traducción de José Ferrater Mora
SEXAGESIMOSÉPTIMA ENTREGA
XXI
EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN (2)
¿A quién dirigir estas preguntas? Kierkgaard rechazó la serpiente bíblica, pero Pascal no temió hablar del entorpecimiento sobrenatural del hombre. Sin embargo, si Kierkegaard ha visto las cosas con justeza, si el conocimiento humano se mantiene solamente por la angustia de la Nada, ¿por qué nos esforzamos tan obstinadamente en purificar la Escritura de todo lo “sobrenatural”, y a quién queremos complacer al obrar de ese modo? ¿A quién dirigimos nuestras preguntas? Evidentemente, a quien hasta aquí se ha dirigido la filosofía especulativa; es decir, a la Nada. Ahora bien, la angustia de la Nada es lo que ha impelido al hombre a desviar su atención del árbol de la vida y a depositar sus esperanzas en el árbol de la ciencia. En la medida en que preguntamos, nos hallamos enteramente en poder del pecado original. Hay que dejar de preguntar, hay que renunciar a la verdad objetiva, hay que negar a la verdad objetiva el derecho de disponer de los destinos humanos. Pero, ¿cómo puede conseguir esto el hombre, ese hombre cuya voluntad está “en síncope”, avasallada, paralizada? ¿No es esto “exigir lo imposible”?
Sí, ciertamente, es exigir lo imposible. El propio Kierkegaard, que con tanta frecuencia nos ha hablado del síncope de la libertad, tuvo el valor de declarar: Dios significa que todo es posible. O, mejor dicho: Kierkegaard, justamente aquel que descubrió que la pérdida de la libertad del hombre representó el comienzo de su caída, que el pecado fue el síncope de la libertad, su impotencia, fue precisamente aquel mismo hombre que se vio obligado a pagar tan cara su impotencia, que llegó a comprender (aun cuando fuese sólo presintiendo lo que todavía no es, lo que para nosotros, los hombres caídos e impotentes, no ha sido nunca) el alcance inmenso de esas palabras: Dios significa que todo es posible. Dios significa que no existe ese saber al cual nuestra razón tan ávidamente aspira y hacia el cual irresistiblemente nos arrastra. Dios significa que el mal tampoco existe; sólo existen el fiat original y el valde bonum paradisíaco, ante los cuales se funden y convierten en fantasmas todas nuestras verdades basadas en el principio de contradicción, en el de la razón suficiente y en muchas otras “leyes”. Es imposible para el hombre eludir el dominio ejercido por el seductor que le mostró la Nada y que le sugirió la angustia indestructible de la Nada. Es imposible para el hombre extender su mano hacia el árbol de la vida; se ve obligado a alimentarse con los frutos del árbol de la ciencia aunque cuando se convenza de que solamente acarrean la impotencia y la muerte. Pero, ¿es la verdad este “imposible” humano? ¿No será tan sólo un testimonio de la impotencia humana, testimonio que posee sentido únicamente en tanto que la impotencia persiste? (1)
Dejemos ahora la palabra a un hombre que varios siglos antes de Kierkegaard habló de la “voluntad avasallada” con no menos pasión y frenesí que lo hizo el filósofo danés acerca del “síncope de la libertad”. A Lutero le llamaron especialmente la atención en la Biblia algunos pasajes de los cuales todo el mundo desvía su mirada. Huyó de nuestros juicios claros y distintos para refugiarse en la tenebrae fidei. Como Kierkegaard, Lutero experimentaba dolorosamente esa impotencia de la voluntad que la razón nos oculta y adivinaba que su poder se sostiene por medio de ella. Como Lutero pudo advertir, la voluntad avasallada es incapaz de conducir al hombre hacia aquello que más necesita, y la esclavitud e impotencia de la voluntad emerge de las razones que la razón nos sugiere. De ahí sus ataques tan violentos, con frecuencia groseros y hasta injustos, contra la escolástica. La presencia visible e invisible de Aristóteles personificaba para él la concupiscentia invicibilis, esa cupiditas scientiae que se apoderó del hombre después que éste hubo gustado los frutos del árbol prohibido, y veía en ellas la bellua qua non occisa hom non potest vivere.
La filosofía existencial de Kierkegaard se halla en una relación filial con la sola fide luterana. La tarea del hombre no consiste en aceptar y en realizar durante su vida las verdades de la razón; consiste en dispersar por la fuerza de la fe esas verdades. Dicho de otro modo: su tarea consiste en renegar del árbol de la ciencia y en acudir de nuevo al árbol de la vida. Inspirado por la Escritura, Lutero se atreve a oponer su homo non potest vivere como una objeción a las evidencias de la razón, así como Kierkegaard opone los gritos y las maldiciones de Job como una objeción a los argumentos de la filosofía especulativa. En Lutero y en Kierkegaard el pensamiento queda enriquecido con una nueva dimensión -con la fe, que para una conciencia ordinaria no es sino una ficción fantástica. Hay que observar que la doctrina luterana se relaciona orgánicamente con la de los grandes escolásticos -con la de Duns Escoto y Occam, que señalaron el fin de la filosofía escolástica. La arbitrariedad divina que proclamaba Duns Escoto arruinaba la posibilidad de una filosofía que pretendiera unir y conciliar la revelación con las verdades de la razón. Después de una labor intensa y casi milenaria se evidenció de repente hasta qué punto era artificial y antinatural esa extraña simbiosis entre la revelación de la verdad racional, que había inspirado la obra de los más destacados representantes de la filosofía de la Edad Media. Si Dios determina sin tener en cuenta nada, de una manera arbitraria, lo que es el bien y lo que es el mal, ¿qué puede entonces impedirnos dar un paso más y afirmar, con Pedro Damián y Tertuliano, que Dios determina también arbitrariamente, sin preocuparse de las leyes del pensamiento y del ser, lo que es la verdad? En último término, la primera proposición es, en su género, más provocadora aun que la segunda. Se puede admitir un Dios que no reconozca nuestra lógica. Pero, ¿cuál es la conciencia que no reconoce nuestra moral o, dicho de otro modo, un Dios inmoral?
Notas
1) Compárese con las asombrosas líneas que Kierkegaard inscribió en su Diario en 1848 (I, 379): “Para Dios todo es posible. Este pensamiento constituye mi divisa en el sentido más profundo de esta palabra. Ha adquirido para mí una importancia que jamás habría podido imaginar. Ni un solo instante me permitité la audacia de imaginar que si yo no veo ninguna salida, tampoco hay salida para Dios. Pues confundir la propia miserable fantasía y otras cosas parecidas con lo posible de que Dios dispone constituye el efecto de la desesperación y de la soberbia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario