DUODÉCIMA ENTREGA
DOS: PAN AMASADO POR EL DIABLO (1)
Del verbo divino
la virgen preñada
viene de camino.
¡Si le dais posada!
SAN JUAN DE LA CRUZ
1
Abel Rosso empezó a subir el repecho de Palmas y Ombúes con la sincronización de un muñequito de cuerda mal articulado. Estos atardeceres de noviembre pueden llegar a resultarnos maravillosamente insufribles, hija mía.
Casi treinta años atrás iban pasándose la pelota con Brian por esa misma calle y cuando le propusiste formar un grupo beat el muchacho alto y flaco y cabezón apenas sonrió aunque durante todo el partido que jugaron aquella noche en el Marítimo su pelo conservó una flotación solar y al otro día empezaron a ensayar y a buscar un batero y un segunda guitarra con urgencia.
Abel no demoró en darse cuenta que el coche que estaba estacionado frente al Marítimo no era el del director del espectáculo teatral que preparaban desde hacía meses. Qué lujo obsceno.
-Petiso -lo sacudió una especie de voz en formol.
-Flaco -le muestro los dientes acercándome a la puerta abierta del club, donde el cotizado ginecólogo grado 5 Brian Beltrami me espera fumando. -Tanto tiempo. ¿Le pasó algo a tu hija?
El hombre de impecable melena rubia tiró el cigarrillo y permaneció sentado en el escalón mientras Abel se acercaba a darle la mano.
-No. Annelise está ahí adentro, esperándote -me informa. -Parece que al director lo agarró una gripe fulminante y tu teléfono daba siempre ocupado. No hubo cómo avisarte. Y como la nena quería ensayar a toda costa yo tuve que quedarme de guardia hasta que llegaras. Fijate que hoy es viernes y se viene tormenta: un día perfecto para el degollador de la costa: ¿eh?
El hombrecito calvo barbudo y ya barrigón observó el lado oscuro del atardecer.
-Carajo -digo.
Debutaron con equipos alquilados en un cumpleaños de quince que se festejó en el Marítimo pocos meses después y Brian tocó el bajo desplegando la misma precisión elegante con la que iluminaba las canchas de básquetbol mientras el resto sudaba chapurreando canciones de los Beatles mal sacadas.
-Vos siempre igual, maestro -trato de sonreír.
El otro se paró, y sus lentes azules espejaron un sol casi sangriento.
-¿Cómo marcha el espectáculo? -preguntó. -¿Les da el mismo laburo que nos daba la orquesta a nosotros?
-Da mucho más laburo. ¿Annelise no te cuenta?
-No: en casa es muda. No salió a la madre.
-¿Cómo anda Flor?
El hombre sacó cansadamente los cigarrillos.
-Agonizando. Como siempre -dice. -Está loca del todo. Y para completarla hoy el degenerado anónimo volvió a llamar por teléfono a la nena.
El médico dio unos pasos en dirección al auto y Abel no lo siguió.
-Vení un poco, petiso.
En el club empieza sonar el último movimiento de la séptima de Beethoven, sobre el que Annelise trabaja las acciones mudas del velorio de un pájaro.
-Vení -repitió Briaa, y la juvenilidad reblandecida de su voz pareció herir a Abel como el filo de una mirada. -¿Vos te creés que a esta altura yo me puedo asustar de algún degenerado, por más degolladores que anden en la vuelta? ¿Nunca te levantaste a una pendeja del Seminario o del Sainte-Catherine? Te aseguro que son peores que cualquier abanderado de la barra brava de Peñarol.
El humo del cigarrillo forma una nube verde.
-Che: ¿sabés quién anda por aquí, en el barrio? -machacó el hombre alto sobre el final de la carcajada. -Ringuito. Va a quedarse dos semanas. Le va como los dioses en San Pablo con las computadoras. Cuando quieras nos tomamos algunas caipiras. Yo creo que debe hacer veinte años que no nos juntamos.
Ni el batero ni vos eran demasiado feos pero las chiquilinas se le abalanzaban inexorablemente a Brian que en la segunda época de la banda sólo miraba a Flor y la noche que debutaron con ella en el Náutico esperaron que el padre la viniera a buscar y se emborracharon con vino dulce en la Playa de los Ingleses y cuando amaneció Ringuito gritó Mierda que afrecho te juro que si ahora entro a una iglesia soy capaz de tirármele arriba a la Virgen A Flor no vas a encontrarla en ninguna iglesia loco retrucó Brian.
El allegretto de la séptima sinfonía de Beethoven se truncó.
-Hasta siempre, catedrático -digo mientras veo alejarse el Hyundai Elantra y suena el primer trueno.
2
Las puerta laterales vidriadas y los enormes ventanales del Marítimo daban hacia el oeste: aquellos últimos días Abel se sentaba a ver calentar a Annelise y al director-actor con música de Beethoven Piazzolla Gismonti y el corazón de la primavera parecía detenerse.
Se habían quedado sin segunda guitarra porque era época de exámenes aunque igual ensayaban de cuando en cuando en el club y una tarde apareció una chiquilina de paso duro y ojos amarillos que los interrumpió para decir Hola me llamo Flor yo canto y toco teclados y tengo un problema en una válvula del corazón pero pienso vivir mucho.
Annelise me espera sentada sobre el mosaico: tiene los ojos breves y oscuros, y un pelo color cobre que le llueve radiantemente hasta la cintura.
-Cómo anda tu hija -preguntó.
-Más o menos -me inclino para besarle la satinada suavidad del rostro. -Ayer casi no durmió.
-¿Y se animó a ir a la escuela después de lo que le hicieron?
-Sí. Tiene los ovarios bien puestos.
-Pobrecita.
Fíjense que todavía no hay ningún conjunto con voz femenina argumentó Flor mientras ustedes seguían inercambiando muecas de perplejidad Y además no soy fea.
-Lástima que tu viejo se quedó afuera mientras hacías el velorio del pájaro -digo sin convicción.
-Mis viejos deben estar afuera del mundo desde que yo nací -ladró la muchacha. -A la mierda con los sixties. Y ahora están por separarse, además. Te aviso que a mamá en cualquier momento le viene el raye con este mambo del degollador y no me deja hacer más teatro. Mirá: no puede haber ninguna mina que tenga más necesidad de ser mayor de edad que yo. ¿Me trajiste a Bukowski?
Abro el cartapacio y le alcanzo La senda del perdedor poniendo cara de Papá Noel. Annelise se levantó con dulce gravidez. Vos sos linda de veras.
-Gracias, hermano -entristeció inesperadamente la chiquilina.
Che por lo menos pruébenme terminó prepoteándolos Flor A ver hacé la introducción de If I fell en Sol sostenido menor y fue maravilloso escucharla ronquear y enseguida supiste que la despampanante muchacha de minifaldas y corazón andrógino nunca sería capaz de enamorarte.
-Bueno -saco el segundo cigarrillo del día. ¿Ahora puedo ver el velorio del pájaro, maestra?
-No -murmuró Annelise. -Hoy no me sale nada. Tampoco tenía ganas de venir. Preciso ir a El reenganche a encontrarme con alguien. Le vendí el verso a papá de que vos me acompañabas hasta lo de Cecilia y de allí me llevaban a casa. Pero lo único que preciso es que me acompañes hasta El reenganche.
-Ta bien. Pero primero hacé el velorio del pájaro.
La muchacha usa una malla negra enteriza que le ciñe delicadamente el esqueleto y la agresividad de los pechos bien nacidos. El hombree hizo retroceder el cassette y el allegretto rebrotó entre una lava turquesa transitada por pájaros incandescentes y soplos de glicinas jazmines y jacarandás: y durante la circularidad concéntrica del crescendo Annelise se transformó en una prostituta que escarbaba y giraba recortada contra el atardecer rengueaba se arrastraba y corría ofrecía rogaba y llamaba a los hombres y a Dios para santificar las vidas imposibles. Ahora truena que da miedo.
3
-Menos mal que hoy no te salía nada -digo ya en la calle, admirando la enloquecida luminosidad que declina entre la tormenta. -Qué cansancio espantoso. Mañana de mañana tengo que bajar a lo de mi hermana a limpiar las maderas que conseguimos para la escenografía.
-Mierda -dijo Annelise. -Le tengo tanto asco a la mayoría de la gente que al final me doy asco yo misma.
Flor se integró a la banda aquella misma tarde y al otro día les hizo transportar su órgano electrónico al club y cuando terminaron de arreglar la primera canción se puso a bailar sola hasta quedar sin aire y después les contó su vida y sus milagros con ojos de vampiresa y al salir del ensayo gritó Flower para todos y todos para Flower.
-Pobre corazón / que no encuentra su cordura -cantó Abel, y agregó: -Tené confianza en tu corazón, morocha.
Entonces Annelise empieza a torcer los ojos igual que en la escena del espectáculo donde la yira mira al soñador sin saber si entregarle también el alma.
-Ayer terminé de leer tu novela de París -comentó. -¿De quién se enamoró Bénédicte, al final?
-De Dios. Y yo también.
-Pero vos no creías en Dios.
-Pero creía en la Virgen. Que representa el misterio de la perfección de Dios.
Aquel verano iban en barra a la Playa de los Ingleses y Flor coqueteaba parejamente con los tres y decía Qué joder es mi último verano de niña cuando cumpla dieciséis en abril decido quién me gusta de veras y a otra cosa y vos fingías estar interesado en ella por pura complacencia y observabas el hambre de Ringuito y la adoración ciega de Brian y pensabas Flower para todos y nadie para Flower.
-¿Y seguís viendo Gárgolas? -me pregunta Annelise.
-El asesino existe adentro de cada uno -bajó la cara Abel. -Esa es la Gárgola.
-¿O el diablo?
-Es lo mismo.
Al doblar por Grito de Gloria se prendieron las luces de la calle y el pelo de la muchacha empezó a tremolar anaranjadamente hacia la izquierda.
-¿Vas a estar mucho rato en El reenganche? -me animo a preguntar.
-Depende.
-Pero no irás a fumarte o a emborracharte mucho.
-Eso también depende.
Entonces Abel se frenó. Carajo.
-Cecilia está en el boliche -se defendió Annelise. -Después vamos para la casa y el padre me lleva. O pido permiso para quedarme a dormir. No hay problema.
El debut del rebautizado grupo Flower fue el sábado anterior a que Flor cumpliera sus tan esperados dieciséis años y mientras Ringuito y Brian compraban el moscatel dulce en la cantina la muchacha observó el Náutico ya vacío y te dijo Yo me enamoro de la gente cuando los veo bailar y cuando era muy chica ya soñaba con hacerlos bailar y me dormía soñando que después de la fiesta nos íbamos todos juntos al cielo.
-Okey -cabeceó Abel. -Vaya a ese boliche pestoso. Pero si la cosa se le pone muy dura no se olvide de ver a un negro de otro mundo que anda con un sombrero blanco y un perrazo. Le va a regalar una rosa para que se seque la cara.
-Todo bien -sonríe Annelise, como si comprendiera. -Gracias, loco.
Empezaron a caer algunas gotas. Y de golpe veo salir a un muchacho del boliche-galpón y acercarse lentamente, entre remolinos de pétalos de acacias blancas. Annelise se endureció.
-Dejame sola -jadea, dándome un beso rápido.
Abel la obdedeció. Cuando me cruzo con el muchacho lo saludo alzando un brazo: está muy fumado se parece a Rimbaud y entre sus pestañas enruladas fosforece la Gárgola más joven que me tajeó en la vida.
4
El hombre mal sincronizado repechó la colina de Grito de Gloria y llegó a los bloques de apartamentos cuando ya llovía fuerte. Ni siquiera se me ocurrió pedirle a Annelise que me pegara un telefonazo al salir del boliche. Hacía tres días que la mujer y el hijo menor de Abel estaban en México, visitando a una parte de la familia.
-Paloma duerme profundamente -dice mi hermana, después de apagar la TV. -Le di un Plidex.
-¿Comió?
-Bastante. Hicimos los deberes juntas pero no quiso ver la tele ni nada.
-¿Se supo algo nuevo del degollador?
-No. Antes de que me olvide: hace un rato llamó la madre de Annelise. Va a volver a llamarte.
Flor festejó sus dieciséis años con una reunión donde le dio el sí a Brian y Ringuito ni siquiera propuso consolarse etílicamente en la Plaza Virgilio porque el otoño los sumergió de golpe en una niebla pavorosa que te hizo moquear y morder la almohada hasta el amanecer.
Abel abrió una caja de vino blanco Y Ma-Sa aceptó un vaso.
-Extrañás mucho a la chamaca y a Martín -me sondea desnudando el triangulito que le embellece la juntura inferior de las paletas.
-No es eso. Creo que estoy en trance de aceptar la llegada de la vejez. Sin drama.
-Pero con depresión.
Abel retuvo un sorbo debajo de la lengua y tragó y contestó:
-Está el asunto del teatro, también. Da un laburo infernal. Y está el diablo, también -retengo otro largo sorbo empezando a aliviarme. -Nunca hubiera pensado que a mi hija de once años iban a crucificarla en plena escuela. Mi inocencia es inmortal, estimada psicóloga.
La mujer-muchacha diminuta y de ojos muy azules sonrió serenamente antes de retrucar:
-¿Por qué no me contás bien de una vez cómo fue? Se me hace tarde, samurai.
Tenías dieciseiete años y dormías desde los quince en la piecita del patio y aquel mediodía la niebla apenas te dejaba distinguir las hojas del gomero que invadían el tragaluz y te golpearon varias veces para llamarte a almorzar y ni tu padre ni tu madre pudieron convencerte de que por lo menos le abrieras la puerta hasta que descubriste a Ma-Sa observándote trepada en el gomero y saliste a comer fingiendo un desconsuelo amoroso.
-Bueno -vuelvo a llenarme el vaso. -Lo que te falta conocer son algunos detalles, nomás. La que organizó el baile en el salón cooperativo fue la propia maestra, con la intención de reconciliar a la clase. Tenían todo planeado. A cierta altura del baile, las chiquilinas que están enamoradas de Tato y los chiquilines que están enamorados de Paloma arrastran a empujones a Tato y lo plantan frente a Paloma y el chiquilín grita llorando Te quiero como amigo pero no quiero ser más tu novio. Y mi hija se va corriendo a llorar al baño y el pelotón principal de la clase ya reconciliada le golpea la puerta, insultándola y festejando. Entonces me hija sale del baño y la maestra le pregunta si prefiere volver sola a su casa y la deja venirse sola por la calle, a las once de la noche. Viva la humanidad, como decía Isabelino Pena.
-¿Ya hablaste con la maestra? -preguntó Ma-Sa, parándose para recoger el paraguas del lavadero.
-La maestra ya me oyó, no te preocupes. Lo que queda es el dolorazo, tirado en ese cuarto.
Te pasaste toda la tarde del domingo encerrado en tu pieza y de golpe te gritan Tenés visita y Flor entra con una bruma dorada en los ojos y se sienta en la punta de la cama y murmura Yo sé que no llorás por mí pero vení y te obligó a escucharle el corazón y ni siquiera te diste cuenta que estabas recostado sobre el precioso pecho de una muchacha y ella dijo La válvula puede fallarme en cualquier momento yo anoche supe enseguida lo que te pasaba porque desde que soy chica la niebla me hace imaginarme a todo el mundo muerto lo que tenés que hacer es tratar de que bailen y vean el cielo y chau y te besó en la boca y se escapó.
-Si Annelise todavía está en El reenganche avísame, por favor -le pidió Abel a Ma-Sa, ya con la puerta abierta.
-Quedate tranquilo, Marlowe -grita mi hermana, a través de la lluvia.
Abel entró en puntas de pie al cuarto de Paloma y la encontró durmiendo con una foto de Tato en cada mano. Cristo. Un inusualmente largo timbrazo del teléfono lo hizo pegar un salto de rayuela.
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