El nombre de Hugo Bervejillo (Uruguay, 1948) comenzó a sonar en nuestro ambiente literario en 1970, cuando apareció el primer número de la revista Universo. Los co-fundadores que combatíamos narrativamente éramos cuatro, como los mosqueteros, y nuestros otros dos cofrades fueron Daniel Bentancourt y Tarik Carson.
Entre los demás integrantes y colaboradores del Grupo Universo también figuró, ya incorporado sobre el final del breve periplo de la no-quijotesca aventura juvenil, el poeta Alfredo Fressia.
Lo que interesa destacar a propósito de Universo es que nació matreramente deslindada del poderío oficial de la generación del 45 (ejercido fundamentalmente a través del autoritarismo hegemónico y glamoroso del semanario Marcha) y se apoyó en las reflexiones estéticas fundacionales de Joaquín Torres-García y Juan Carlos Onetti.
Para nosotros, al final de aquella década tan revuelta de los 60, la actitud verdaderamente revolucionaria (y por tanto psicomágica) de un constructor de discursos simbólicos, implicaba proponer (frente a la avalancha reinante del sociologismo inespecífico y por lo general exitista) el religamiento con los arquetipos universales y espirituales que siempre caracterizaron a una actitud estética vertebradora y digna del Hombre Nuevo potencial y constitutivo que verticaliza a todos los períodos históricos, desde las cavernas en adelante.
No fue casual, entonces, que contáramos como guías eventuales a los ya en ese momento reconocidos (pero no festejados) Saúl Ibargoyen y Jorge Medina Vidal, y que entre los jurados de nuestros concursos figuraran el propio Juan Carlos Onetti, Armonía Somers y Hugo García Robles.
Hugo Bervejillo, que afrontó un largo tiempo de prisión por militar en la resistencia antifascista, fue el más tardío de los mosqueteros, y publicó su primer libro, Una cinta ancha de bayeta colorada, con más de cuarenta años.
Esta extraordinaria novela histórica fue saludada como se lo merecía (a veces hay milagros), pero los próximos tres trabajos más o menos extensos -Basilio está en la frontera, Cenizas y un gallo muerto y El ángel negro- ya casi no despertaron nada más que algún sediento y honesto interés académico, y terminaron siendo olímpicamente pisoteados por las cambalachescas patas de hoy llamada pos-posmodernidad.
Bervejillo también ha publicado excelentes relatos cortos, y la calidad compacta y jugadísimamente experimental de sus historias (donde se entrelee un empastado y fresco dominio tanto del tranco y el realismo mágico de Homero como la gracia de matiz de la colorística Mendelsohnniana y el cabalgante flujo faulkneriano o los precursores barajamientos mediáticos de Dos Passos) lo transforman en uno de los maestros más sólidos de la literatura del nuevo milenio.
Y si ahora se acordaron de premiarlo relevantamente, lo que corresponde es clarinar un festejo recordatorio, para los más jóvenes, de que lo único que importa es durar en lo eterno.
La tribu necesita comer maná impregnado de invencibilidad. O nos comen los de afuera.
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