SEXAGESIMOSEXTA ENTREGA
XXI
EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN (1)
Todos los profetas han visto en espíritu que Cristo había de ser el mayor bandido, adúltero, ladrón, sacrílego, blasfemo, etc., que jamás existiera en el mundo.
LUTERO
Nos falta dar un último paso. No se sabe qué fuerza nos ha persuadido de que la Nada es invencible, y la Nada se ha convertido en dueña del mundo. Entre todas las cosas que nos revela nuestra experiencia, esta es ciertamente la más incomprensible, la más enigmática. Pero la resignación obtusa y sombría con la cual todos aceptamos el poder de la Nada, así como nuestra angustia inconsciente e indestructible antes esta última, parecen casi misteriosas. Muy pocos son los que se detienen un momento para reflexionar en esa extraña cosa que nos ha sucedido. Pascal sintió que ahí residía “un embrujo y adormecimiento sobrenaturales”; Lutero evoca nuestro servum adbitrium. También Kierkegaard nos habla continuamente de la voluntad avasallada. Pero la filosofía especulativa no quiere admitir esta servidumbre, como no quiere y no puede darse cuenta de que la servidumbre de la voluntad es (para emplear el lenguaje de Kant) la condición de la posibilidad del conocimiento. Todo el mundo quiere pensar que el saber es condición de la libertad, y todos están igualmente persuadidos de que la libertad es la libertad de elegir entre el bien y el mal.
Espero que lo anterior nos haya convencido de que estas dos tesis condicionan efectivamente la filosofía especulativa. Para que esta filosofía pueda existir es indispensable que la voluntad del hombre (y, como Leibniz nos lo ha “demostrado”, la de Dios) se someta al conocimiento. Ahora bien, la libertad sometida al conocimiento se transforma ipso facto en libertad de elegir entre el bien y el mal. El saber coloca al hombre ante una realidad creada fuera e independientemente de toda voluntad, ante una realidad que nos presenta como los datos inmediatos de la conciencia. En esta realidad descubre el hombre todas las cosas acabadas y definitivamente terminadas; no puede cambiar nada de la estructura del ser que se ha constituido sin su anuencia. He aquí el punto de partida de la filosofía especulativa: no le queda sino la edificación que constituye el comienzo de toda sabiduría. La filosofía enseña al hombre a concebir lo “dado” como “necesario” y a “aceptar” esa realidad necesaria adaptándose más o menos a ella. La filosofía se da cuenta evidentemente de la fatal significación de ese “más o menos”. Pero lo pasa obstinadamente en silencio, pues ella tampoco puede soportar lo que le “dicen la locura y la muerte” que ponen fin a toda adaptación. Para salir honrosamente de esta situación difícil nos remite a la moral que dispone del mágico deber de transformar lo inevitable en deber, inclusive en algo deseable y que paraliza de este modo todas nuestras fuerzas de resistencia. El pasaje de La astilla en la carne, que ya he citado, nos muestra con relieve sorprendente cuál es el estado del hombre que se ha confiado a la “razón pura”; siente como una pesadilla que un monstruo aterrorizador se precipita sobre él y, a pesar de esto, es incapaz de mover un solo miembro. ¿Qué es lo que le mantiene en este entorpecimiento? ¿Qué es lo que avasalla y encadena su voluntad? La Nada, nos responde Kierkegaard. El hombre ve claramente que el poder que lo ha subyugado, que el poder que nos ha subyugado a todos, es el poder de la pura Nada. Pero el hombre no pude sobreponerse a la angustia de la Nada, no puede encontrar la palabra ni hacer el gesto capaces de disipar el hechizo. Aspira siempre a nuevos “conocimientos; intenta persuadirse, mediante discursos nobles y edificantes, de que nuestra tarea, la más envidiable de todas, consiste en mostrarnos dipuestos a soportar sin murmurar y con alegría todos los horrores con que se nos gratifica; pide encarnizadamente males cada vez nuevos en la esperanza de que le proporcionen el olvido de la libertad perdida. Pero ni la “dialéctica” ni la edificación justifican las esperanzas que deposita en ellas. Muy al contrario: el entorpecimiento del espíritu y la impotencia de la voluntad siguen aumentando. El saber demuestra que todas las posibilidades han terminado; los discursos edificantes prohíben la lucha. Y a él no le ha sido dado realizar el movimiento de la fe, la única cosa que habría podido proyectarlo fuera de los límites de un mundo hechizado por un “embrujo sobrenatural”. La Nada prosigue su obra anonadante; la angustia de la Nada impide que el hombre encuentre lo que precisamente podría salvarle.
¿Significa esto que ha llegado el fin, el fin último? ¿Significa que la filosofía especulativa, con sus verdades y sus torturas, dispone del mundo, y que la moral de la resignación, surgida de la visión intelectual, es la única realidad con la cual el hombre puede todavía contar?
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