Traducción y prólogo de ALFONSO REYES
SÉPTIMA ENTREGA
CAPÍTULO TERCERO (3)
La asamblea estaba desconcertada, y el camarada Witherspoon se agitaba en su asiento y balbuceaba desde sus espesas barbicas. Sin embargo, la fuerza de la rutina hubiera hecho aprobar la candidatura. Pero, al tiempo en que el presidente iba a abrir la boca para declararla aprobada, Syme se puso de pie y dijo suavemente:
-Sí, señor Presidente, yo me opongo.
Un cambio inesperado de voz es de mucho efecto en la oratoria. Evidentemente Mr. Syme entendía algo de oratoria. Habiendo pronunciado las anteriores palabras con suavidad y sencillez, hinchó ahora la voz de manera que la bóveda resonó como si hubieran descargado un fusil.
-¡Camaradas! -gritó, y todos saltaron en los bancos-. ¿Y para oír esto hemos venido aquí? ¿Para eso tenemos que vivir debajo de la tierra como unos ratones? Para oír eso bastaría ir a las comidas de las escuelas dominicales.
"¿Hemos revestido de armas estos muros, hemos puesto la muerte tras esa puerta para impedir que venga cualquiera a oír que el camarada Gregory nos aconseje: Sed buenos y seréis felices, la honradez es la mejor política, la virtud tiene en sí misma su recompensa? En el discurso del camarada Gregory no ha habido una sola palabra que no hubiera regocijado a un cura. (Muy bien, muy bien). Pero como yo no soy cura (risas), no me han hecho ni mucha ni poca gracia (risotadas), y un hombre capaz de ser un buen cura, no es capaz de ser un Jueves enérgico, duro e implacable (¡Muy bien, bravo!). El camarada Gregory nos ha dicho, como pidiendo indulgencia, que no somos enemigos de la sociedad. Pero yo os digo que somos enemigos de la sociedad, y tanto peor para la sociedad. Somos enemigos de la sociedad, porque la sociedad es la enemiga de la Humanidad: su más antigua y despiadada enemiga (¡Bravo!). El camarada Gregory nos dice, como solicitando perdón, que no somos aquí asesinos. Concedido. No somos asesinos, sino ejecutores."
(Alaridos.)
Desde que Syme se levantó, Gregory lo había estado oyendo con un asombro que se reflejaba casi en una expresión de imbecilidad. Al fin, aprovechando una pausa, sus labios inmóviles se abrieron para dejar salir, con una precisión automática, esta condenación:
-¡Hipócrita abominable!
Syme clavó su mirada azul en los temibles ojos de su adversario, y dijo con altivez:
-El camarada Gregory me llama hipócrita. Sabe él tan bien como yo que estoy cumpliendo puntualmente mis juramentos y haciendo lo que debo. Yo no me ando con atenciones ni las quiero. He dicho que el camarada Gregory no sería un buen Jueves, a pesar de sus amables cualidades. Es inepto para ser Jueves, en razón de sus amables cualidades. No queremos que el Supremo Consejo de la Anarquía se contamine de conmiseración lacrimosa. (¡Muy bien!). Aquí no hay tiempo que gastar en cortesías ni en modestias. Presento yo mismo mi candidatura contra la del camarada Gregory, como me propondría yo mismo contra todos los Gobiernos de Europa. Porque el anarquista que ha dado su corazón a la anarquía, ése no se acuerda de la modestia, como tampoco se acuerda del orgullo (Gritos prolongados). Yo aquí no soy un hombre: soy una causa. (¡Bravooo!). Me propongo contra el camarada Gregory con la misma impersonalidad, con la misma naturalidad con que preferiría, en ese muro, una pistola a otra pistola. Y digo, en suma, que antes de tener a Gregory y sus dulzonerías en el Consejo Supremo, ofrezco mi candidatura, y...
El final quedó ahogado en una catarata de aplausos. Todos los rostros, que se habían ido enfureciendo de aprobación a medida que las palabras de Syme eran más violentas, ahora se torcían con gestos de esperanza o se abrían con gritos de entusiasmo. Cuando Syme anunció que estaba dispuesto a ser Jueves, un rugido de asentimiento le contestó, que no fue ya posible aplacar. Y aunque Gregory, de pie, mascando espuma, clamaba a plenos pulmones contra el clamor general, nadie le escuchaba.
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