jueves

LUIS IGNACIO IRIARTE - BARROCO, HERMENÉUTICA Y MODERNIDAD II



PRIMERA ENTREGA


INTRODUCCIÓN

En la primera parte de este trabajo («Barroco, hermenéutica y modernidad I»), describi­mos los textos de algunos críticos, escritores e intelectuales del siglo XX que se ocuparon de la cultura europea del 1600. A partir de sus trabajos, distinguimos dos perspectivas: una perspectiva que afirma que existe un retorno del Barroco en la época contemporá­nea y otra que considera que el Barroco es inseparable del 1600 europeo. Luego extra­jimos una serie de ideas compartidas. En esta segunda parte proponemos una mínima reconstrucción histórica de esos ejes de interpretación.

En «Barroco, hermenéutica y modernidad I» partí de la recuperación del Barro­co que se dio entre fines del siglo XIX y principios del XX. Aparecieron, por en­tonces, las importantes lecturas de Heinrich Wölfflin, Werner Weisbach, Walter Benjamin, Eugenio D’Ors, Dámaso Alonso y Alfonso Reyes, entre otros. Según sostuve, en sus textos hay una interacción de dos perspectivas: los autores recién mencionados proponen una reconstrucción de los significados y las estructuras históricas del arte y la literatura del 1600 y a la vez algunos de ellos establecen contactos entre esa época y la contemporaneidad. Hacia mediados del siglo XX, estos lineamientos comenzaron a separarse. Esto no significa una clara divisoria de aguas, sino que lo que existe, más bien, es una acentuación de alguna de las perspectivas puestas en juego. Así, organicé los textos a partir de una «hipótesis del retorno», que considera que el Barroco vuelve en la actualidad, y una «hi­pótesis historicista», de acuerdo con la cual las singularidades del Barroco son inseparables del siglo XVII. A pesar de que se diferencian en muchos puntos, todos los críticos y escritores considerados en ese trabajo coinciden en tres ideas básicas: el Barroco es la expresión de una crisis, constituye el nacimiento de la modernidad y el origen del sujeto moderno. Por supuesto, estas ideas no agotan la cuestión. Pero ocupan el centro de la imagen que el siglo XX tuvo de la cultura del XVII. Sin embargo, y en este punto terminó el artículo anterior, estas claves de lectura no aparecieron de golpe al desocultar el pasado, sino que son ejes que los críticos y escritores le impusieron al período, volviéndolo comprensible y asignándole un sentido dentro de la historia. Sugerí, asimismo, que las tres ideas tienen una historia compleja. Puse como ejemplo la palabra crisis. Su significado actual (fin de una época y apertura de una nueva) es muy tardío. Surge en el siglo XX y, para este caso específico, opera como una forma de transformar positivamente la idea de decadencia con la cual los neoclásicos habían condenado lo que nosotros llamamos la literatura del Barroco.

Otro ejemplo, no incluido en la primera parte de este trabajo, se encuentra en la alternancia de Wölfflin entre lo Clásico y lo Barroco. Según Wölfflin, la representación clásica opera en la razón (el pintor representa el mundo tal como debería ser y no según aparece a sus ojos), mientras que la representa­ción barroca se coloca en lo sensorial (el artista muestra el mundo según lo ve, con matices de luz y claroscuros). Esta oposición significó para la época un avance fundamental. En primer lugar, discutió la idea de que el Barroco era un apéndice decadente del Renacimiento y se presentó como un esquema para la comprensión de la historia del arte. En segundo término, sentó las bases para considerar el Barroco como el nacimiento de la modernidad, al menos en lo que respecta al campo de las artes. Pero la oposición entre un período y otro no era nueva. Si pasamos al campo de la literatura, ésta aparece con el neoclasicismo. Como ha insistido la crítica, y en particular se pueden citar las conclusiones de Begoña López Bueno (2005), fueron los críticos y escritores del siglo XVIII los que comenzaron a identificar el 1500 como el Siglo de Oro, período fructífero, racionalmente organizado y comparable al de la Antigüedad Grecolatina, en oposición a la corrupción y la decadencia de las letras durante el XVII. Por supuesto, entre este primer esquema y las reglas de Wölfflin hay un proceso sumamente complejo. De todos modos, la estructura está puesta en marcha ya desde el 1700.

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