martes

LA VUELTA DE ARTIGAS - ALBERTO METHOL FERRÉ


(prólogo a un ensayo de José María Rosa)
¿Y así tenía que ser, así será y haremos que sea. ¿Quién puede rescatar a Artigas sino el pueblo? ¿Qué otro puede lograr que Artigas preste oídos desde su reclusión? ¿Puede volver, en su ley, de otra manera? Así lo quiso voluntariamente -sordo a los requerimientos de retorno del gobierno uruguayo- y quedó aferrado treinta años a la vida de muerto del destierro en sus selvas paraguayas, los treinta años más pobres, heroicos y mudos; victima y testigo insobornable de la frustración de la unidad nacional. Por eso Artigas sólo retoma vigencia por la empresa de unidad nacional y popular latinoamericanas.
Recién ahora el exilio de Artigas está tocando su fin. Una cosa remota, un drama que nos enseñaron como concluso, José María Rosa -aunque no lo formula extensamente- viene a decirnos que no, que todavía no tuvo desenlace y que es esta nuestra tarea. Un drama del ayer que se trasmuta en fuerza y justicia de nuestra esperanza.
Su recuerdo -y recuerdo es repasar el corazón de nuestra vida- será cada vez más presencia. Y ella nos pone de lleno en el centro de la actualidad rioplatense, en una dualidad cuyos términos se encuentran en guerra: por un lado la ausencia de una política nacional, por otro la emergencia avasallante de la conciencia histórica nacional. Esa es nuestra crisis de hoy: la contradicción frente a la supervivencia de una política antinacional ascendente. Nuestra tragedia y asfixia reside en esa contradicción aún no resuelta. Una conciencia histórica eminentemente popular que todavía no se ha hecho política vigente. Una conciencia ahistórica impuesta por la oligarquía y el imperialismo, en declinación, delgada y anémica, que todavía es política. Claro que ese desencuentro entre conciencia nacional y política oficial tiene mucho mayor intensidad en Argentina que en Uruguay, pero no tengo duda, dentro de poco emparejaremos todo.
Tenemos, pues, los términos del conflicto, la batalla entre conciencia histórica popular que no genera la política total, y una política que ha perdido pie en los estratos de la creencia colectiva y aparece hoy retrospectivamente al desnudo, tal como fue: minoritaria, oligárquica, antinacional, desde su origen mismo Si, como anota Rosa, “la historia es el alma de los puebles”, nos encontramos que habíamos perdido el alma. Porque la dependencia de un pueblo, la balcanización, es derrota, es quedar forzado a una historia que hacen otros, es una pavorosa alineación colectiva padeciendo la historia desde fuera, desviviéndonos. Tal nuestra desgracia, la de Latinoamérica entera: más que vivir hemos desvivido.
Historia desvivida es la que sólo cuenta con martirios (se entiende que hablo en términos políticos y no religiosos). Historia desvivida es la que encuentra en la revista Sur su expresión. Alienarse es desvivir, alienarse es exilio y éxodo. ¿Dónde se nos fue el alma? Y aquí nuestra gran paradoja: los destierros y muertes de San Martín, Artigas, Bolívar, Rosas, Solano López, Facundo, El Chacho y tantos otros, ¿fue de ellos o nuestro? ¿Quién se exiló, Artigas o el Uruguay? ¿San Martín o Argentina? Una vez dije que nuestra historia era una “dialéctica de los destierros”, de los que partían y los que quedaban, de vencedores y vencidos. Y todo ello agravado porque los hombres que encarnaron lo nacional fueron dos veces muertos, pues es sabido que la historia la escriben los vencedores, en este caso sus socios nativos. A unos los mataron enterrándolos en una presunta “barbaríe”, a otros los tergiversaron y les admitieron una gloria falsa. Esto fue una obra consciente, sistemática, realizada por la oligarquía en especial a través de su más lúcido representante que fue Mitre. Él mismo decía, que “historiar es gobernar”, y nos legó la más acabada interpretación antinacional de nuestra historia, que todavía obnubila al pueblo en las aulas…, aunque no en la calle.

REVISIONISMO: TRIUNFO DE UNA POLÍTICA NACIONAL

El creciente poderío popular, su necesidad imperiosa de hacer de una vez la historia por si y para si, está produciendo la destrucción de la engolada historia oficial. La fuerza del pueblo -que agudiza las contradicciones de la oligarquía y hace reducir su propia ideología a retórica acudiendo sólo a los resortes de la coacción- le hace ver cada vez más claro, y por ello surge el revisionismo histórico como autoliberación de la vieja y mentida historia que servía para amansarlo y extraviarlo. José María Rosa nos recuerda que “la historia no es erudición sino hacer político”, y define por ende con justeza al revisionismo. “¿Qué se propone el revisionismo? ¿Esencialmente quebrar el coloniaje?”. Así, el revisionismo significa la primicia del triunfo de una política nacional. Luego, realzado, habrá cumplido su objeto y se habrá, derogado como “revisionismo”, haciéndose uno solo con la política concreta de los pueblos libres.
La dinámica del revisionismo histórico -vasto movimiento de emergencia, de la propia conciencia en tren de asumir el pueblo su rol protagónico- le lleva a una superación incesante de sus etapas iniciales. Yo diría que la plena reivindicación de Artigas señalará su momento más alto. La razón es sencilla, y nos explicaremos brevemente. En el siglo pasado, la nación hispanoamericana en agraz (España e Indias) es disgregada por el embate de dos naciones europeas más desarrolladas (Inglaterra y Francia). El proceso revolucionario de independencia de España (radicada definitivamente en Europa) y de unidad nacional americana, también se frustra por presión de inglaterra, produciéndose un estado de descomposición nacional que dura hasta nuestros días, y con un nuevo usufructuario, los Estados Unidos. Esta descomposición forma una multitud de Estados Parroquiales, a los cuales la enajenación colonial hace creer que son Estados Nacionales. Que los Estados Parroquiales se sienten “nacionales” es la más profunda alienación colonialista. Pero hoy, con la crisis generalizada del imperialismo y el ascenso de los pueblos oprimidos, se abre el tránsito de los Estados Parroquiales, hijos de la balcanización, hacia el estado Nacional Latinoamericano.
Siempre he negado que Argentina, Uruguay, Paraguay, Venezuela, Méjico, etcétera etcétera, etcétera, constituyan Estados Nacionales. ¡De ninguna manera! A Miguel de Unamuno le recordábamos bien a los Estados-ciudad de la antigua Grecia. Somos una multitud de Estados dependientes y una sola Nación, y la independencia será el magno proceso hacia la integración federal del Estado Nacional Latinoamericano.
Como es lógico, el revisionismo histórico ha tomado impulso -dentro del área balcanizada- en las zonas que más se asemejan a una Nación. Por ejemplo: Argentina, pero esto tiene sus peligros. El creer que Argentina es una Nación, justamente por ser un fragmento latinoamericano con más volumen que otros, ¡imaginación espacial!, le puede llevar a una perseverancia en una visión parroquial, de campanario, de nuestro verdadero ser nacional. La lucha contra el coloniaje exige ir a los fundamentos mismos, a no quedarse a mitad de camino. De ahí que debemos superar el encierro de los Estados Parroquiales, que ha rebajado a los precursores y héroes auténticamente nacionales a su propia estrechez. Artigas ha sido siempre uno de los más reacios a tal reducción y por ello él es de modo eminente la medida de la madurez de la conciencia nacional en el Río de la Plata.

ARTIGAS Y EL REVISIONISMO EN EL URUGUAY

Artigas fue el centro de la lucha nacional en el Río, de la Plata en la segunda década del siglo XIX. Baste un hecho elocuente, que relata Zum Felde: en 1883 el senado uruguayo dispuso la erección de una estatua a Artigas y, en lugar de la inscripción proyectada que decía: “La patria agradecida, al fundador de la nacionalidad Oriental del Uruguay”, la comisión senatorial estableció en su informe, aprobado por el alto cuerpo: “El general Artigas está reputado como la personalidad política más levantada de nuestro país. Pero la inscripción no armoniza con la tendencia del Prócer a propósito de la Confederación, a favor de la cual luchó hasta que abandonó el suelo de la Patria”. Por lo cual se resolvió inscribir simplemente el nombre de Artigas al frente del monumento.
Con Artigas, el revisionismo histórico argentino rompe con las ataduras parroquiales para tomar una ruta verdaderamente nacional, superando los límites intelectuales de la balcanización. Son, sí, varios historiadores argentinos que se aproximan cada vez más a la comprensión de Artigas. Podría citar a Federico Ibarguren, Rodolfo Puigros, Ernesto Palacio y otros. Pero, en honor a la verdad, el que más lejos está llegando es José María Rosa, y es por ello que para mi uruguayo y nacionalista hasta los tuétanos, es honra escribir estas líneas introductorias. Lo que puedo expresar es la seguridad, la confianza, que esta conferencia, este ensayo, de José María Rosa, sea el preanuncio de un gran libro. Sé que ahora el tiempo corre distinto a cuando Mitre quiso - en plena juventud- hacer su primera obra sobre José Artigas y se le quedó en el tintero. Artigas era materia resistente, y no le sirvió para sus fines. Si Mitre no pudo con Artigas si puede José María Rosa.
Y para terminar estas reflexiones: ya demasiado largas, quiero dejar expreso mi agradecimiento a la Fundación Raúl Scalabrini Ortiz por haberme brindado su hospitalidad. Y permitirme en cierto modo una reparación. Lo cierto es que Scalabrini Ortiz fue un desconocido en mi patria. Sobre él sólo se escribió su necrológica. Tuvo, empero, una pequeña legión de fíeles, que mucho le deben. Y el signo de mi tierra es que, día a día, la vida luminosa de Scalabrini Ortiz ensanche su memoria. Nosotros también, por Artigas, somos hijos del hombre que esta solo y espera.

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