UNDÉCIMA ENTREGA
UNO: LOS BORRACHOS VAN AL CIELO (9)
19 / EL SUELO – EL CIELO
DESPUÉS DEL cuarto clarete Luz se trenzó en una discusión interminable con Garrincha y Coutiño Fernández. Pelé callaba. Algún que otro cliente se quedaba a escuchar, pero terminaba aburriéndose.
-Mirá, Coutiño: te lo digo porque yo sé vivir. Yo también estuve en cana pero sé vivir -sentenció finalmente la negra, descorchando una damajuana. -Ustedes son piltrafas con buena voluntad. Son carne de carancho, ¿comprendiste? Los milicos se los cojieron hasta por las orejas y ustedes siguen tan campantes. Siguen creyendo en los Reyes Magos. Y se pasan jodiendo para que todo el mundo se joda igual. Pero la gente no les da pelota: ¿comprendiste?
Tato había comido dos chorizos y un pedazo de asado, además de tomarse media Coca-Cola de a litro. Cada vez tenía más ganas de escaparse corriendo a las casa de los Regusci.
-Sacamos los tambores -le preguntó Garrincha a Coutiño.
El negro tuerto y canoso estaba sentado en el cordón de la vereda, agarrándose la cara.
-Qué pasa -dijo el otro.
-No pasa nada, macho -roncó Coutiño. -¿Qué va a pasar?
-¿Machos? -cacareó Luz. -Flor de machos son ustedes. Mirá este chiquilín: el padre estuvo en el hotel, también. ¿Y sabés lo que empezó a hacer después que salió? A cagarlos a patadas. Pero no a los milicos, corazón. Cascaba a la mujer y a los hijos. Se piró: le daba con que la mujer y los hijos eran milicos y los cascaba a ellos.
Tato se tapó los oídos y Garrincha enfrentó a Luz con una mirada sangrienta.
-Andá a dormir, musula –gritó. -Hacé como en el tango: poné las plumas de faisán de almohada y reventá, nomás. Que nadie te precisa.
Y se acercó a apoyar una manaza en el cráneo de Tato.
-Cómo se llama tu viejo -preguntó.
-Le decían Tarzán.
Garrincha miró a Coutiño.
-¿Vos te acordás de que hubiera algún Tarzán en el Penal?
-Sí. Yo lo conocí bastante. Era un rubio grandote, con unos huevos de la puta madre. Dos por tres lo llevaban a la isla porque les bajaba el cogote a los milicos mirándolos fijo, nomás.
Tato miraba al negro con las pupilas en carne viva.
-¿Otra vez con la misma cantarola? Pero déjense de joder de una vez con los milicos y con la resistencia, inútiles de mierda. La revolución la hice yo, en este país -gritó Luz Adrogué parándose de golpe. -Yo cambié todo, acá. Y a mí sí que la gente me da pelota: estate seguro que me ponés de candidata a presidenta y me votan más que a ustedes, atrasados mentales. Me acuerdo cuando empecé a mostrar las tetas. Ustedes fueron los primeros en poner el grito en el cielo. Vos no sabés esas cosas porque sos un pendejo, Pelé. Pero decí si miento, Garrincha.
-Vos sos una musula. Y yo con las musulas ya no discuto más. No es que mientas ni digas la verdad, Lucecita. Lo que pasa es que se te acabó un hueso y te creés que se acabó el mundo. Mirá Pelé: le quebraron las patas dos veces. ¿Y?
-Pero Pelé era joven -porfió Luz, llorando dulcemente. ¿Quién puede vivir sin bailar? Digan la verdad, carajo.
Tato cruzó una mansa mirada con Pelé.
-Lo que ustedes no quieren entender -se empecinó la negra, que parecía un cabezudo bamboleándose bajo la lluvia- es que todo se acaba. Eso es el mundo, macho. Pero si a mí se me acabó el baile lo digo. Y chau.
Coutiño abrió el ojo sano y le hizo una seña a Garrincha y a Pelé, que entraron al conventillo y volvieron con tres tambores. Entonces Luz Adrogué se fregó el mascarón empastado con con lágrimas y grasa y rimmel, y se largó a bailar. Tuvo tiempo de dedicarle una guiñada al chiquilín antes de caer de boca sobre la vereda.
TATO CORRIÓ rengueando hasta la casa de los Regusci. Camilo salió a ver lo que pasaba y volvió después de un rato largo y dijo que una ambulancia se había llevado a Luz. Alondra le propuso al chiquilín que se quedara a dormir y le armaron una hamaca paraguaya en al taller.
-Querés que avise a tu casa -preguntó la mujer, con la mirada posada en las redes de pesca.
-No tenemos teléfono -mintió Tato.
-Llamo a Abel, entonces.
Tato aceptó. Cuando Alondra volvió de telefonear el chiquilín ya cabeceaba y oyó entre sueños que Abel venía a buscarlo de tarde temprano. Hacía mucho calor. Alondra abrió completamente una claraboya por donde se filtraba el relente marino. La casa no tenía puertas interiores, y la mujer salió y volvió a entreabrir la cortina en la penumbra para derramar el misterioso resplandor de sus ojos. Tato estaba soñando que era ciego.
LO DESPERTÓ la frescura del alba. La mirada del chiquilín trepó con mansedumbre hacia el cielorraso y de golpe se tensó.
-Más -oyó jadear. -Más, mi amor. Más más más vení mi amor vení vení vení.
Tato enderezó los ojos. Por un borde entreabierto y apenas tremolante de la cortina del taller vio la pieza de enfrente. La otra cortina no estaba cerrada, y el enorme hombre rubio y la mujer de cobre eran un solo cuerpo en la marea turquesa.
AL OTRO día el calor sobrepasó los treinta y cinco grados, pero Tato cruzó Caramurú manando una viscosidad helada. Abel lo había traído del conventillo a las siete de la tarde: el chiquilín recogió sus cosas enseguida y se escapó corriendo a la cantera por la calle de atrás de los bloques. Al llegar al arroyo empinó varias veces la cantimplora y entrecerró los ojos.
-Hola, poeta -murmuró una voz sedosamente aflautada. -¿Te dormiste?
Tato miró a la chiquilina que se le había sentado al costado y sonrió.
-¿Cómo sabés que soy poeta?
La infanta tenía puesto un traje de comunión coronado por un lazo que le realzaba la negrura radiante del pelo y la piel.
-Yo vivo al lado de lo de Rabí -dijo arrancando un pastito. -¿Me das champagne?
-¿Cómo sabés que tengo champagne?
-Porque yo sé todo.
-¿Cómo te llamás?
-Luz.
Tato le dio la cantimplora y dijo:
-Tomá. Pero no me mientas. No me mientan más. Por favor.
La infanta le devolvió la cantimplora y levantó los ojos color borra de café recién hecho hacia los álamos.
-Mozart no miente -dijo. -Tarzán siempre está allí: entre los árboles.
-¿QUIÉN?
-TU PADRE.
Tato bajó la cara y dijo:
-No me mientas.
-El champagne no te alcanzó, cachafaz.
-¿NO ME ALCANZÓ PARA QUÉ?
-NO ME GRITES. FUISTE CAPAZ DE IMAGINARTE QUE TE REUNÍAS CON UN DOCTOR Y UN POETA QUE NO ESTÁN EN MONTEVIDEO DESDE FIN DE AÑO Y CON UN MURGUISTA QUE NI SE DEBE ACORDAR DE QUIÉN SOS. PERO EL CHAMPAGNE NO TE ALCANZÓ PARA VER A TARZÁN. ¿COMPRENDISTE?
La infanta se clavó un pastito en la trompa y agregó, parándose de un salto:
-Y ahora sos capaz de imaginarme a mí, también. Tan linda como estoy. Pero yo digo: ¿POR QUÉ CARAJO NO LO BUSCÁS A ÉL, CORAZÓN? A TU PADRE!!!!
Entonces Tato subió los ojos y encontró la espesura de una cabeza alta como los álamos, plantada en el declive de la orilla de enfrente. Después tiró la cantimplora y se puso a jugar al fútbol dando pasos de rock and roll, hasta que la cantera se azuló.
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