viernes

ALFREDO ZITARROSA según EDUARDO DARNAUCHANS


(nota recuperada de Jaque / 1984)

Tenía que pasar. Resulta que mientras Carlos Da Silveira disfrutaba los encantos de la misteriosa Buenos Aires, acá, en la “tacita de plata”, seguía la milonga.
Es simple: un sorpresivo recital de Zitarrosa, Da Silveira que no están Darnauchans corrigiendo una nota de informática y… bueno, son cuarenta líneas y las firma Eduardo.

Recital Miércoles 1ro. de agosto, 1ra. función 20 hs., 2da función 22:30 hs., CINE CENSA.
Guitarristas: Walter de los Santos, Julio Alberto Cobelli, Silvio Ortega, Eduardo Méndez de los Santos.
Amplificación e iluminación: Tabaré Aguiar-Geriboni y Cía.
Producción: Rodríguez Tabeira.

En realidad todo empieza con un foco que enrojece el larguísimo escenario. Allí nace la milonga, profunda, oscura y voladora.

Suenan las cuatro guitarras y hay cinco hombres sentados en una actitud casi tribal, como contemplando un fuego, una antigua hoguera, y soñando con la milonga.

Lentamente Alfredo se levanta, camina dos, tres pasos… inaugura el canto.

Difícil ponerse a escribir sobre un recital que no es un recital, sino más bien una ceremonia ritual. Se oficia allí la condición de la milonga.

Creo que es justo decir que Alfredo Zitarrosa maneja, más allá de las “milongas”, (en el sentido rítmico-armónico-melódico) un algo que me atrevo a llamar milonguedad. Esto viene a fundamentar lo de la “condición de la milonga”, que a no otra cosa me refiero cuando digo milonguedad. Alfredo Zitarrosa es entonces, el oficiante de la milonguedad.

Pero vayamos más allá.

Esta postura tribal, ancestral, que señalaba al comienzo, se extiende a lo largo de todo el recital-rito y logra que esa situación planteada escénicamente al comienzo entre Alfredo y los suyos, se prolongue al auditorio, un vastísimo auditorio, en el ámbito nada “ritual” de un inmenso cine.

…Y entonces allí todos fuimos “los suyos”. Todos fuimos una bizarra tribu, un largo clan emocionado en torno al fuego, o la esperanza del humanísimo fuego prometeico. Por eso he estado insistiendo en lo de ritual; porque cualquier apreciación técnica a favor  (y tantas) o en contra (casi ninguna, y que conste) queda olvidada en una papeleta que se escribe y se estruja.

Y tengo por algún lado todas las anotaciones que fui haciendo en cada canción. Seguimientos del oficio, observaciones de cantor: porque Zitarrosa es un cantante (seguramente a él le gustaría más que dijera cantor) con una dominadísima técnica, y un estilo hecho a lo largo de años de intenso trabajo. Técnica y estilo se conjugan, y dan eso inconfundible, uruguayísimo, que es Alfredo.

Pero eso no lo explica todo. Más bien es el comienzo de un tenue análisis tecnicista. Lo que importa es lo otro, lo que antecede, acompaña y continúa cada canción de Zitarrosa. He buscado una palabra para nombrar concretamente, conceptualmente eso que llamé “lo otro”. La búsqueda fue muy difícil, sin embargo, es muy sencillo: se trata de la emoción. La vallejiana emoción, hija del amor humano.

Aquí vienen a juntarse el concepto de milonguedad con el de hombredad. En eso se resuelve Zitarrosa.

Por eso han quedado olvidadas por ahí las “observaciones de cantor” que hice puntualmente entre canción y canción. Porque ante la más genuina expresión de la emocionada hombredad cualquier apreciación, cualquier análisis de la técnica vocal, o del arreglo de tal o cual canción quedan definitivamente fuera de lugar.

Larga vida al hombre que se cita con la rosa, al que volvió y al que no se va.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+