VIGESIMOPRIMERA ENTREGA
5. El Nuevo Uruguay Internacional (7)
Debemos hacer un intenso aprendizaje geopolítico los latinoamericanos, es decir, conocernos verdadera y operativamente. Ello será el signo de nuestra interiorización y de que la geopolítica no la forman otros. Así, la CEPAL está aún ausente de una visión geopolítica de América Latina, y formula demasiado en abstracto el Mercado Común o estudia las economías de país por país -sin haber considerado adecuadamente la disparidad y ensamble de las regiones que forman América Latina- para concebir con realismo sus polos de desarrollo en conexión con sus centros primordiales de decisión política. Quizá fuera aproximarse demasiado a la política, del mismo modo que se aleja de la política la mera gritería antiimperialista abstracta, oscilante entre la indignación y el masoquismo. Para nosotros, hoy, la política nacional es tarea que se liga esencialmente a la Cuenca del Plata.
Claro está que no hemos pretendido ahora abarcar la cuestión en todos sus aspectos. Ni siquiera mentamos la incidencia de ella en la configuración y dinámica de nuestros vetustos partidos políticos, la proyección de la inevitable “conmixtión” de los partidos locales latinoamericanos entre sí, la latinoamericanización y ensamble de los sectores industriales así como de las fuerzas proletarias y populares, etc. Tampoco hemos entrado al análisis de las relaciones del Imperio Yanqui con el próximo Mercado Común Latinoamericano y su probable y vano intento de convertir a América Latina en un gigantesco Puerto Rico, perfección utópica del destino manifiesto y del aislacionismo monroísta unilateral en que nos quiere encerrar. Pues no sólo hay que contar con la dinámica interlatinoamericana, en plena formación de su conciencia “nacional”, inexorablemente industrializadora; y con la progresiva agudización de la presión revolucionaria -del ingreso masivo de sus pueblos a la vida pública- que no es eliminable por las armas y con “boinas verdes”, ya que nadie se puede “sentar” indefinidamente sobre bayonetas. Sino también considerar que está reabierta la gran competencia económica con Europa y el mundo socialista. La economía mundial es ahora “triconcéntrica” y no estamos condenados al “uniconcentrismo” yanqui de una década atrás.
La violencia está agazapada en nuestro horizonte; rojos son ocaso y amanecer, que se confunden. Desaparecidas las viejas condiciones de viabilidad, somos como un pequeño saurio al desecarse los pantanos que le daban vida, y requerimos adaptarnos a la sequía o construir otro hábitat. Todos vivimos ya un anacronismo histórico: el Uruguay. Pero ese es también nuestro privilegio, porque el adelanto de la conciencia de ese anacronismo uruguayo nos lleva a percibir, desde nosotros mismos, por necesidad, sin literatura, el anacronismo de todo el ciclo balcanizado de América Latina. Somos una veintena de repúblicas anacrónicas y esa conciencia será el punto de partida básico para elaborar políticas verdaderas de futuro. Uruguay, Chile, Bolivia, etc., solos no son vía de nada, ni de rutas socialistas ni de rutas neocapitalistas. Por sí mismos, se condenan al congelamiento de su estatuto colonial, bajo las más variadas formas. Pero tampoco son menos anacrónicos los llamados “grandes” latinoamericanos, tuertos entre ciegos, como Brasil, Argentina y México, que corren el peligro pretencioso de no darse cuenta de ello, y perseverar en ilusiones que son reliquia del pasado. No ya semicolonias, sino viejas y poderosas naciones europeas; carecen ya de dimensiones mínimas -a pesar de su alto nivel- para el adecuado desarrollo tecnológico de sus empresas, de sus fuerzas productivas; y deben romper fronteras, sus exiguos mercados internos, y complementarse y ensamblarse, so pena de ser también colonizados hasta los tuétanos. Si en Europa es así ¿qué queda para nosotros? ¿Pueden acaso Argentina y Brasil creer que tienen en sí la fuerza para realizar por sí la tarea? ¿Pueden creer sostenerse sin apoyo recíproco? Si lo creyeran, les espera sólo el triste destino de capataz, de “satélite privilegiado”, si no es que eso mismo no configura una quimera. Los nacionalismos argentino y brasileño no se podrán afianzar ni resistir el uno sin el otro. Ya Perón lo intuía buscando la alianza con Vargas, pero no tuvieron tiempo y cayeron simultáneamente ante sus comunes “gorilas”, que ellos sí tienen el respaldo unificado del imperialismo. ¿Cuántas veces se querrá repetir la tragedia?
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