaron lo mismo que usted. Les dije que el mejor brasileño que había visto era Domingos da Guía. Sin temor a equivocarme. Se quedaren pasmados. Esperaban que dijera Pelé o Adhemir…


En el 48 el mejor postor

-Cuénteme una amargura.

-¿Para qué? ¿Para qué te vas a hacer problema sobre lo que pasó ayer cuando todos los días vienen cosas nuevas?

-Pero usted no es un tipo cualquiera, esa sería la respuesta que podría dar yo. El que lea esto pensará que el Obdulio de hoy es un escéptico gratuito. ¿Por qué no le explicamos entonces algunas cosas que ensucian todo, que salpican hasta a los escogidos? ¿Sabe? La gente piensa que ustedes convierten en oro todo lo que tocan.

-Le voy a contar lo que me pasó durante la huelga de jugadores en el 48. Un año antes del equipo del 49, dos del Mundial de Brasil, en fin. ¿Sabe lo que querían hacerme? Venderme. Eliminarme no sólo de Peñarol sino del país. Venderme a la Argentina. Dijeron que yo era el cabecilla de la huelga y Hirsch quería que fuera a practicar a Boca. Fuimos una mañana a un hotel. Estaba el presidente de Boca. “¿Qué toma? ¿Whisky?”. “Bueno, whisky”. Después los oí hablar. Cuando terminaron saqué la cédula, la abrí y les dije: “Yo soy fulano de tal, vivo en tal lado. Si se molesta Boca a verme a mi casa y me agarran de buena, puede ser que les diga que voy a jugar, a practicar ni loco. Muchas gracias señores, lo he pasado muy lindo, salute.” Como no prosperó eso de venderme, me mandaron llamar de la sede. Ahora querían que firmara contrato. Pero ya sabía muy bien la gente que tenía adelante. Un ex-dirigente ahora fallecido, muy conocido, en la cancha de básquetbol que tenía Peñarol en la calle Colonia, se cansó de decir que yo era esto y era lo otro porque le hablaba a los jugadores para mantener la huelga. Llegó a decir que yo era un traidor a la institución. Entré a la sala de sesiones y quedaron todos mirándome. Empezaron a hablar. Hirsch, ese dirigente que le hablé. Todos hablaban de contratarme porque Obdulio era un fenómeno y nunca habían visto una cosa igual. Estaban todos conformes. Habló todo el Consejo Directivo. Cuando terminaron me tocó a mí. “¿Ustedes están bien seguros de lo que dicen?”. “¿Por qué, Obdulio, pregunta semejante cosa?”. Porque me parece que están muy mal ustedes y lo digo por usted, usted y usted, que se han aburrido de decir cualquier cosa de mí. No me explico cómo es posible que contraten a un sinvergüenza. Entonces los sinvergüenzas son ustedes que quieren contratar a ese bandido. Si soy dirigente lo echo de la institución. O de lo contrario soy un mentiroso, un lengualarga, un pirata. No señores. Yo acá estoy demás después que me he enterado de todo lo que hablaron de mí. ¡Que lo pasen bien, eh!...


¿Usted es entrenadora?        

Después empezó el desfile por la casa de Capitán Videla. Primero Nozar. Pregúntele a él. Un día llego al mediodía y me encuentro de Ferrosmalt descargando una cocina a querosene. Yo la precisaba, eso lo sabía bien.

“¿Quién la mandó? Mi señora no la compró, yo tampoco, entonces, ¿de dónde salió?

“-La mandaron de Peñarol -me dice el repartidor… -¡No, señor! ¡Llévesela de vuelta! Yo no acepto absolutamente nada. ¡Que lo pasen muy bien!

“Después vino Allaume. Yo tenía un perro de policía en la puerta. -Guarda que el perro salta -le dije-, y no me hago responsable de nada.

“Me vino con lo mismo, y le canté las cosas claritas. Había mucho “elefantito” alrededor. Yo tenía brazos, no precisaba jugar al fútbol para vivir, gracias a Dios. ¿Sabe dónde trabajaba? De albañil con mi suegro. Y mi mujer cosía para afuera, como ahora…

-Era su vieja ocupación…

-Empecé cuando estaba en Wanderers, en una empresa constructora de un dirigente. Pero la verdad es que no hacía nada. Hablaba, eso sí, hablaba… después de Allaume vino la mujer de Hirsch. “No señora, está equivocada, no son asuntos suyos. ¿Usted es entrenadora para que venga a hablarme?”. Se fue. Vinieron todos. Al final entré. Por la gente, por la hinchada, por alguna bien que había… ¡Ladrones! ¡Sinvergüenzas! ¿Le parece poca amargura?


La colecta para la casa

-¿Sabe en qué pensaba cuando le pedí que me contara una amargura? En aquella colecta para regalarle una casa…

-¡Por favor! ¡No me haga hablar de eso!, fue en el 54. Se formó una comisión enorme. Me llevaron a ver una por la calle Bartolito Mitre. Linda casa. Costaba $ 45.000. Terreno grande. La vi. Me gustó. Empezó la colecta. Una tarde, un ex-jugador de básquetbol de Peñarol me para y me dice: “¡Marcha fenómeno todo, Obdulio! ¡Yo solo vendí bonos por $7.000!”. Y así me voy enterando de la marcha de la colecta. Íbamos para afuera, a todos lados… ¿Sabe cuánto me entregaron? ¡¡¡$10.270!!! Entonces Peñarol puso 10.000 pesos más. Yo tendría que haber dicho cualquier cosa. Pero dije muchas gracias. Ya sé cómo son ustedes, muchas gracias por todo, ¡que lo pasen bien! Así es la vida. Siempre tienen razón, una declaración de ellos vale más que lo que pudiera decir uno… Pero esa fue otra amargura grande. Si el jugador erra una pelota, ellos le dicen “vendido” y se acabó: “Vendido para toda la vida”.

-¿Conoció jugadores “vendidos”?

-Yo no creo que nadie se venda. Pero que las hay las hay. Hay gente buena y gente mala, como en todos lados. Aquí se deschavó una cuestión contra Wanderers. Yo un día hablé por teléfono a la sede en vísperas de un partido con Nacional; aquella denuncia de Sagastume. Donde hay intereses hay un poco de todo. Desde el comienzo del fútbol pasa eso. Desde que la plata es plata. Y cada día se juega más plata en un partido.


La historia de la casa propia

Con los dos mil quinientos pesos ganados por azar en Maracaná, Obdulio compró un Ford del 31. Al poco tiempo se lo robaron. Meses después recibió en su casa unas líneas garabateadas desde una celda de Punta Carretas. Por los misteriosos caminos que los unían al mundo de los vivos, los ladrones le pedían disculpas, “no sabían que era de él”; cuando se enteraron, ya lo habían desmontado y vendido a una casa de repuestos. Le daban la dirección y le confesaban que era el primero que robaban… Se organizó una colecta y le regalaron un Ford del 36, que está en los cimientos de esta casa donde vive, aquí en 20 de febrero.

-Es lo único que me dio el fútbol, lo poco que tengo es lo que ve.

Obdulio fue siempre despreocupado para lo suyo. Lo del terreno y la casa tiene una curiosa historia. El terreno lo compró sin saber dónde quedaba y nunca lo fue a ver.

Un día llegó un camionero amigo a pedirle plata. 800 pesos. Ochocientos pesos fuertes para comprar cubiertas. Le ofreció un terreno que estaba comprando a plazos.

-¿Por dónde es?

-En la calle 20 de febrero.

-¿Y dónde queda eso?

-En Villa Española…

Aceptó. Más por ayudar al amigo que por especulación inmobiliaria, aceptó. Pasaron años, fracasó la colecta para regalarle una casa, pasó el fútbol y la gloria sólo eran recortes viejos guardados en tres valijas sobre el ropero. Su mujer compró un cuaderno y vendieron el auto: ya habían tomado la decisión de hacerse cargo de la construcción. Rayó el cuaderno y en las columnas hizo el presupuesto y dibujó los planos. Tenía experiencia: su padre era constructor y ella ayudaba a liquidar jornales, a seguir el imprevisible rastro de los préstamos, a preocuparse por el hierro redondo, la arena de río y los ladrillos de campo… El ingeniero Butazzi no le cobró “la firma”. Estuvo tres años yendo y viniendo pero la terminó: le había costado $50.000 que aun reembolsaban al Hipotecario. Jardín, tres dormitorios, dos baños y un fondo con gallinas. Hace nueve años la casa estaba pronta pero él no quería ni siquiera conocerla: tenía ofertas para alquilarla, se la querían comprar. Y rogaba que no lloviera: todavía 20 de febrero era de tierra y con el agua era intransitable, el paso lo regulaba el calendario de las lluvias. Fueron en un taxi. Se pararon enfrente y él no quería creer que aquella que veía era la casa. Se puso a llorar de alegría, de agradecimiento.


Este extraño sacerdote

Se mudaron, esa noche hicieron unos pollos, tomaron vino. Tal vez él haya sentido como nunca que comenzaba otra etapa de su vida, en esas paredes suyas, amigas, que se quedaban con los hijos y su mujer. Porque Obdulio nunca sintió abandonar el fútbol. Para él fue mentira la desesperación de aferrarse a lo imposible de un almanaque que no da vuelta sus hojas… ¿Sabe por qué? Porque lo de Obdulio estaba mucho más allá de la valoración común en el jugador de fútbol. Tenía otros cimientos. No había necesidad de ser crítico y bucear en la trastienda técnica para saber que era diferente a todos. No había que ser crítico para detectar aquella su inmensa autoridad, la subyugante potencia de su figura altiva, a la que nadie fue indiferente. Obdulio fue un fenómeno emocional, por definición caudillo, cabecilla de la ola de fe que recorría sus equipos. Pero sin proponérselo. Sin recurrir a postizos. Era así porque se jugaba por los demás. Porque no se escondía nada para él. Y eso era una necesidad, una forma de encarar la vida, una íntima convicción de su manera de ser. Tenía mucho de paternal porque había vivido más que ninguno. Era el extraño sacerdote de la profunda sabiduría, capaz de esclarecer misterios mentales sin haber terminado la escuela, habiendo aprendido todo, pico en mano, abriendo zanjas o baldeando mezcla por los andamios. Intuyó la angustia de este hacerse diario que es la vida, aprendió el precario equilibrio de todo, intrínseco a la condición humana, comandado por una angustia que arrastra desde que se dio cuenta de que estaba enfrentado a la vida, lanzado quién sabe de dónde, diariamente comprometido a una elección en la que muchas veces faltaron puntos de apoyo… Lo aprendió y lo aplicó a los demás, olvidándose de sí mismo.

Sin estruendo, sin hipocresía, proyectó su mundo por encima suyo y son esos para quienes le conocen, los caminos de su inmortalidad, a pesar de Maracaná, la gloria tan temida.
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PARA LEER LA PRIMERA PARTE DE LA ENTREVISTA - CLICK AQUÌ

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