martes

LA NEGRA JEFA (Sexo, Momo & Yemanjá) - HUGO GIOVANETTI VIOLA


VIGÉSIMA ENTREGA


DOS: PAN AMASADO POR EL DIABLO (7)


33

Abel saltó, pero no corrió. Casi las tres de la mañana: imposible que sea Candela.

-MIERDAS!!!! -arrastró una voz borracha Annelise en el escritorio.

-Hola -digo con mansedumbre, y oigo un jadeo asqueroso hasta que la voz del sótano del mundo se decide a atacar:

-Mirá que por un mes no puede cojer, viejo de mierda. Yo me la voy a chupar toda pero después que le corte el pescuecito.

Abel colgó y el teléfono volvió a sonar inmediatamente. Descuelgo y cuelgo y vuelve a sonar, muchas veces. Hasta que el hombre de gran calva cerosa trajo un par de frazadas de su cuarto y envolvió el aparato.

-Quién era -pregunta Annelise. -¿Mi degollador? Siempre sabe donde estoy, ¿viste? En lo de Cecilia ya se lo conocen de memoria, al podridito.


Sixto Juárez usaba un buzo de golero de la juventud abajo del piyama y cuando se lo sacaban para lavárselo se ponía a tararear Uruguayos Campeones y contaba pedazos de la historia de cómo un negro jetón le reventó la rótula y no pudo ir a Maracaná donde hubiera atajado cuarenta veces más que el Pájaro Bobo Vayan a preguntarle a Obdulio quién era yo gemía y un día Flor llegó con el Negro Jefe en persona y se revolucionó el conventillo y terminaron todos borrachos y felices.


-Hasta mañana -melodizó Annelise.

No me llevo la caja de vino del escritorio: sería como una provocación para que la robara de la heladera. Abel fue a su cuarto y se puso un pantalón piyama blanco (la túnica de la fe) y una vieja remera Lacoste verde (el color de la esperanza puesta sólo en el reino) con vivos colorados (sangre para el amor). El Cristo que pinté a los cinco años resplandecía sobre la cama de matrimonio. Abro de par en par la ventana y me dispongo a fumar otro Peter Stuyvesant que le saqué a Yemanjá.

Marlowe: El degenerado que llamó sabía lo del aborto. Es conocido de ella.

Abel: Pero no olvidemos que los enemigos siempre son tres, compañero. El diablo, el mundo y la carne.

Marlowe: Y que Yemanjá tenía toda la razón. Oxún está hospedada en el aposento contiguo, Dr. Jekyll.

Abel: Pero siempre va a depender de nosotros que la Virgen sea la Virgen. Yemanjá es muy tramposa.

Marlowe: Como buena fiscal.

Abel: Y Annelise es más auténtica cuando actúa.

Marlowe: Je suis d’accord.


Hasta que empezó el coma y Sixto emergía de ratos arrancándose la máscara de oxígeno para llamar a la hija que se había suicidado a los veintiocho años Volvé Brigitte rogaba que yo te saco la piscina de adentro mi amor mi cancha verde de la celestialidad mi almita y una tarde apareció Flor con Annelise y la chiquilina de once años vestida con uniforme colegial se paró al lado de la cama y después de alisarle el pelo con los ojos cerrados le agarró el antebrazo al hombre y dijo Hola papá.


Abel: Ahora hay que desenvolver el teléfono y dormir. Si se puede.

Marlowe: ¿A qué hora llama Candela, al final?

Abel: No me puedo acordar.

Marlowe: ¿Qué le vas a decir sobre nuestra chiquilina.

Abel: La verdad. Sin pedir comprensión.


Y Sixto murió diciendo Tu amor es de verdad.


Marlowe: La comprensión solamente se da, Dr. Jekyll.


34

Abel se despertó dando un salto como en sus peores pesadillas de asfixia. El grito no fue de Paloma. Annelise volvió a llamar: el hombre prendió la portátil, se calzó las chancletas y caminó pesadamente hasta el escritorio.

-Vení. Cerrá la puerta -pide la muchacha, recortada sobre la primera claridad.

-Qué pasa.

-Cerrá, te digo. Vení. No me dejes sola.

Abel se sentó en el suelo. Tendría que ir a buscar los cigarrillos.

-No te vayas.

-Ya vuelvo.

-No me dejes sola, hermano. Por Dios.

Y antes que el hombre se reacomodara en el suelo la muchacha lo tironeó de un brazo hasta hacerlo caer sobre el sillón-cama, que crujió con crudeza.

-Acostate al lado mío y abrazame. Por Dios.


La Mujer con el pájaro muerto irrumpía diciéndole a un marinero imaginario No botija Boludo te dije no Puludo de dónde vendrás vos tenés menos jeta de marinero que de periodista pobrecito quedate quieto carajo se mira y no se toca sabés aunque por acá abajo nos encajen toda la bosta del mundo ustedes los machos pero en el cabaret no me tocás sabés dos lucas una para mí y otra para el hotel y Annelise sujetándose los pequeños pechos combados con las manos abiertas como revólveres.


-Tranquila -digo sentándome contra el respaldo.

-Abrazame. ¿Tengo mucho olor a vino?

-Un poco. ¿Estás más tranquila o no?

-¿No te gustaría abrazarme toda?

El que calla otorga, así que digo:

-No.

-¿A Bénédicte no la hubieras acariciado toda? ¿De qué tenés miedo? ¿No decís siempre que yo tengo que ponerme la capelina de Nuestra Señora? ¿Le tenés miedo a la Virgen?

-No. Le tengo amor.


Y el día que empezaron a cambiar ideas sobre el vestuario Annelise habló de un camisón blanco que le podía venir perfecto para La mujer con el pájaro muerto y vos te reíste y le preguntaste si no le parecía mejor que el blanco fuera para María José y ella porfió Al contrario y mirá que en la escena de la rambla no quiero parecer la Virgen así que achicá el paño.


-¿Y por qué me llevaste a que me acuchillaran, entonces? -se zafó la muchacha, ovillándose. -¿Por qué no me convenciste de que me la bancara?

Calma, Monaco Rosso. Abel fue a buscar los cigarrillos.

-Me duele -dice Annelise apenas vuelvo a entrar al escritorio, tirándose boca arriba con las piernas alzadas y abiertas. -Cerrá la puerta. Vení. No te enojes conmigo.

-Calma, chiquita. Calma.

-¿Sabés lo que soy yo? Una puta. ¿Todavía no la cazaste, enfermo? No. No fumes. Acariciame aquí, por favor. Un poquito. Siento como si tuviera toda la bosta del mundo aquí adentro. ¿No podés entender?


Y al rato preguntó Pero no te das cuenta que esa puta es celestial.


Después sonó el teléfono.

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