DÉCIMA ENTREGA
V (3)
Embriagad al repetidor de las irreverencias de la medianía, que veis pasar por vuestro lado: tentadle a hacer de héroe; convertid su apacibilidad burocrática en vocación de redentor, - y tendréis entonces la hostilidad rencorosa e implacable contra todo lo hermoso, contra todo lo digno, contra todo lo delicado, del espíritu humano, que repugna, todavía más que el bárbaro derramamiento de la sangre, en la tiranía jacobina; que, ante su tribunal, convierte en culpas la sabiduría de Lavoisier, el genio de Chenier, la dignidad de Malesherbes; que, entre los gritos habituales en la Convención, hace oír las palabras: - ¡Desconfiad de ese hombre, que ha hecho un libro!; y que refiriendo el ideal de la sencillez democrática al primitivo estado de naturaleza de Rousseau, podría elegir el símbolo de la discordia que establece entre la democracia y la cultura, en la viñeta con que aquel sofista genial hizo acompañar la primera edición de su famosa diatriba contra las artes y las ciencias en nombre de la moralidad de las costumbres: ¡un sátiro imprudente que pretendiendo abrazar, ávido de luz, la antorcha que lleva en su mano Prometeo, oye al titán-filántropo que su fuego es mortal a quien lo toca!
La ferocidad igualitaria no ha manifestado sus violencias en el desenvolvimiento democrático de nuestro siglo, ni se ha opuesto en formas brutales a la serenidad y la independencia de la cultura intelectual. Pero, a la manera de una bestia feroz en cuya posteridad domesticada hubiérase cambiado la acometividad en mansedumbre artera e innoble, el igualitarismo, en la forma mansa de la tendencia a lo utilitario y lo vulgar, puede ser un objeto real de acusación contra la democracia del siglo xix. No se ha detenido ante ella ningún espíritu delicado y sagaz a quien no hayan hecho pensar angustiosamente algunos de sus resultados, en el aspecto social y en el político. Expulsando con indignada energía, del espíritu humano, aquella falsa concepción de la igualdad que sugirió los delirios de la Revolución, el alto pensamiento contemporáneo ha mantenido, al mismo tiempo, sobre la realidad y sobre la teoría de la democracia, una inspección severa, que os permite a vosotros, los que colaboraréis en la obra del futuro, fijar vuestro punto de partida, no ciertamente para destruir, sino para educar, el espíritu del régimen que encontráis en pie.
Desde que nuestro siglo asumió personalidad e independencia en la evolución de las ideas, mientras el idealismo alemán rectificaba la utopía igualitaria de la filosofía del siglo xviii y sublimaba, si bien con viciosa tendencia cesarista, el papel reservado en la historia a la superioridad individual, el positivismo de Comte, desconociendo a la igualdad democrática otro carácter que el de «un disolvente transitorio de las desigualdades antiguas» y negando con igual convicción la eficacia definitiva de la soberanía popular, buscaba en los principios de las clasificaciones naturales el fundamento de la clasificación social que habría de sustituir a las jerarquías recientemente destruidas. - La crítica de la realidad democrática toma formas severas en la generación de Taine y de Renan. Sabéis que a este delicado y bondadoso ateniense sólo complacía la igualdad de aquel régimen social siendo, como en Atenas, «una igualdad de semidioses». En cuanto a Taine, es quien ha escrito los Orígenes de la Francia contemporánea; y si, por una parte, su concepción de la sociedad como un organismo, le conduce lógicamente a rechazar toda idea de uniformidad que se oponga al principio de las dependencias y las subordinaciones orgánicas, por otra parte su finísimo instinto de selección intelectual le lleva a abominar de la invasión de las cumbres por la multitud. La gran voz de Carlyle había predicado ya contra toda niveladora irreverencia, la veneración del heroísmo, entendiendo por tal el culto de cualquier noble superioridad. Emerson refleja esa voz en el seno de la más positivista de las democracias. La ciencia nueva habla de selección como de una necesidad de todo progreso. Dentro del arte, que es donde el sentido de lo selecto tiene su más natural adaptación, vibran con honda resonancia las notas que acusan el sentimiento, que podríamos llamar de extrañeza, del espíritu, en medio de las modernas condiciones de la vida. Para escucharlas, no es necesario aproximarse al parnasianismo de estirpe delicada y enferma, a quien un aristocrático desdén de lo presente llevó a la reclusión en lo pasado. Entre las inspiraciones constantes de Flaubert -de quien se acostumbra a derivar directamente la más democratizada de las escuelas literarias- ninguna más intensa que el odio de la mediocridad envalentonada por la nivelación y de la tiranía irresponsable del número. - Dentro de esa contemporánea literatura del norte, en la cual la preocupación por las altas cuestiones sociales es tan viva, surge a menudo la expresión de la misma idea, del mismo sentimiento; Ibsen desarrolla la altiva arenga de su Stockmann alrededor de la afirmación de que «las mayorías compactas son el enemigo más peligroso de la libertad y la verdad»; y el formidable Nietzsche opone al ideal de una humanidad mediatizada la apoteosis de las almas que se yerguen sobre el nivel de la humanidad como una viva marea. - El anhelo vivísimo por una rectificación del espíritu social que asegure a la vida de la heroicidad y el pensamiento un ambiente más puro de dignidad y de justicia, vibra hoy por todas partes, y se diría que constituye uno de los fundamentales acordes que este ocaso de siglo propone para las armonías que ha de componer el siglo venidero.
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