SEXTA ENTREGA
UNO: LOS BORRACHOS VAN AL CIELO (6)
9 / EL SUELO
TATO ENTREABRIÓ los ojos hacia el cielorraso, después que escuchó a Fantina darle las instrucciones a la nueva empleada y salir taconeando. Le dolía un poco la cabeza, pero no tenía resaca. La noche anterior vomitó a escondidas de su hermana y simuló dormir desde temprano, para no tener que hablar con su madre. Fantina había salido muy temprano y llegado muy tarde, como siempre. Ahora Tato trató de imaginarse a la empleada nueva, pero el silencio total que había en el apartamento lo desacomodó.
Se levantó con cuidadosa velocidad. En la cama contigua dormía Alejandra, una belleza degasiana de casi catorce años. Estaba semidesnuda, y la marea solar que penetraba por el postigón parecía desvelarle los resquicios más áureos del cuerpo. Tato se puso el equipo de fútbol completo, pero antes escarbó entre la ropa para sacar dos paquetitos. Al salir del cuarto rengueando oyó una especie de orinar pertinaz y se erizó. El sonido llegaba desde la cocina. Tato entró al baño moviendo violentamente el pestillo, y cuando salió y se paró en la puerta de la cocina había vuelto el silencio. Una negra ya vieja y de tetas gigantes lo observaba resplandeciendo en llanto. Pero ya no lloraba.
-Vos sos Tato -le dijo, y prendió un cigarrillo con movimientos señoriales.
El chiquilín miró los paquetitos en la mano. La mujer entrecerró unos ojos crueles y roncó:
-Mirá que no estuviste moquear a cualquiera, cachafaz. ¿Te gusta el carmaval?
-Sí.
-¿A qué tablado fuiste el año pasado?
-Al Malvín.
-Yo soy Luz Adrogué.
Tato subió los ojos.
-¿Viste cómo me manyás? En este país de mierda yo sigo siendo lo más famoso que hay después de Artigas y Obdulio, nene. Pero hoy soy tu sirvienta. ¿Qué querés? ¿Café con leche?
-No. Quédese sentada, nomás. Yo tomo leche fría.
Tato rengueó hasta la heladera y sacó la jarra. La mujer dejó colgar el cigarrillo de su bocaza y se sostuvo la cabeza con el revés rosado de las manos.
-¿Qué te pasa? ¿Sos rengo?
El chiquilín puso los paquetitos y la jarra sobre la mesa y se fue a buscar un vaso. Se sentó frente a la mujer.
-Sólo a veces -le dijo. -Cuando me duele el alma.
Luz Adrogué largó una carcajada que hizo volar el cigarrillo cerca de los paquetitos. Tato los protegió con un gesto de desesperación.
-En este mundo casi no quedan almas, Chapete -murmuró le negra, que tenía la mirada color borra de café recién hecho. -¿Qué llevás ahí adentro?
-Acá tengo mis ahorros. Y acá una cucaracha que asesinó mi hermana.
-Necesito una copa -suspiró Luz, apagando el cigarrillo y apretando los párpados entelerañados por la humedad. -Justo eso: hace un rato me sentía como la cucaracha de la canción. Yo también estoy renga, ¿sabés? Me jodí la cadera. Y nunca más voy a poder bailar.
-¿Necesitás una copa?
-Sí.
-Te propongo un trato. Yo te doy mis ahorros y vos me comprás champagne Fond de Cave y te convido.
-¿Y para qué querés champagne?
-Para convidar a un amigo: un doctor que vive ahí en la cantera. Le encanta el Fond de Cave. Yo siempre lo espero frente a la casa cuando llega de la guardia y charlamos un rato y jugamos al fútbol.
-¿Él también es de Liverpool?
Tato se miró la camiseta.
-Sí -mintió.
-En mi conventillo vive Pelé Fernández.
-¿En serio?
-Claro. Vive dos puertas más allá de la mía. Cuando quieras te llevo.
-Ta. ¿Pero me comprás el champagne? Por favor. Te invito con dos copas.
La mujer manoteó otro cigarrillo y lo prendió observando al chiquilín con mezquindad de puta.
-Hecho -dijo.
TATO CRUZÓ a lo de Paloma con un solo paquetito en la mano. Ella estaba sentada en la puerta de los apartamentos jugando a las muñecas con una amiga. La amiga se fue para adentro.
-Ayer no te encontré en todo el día -dijo Tato.
-Fuimos a comer a lo de tía Ma-Sa.
-¿Y por qué no me avisaste?
-No pude. ¿Me copiaste los poemas?
-Todavía no. Voy a hacer una copia para vos y otra para tu padre. Y la pulsera te la compro mañana. Tengo que ver cuánta plata me sobra.
Paloma alzó unas cejas indiferentes.
-Mi padre quiere invitarte a ver a Liverpool esta tarde -anunció. -Ni sueñen que yo vaya. ¿Qué tráes allí?
Tato encorvó su delgadez y torció los ojos de abajo a arriba, enfocando a la niña.
-Un cucaracho asesinado -dijo. -Quiero que me acompañes a enterrarlo.
-¿Cucaracho?
-Sí. Vamos hasta el campito donde están haciendo el liceo.
-Esperá. Voy a pedir permiso.
Tato pegó una patada en el suelo y se escapó corriendo.
PALOMA SUBIÓ por un trillo de tierra que cruzaba entre la Asociación Cristiana y el liceo en construcción. Tato estaba arrodillado, y el solazo le enrojecía la cabeza castaña. Paloma lo cubrió mudamente con su sombra.
-Ya lo enterré -dijo el chiquilín, sin levantar los ojos.
-Nosotros tuvimos una ardilla antes que ustedes se mudaran. Se llamaba Luli. Se enfermó justo la tarde antes que vinieran los Reyes y mi padre la llevó al veterinario y dijo que ya la habían curado, aunque tenía que seguir viviendo aquí.
-¿Y vos se lo creíste?
-Yo qué sé. Para mí era como esos chiquilines que dicen que desaparecieron. Pero al otro día Melchor nos dejó una carta contándonos que mientras entraban a casa por la ventana habían visto una ardilla blanca que los saludaba desde este campito.
Tato miró a Paloma, recortada contra el espacio. La niña sonrió.
-Vení. Sentate.
Paloma se arrodilló y Tato le dio un beso en la sien.
-Sabés lo que le pasó a este cucaracho -preguntó.
La chiquilina sacudió suavemente las trenzas.
-Este cucaracho estuvo preso por pelear contra los bichos peludos. A mí me lo contó Melchor, también.
-¿Dónde lo tenían preso?
-En una cueva donde lo torturaban. Y después que salió se volvió loco: mucho tiempo después.
-¿Y qué pasó, al final?
-Lo asesinaron. Una vez se desmayó y se lo llevaron al hospital para curarlo, pero los bichos peludos se metieron y paf: lo deshicieron de un chancletazo.
-Pobre.
Tato se incorporó y le pasó un brazo sobre los hombros a la chiquilina.
-Ayudame a caminar -le pidió.
LUZ ADROGUÉ estaba cocinando un guiso de porotos mientras Alejandra escuchaba la radio con las piernas cruzadas sobre la mesa.
-Y a qué edad lo conociste a tu novio, entonces -preguntó la mujer.
-A los siete. Hicimos toda la escuela y el primer año de liceo juntos. Después nosotros nos mudamos.
Alejandra tenía puesto un bikini minúsculo. Luz sacó un cigarrillo y en el momento de prenderlo desvió la mirada hacia el cuerpo tostado de la muchacha.
-Sos preciosa -le dijo. -Pero ya se te va a pasar. Yo tenía un cuerpo muy parecido al tuyo, aunque no puedas creerlo. ¿Hace mucho que cojés?
Alejandra enrojeció. La mujer color moka caminó dificultosamente hacia la mesa y se sentó y bajó un poco la radio.
-Cuando quieras me contás -le dijo. -Y no tengas vergüenza. Hay que saber cojer. Yo me acostaba con media frontera, a tu edad. Pero nunca fui boba. Siempre gocé: ¿comprendiste?
Sonó el timbre de la calle y Alejandra descolgó el intercomunicador a desgano.
-Quién -preguntó.
-Tu abuela.
-Puta que lo parió. Faltaba esta, nomás -rezongó la muchacha, después de apretar los botones.
-¿Y para qué le abrís?
-Yo qué sé.
-No hay que abrir sin saber -dijo Luz Adrogué, después que la muchacha corrió hacia el living.
HACÍA MÁS de cuatro años que la madre de Fantina no venía a verlos. Alejandra abrió la puerta antes que sonara el timbre y sorprendió a la vieja en trance de enmascarar su crispación: la vieja alzó los brazos y frunció la boca pintarrajeada para decir telenovelescamente:
-Mi corazón. Qué divina que estás.
Y trató de abrazar a la muchacha, que apenas aceptó intercambiar un choque de mejillas. La madre de Fantina pasó revista al living y se dejó caer en un sillón.
-Quién está cocinando -preguntó, con un jadeo exagerado.
-La empleada nueva.
-Pero mirá qué bien: tienen empleada nueva y todo.
-A qué viniste -retrucó Alejandra, que todavía estaba parada con el pestillo en la mano.
-Vine a verlos, mi amor. Cerrá.
-No. Viniste por ese moscato de mierda, yo sé.
La vieja la miró por encima de los lentes.
-Y esa forma de hablar -preguntó con un inconfundible militarismo de maestra. -Cerrá, que nos está escuchando todo el mundo.
Alejandra pegó un portazo y se paró entreabriendo las piernas igual que las modelos.
-¿No andás muy desnudita, mi tesoro? No sabés cómo los extraño.
La vieja se sacó los lentes para encastrarse el maquillaje con un pañuelo lleno de manchas sepia.
-Estoy tan sola -dijo. -¿Sabés lo que tuve que hacer antenoche? Pelearme con una rata.
Alejandra se apoyó contra la pared.
-¿Te das cuenta, mijita? -chilló la vieja. -¿Te das cuenta las cosas que tengo que hacer? Fijate que estaba despierta a las cinco de la mañana y sentí un ruido raro en el ropero y me levanté a abrir. Porque justo era en los cajones donde tengo las fotos. Y abro y me veo una rata de ojos verdes y de este tamaño, a punto de comerte. A vos. Iiiii, me hizo. Y entonces traje una escoba y la enfrenté. El bicho salió corriendo y terminó metiéndose debajo de la escalera, me parece. Porque se siguen oyendo ruidos a toda hora del día.
La lengua de la vieja patinaba entre unos dientes ferruginosos, que ofreció panorámicamente.
-Ahora me encariñé con ella. Y le dejo comida y hasta le puse Marta de nombre. Conversamos muchísimo. Mirá Marta, le explico. Mirá que la nena es mía. No vayas a tocarla porque te mato a escobazos y te como con arroz.
La vieja gorgoteó una risita.
-Bueno -dijo Alejandra. -Yo me tengo que ir.
-¿Dónde está tu hermano?
-No tengo la menor idea.
-Tengo que arreglar cuentas con tu hermano.
-¿No será al revés, abuela? ¿Ya te olvidaste de la noche que él se tiró en la calle?
-Porque estaba borracho. Es igual que tu abuelo Tato tenía cinco años y me robaba copas. Yo no podía creerlo pero me las robaba, nomás.
La ancha mirada verde de Alejandra se agrisó.
-Vos lo echaste de casa, abuela. Yo te oí. Porque te habías recopado tomando sidra y se te metió en la cabeza que el que tocaba timbre era mi abuelo.
La vieja amenazó con pararse.
-A mí no me hablás así, mocosa. ¿Ahora se volvieron igual de atrevidos los dos? Son dignos hijos de tu padre: hasta Fantina se pudrió por culpa de esa bestia.
-Andate -gritó Alejandra.
-No me voy nada. Tu padre es una bestia y un lambeculos de los mafiosos. Tu padre estuvo preso por hacer de chofer de un sindicalista mafioso que iba contra el gobierno. A mí no me interesa que hubiera dictadura. Nos comimos cuatro años arreglándonos a solas y cuidándote como a una rosa y cuando nació Tato estaba todo lindísimo hasta que a la bestia se le ocurrió empezar a-
-ANDATE.
Alejandra se pasó las manos por el pelo y avanzó hacia la abuela envejeciendo como en una película de ciencia-ficción.
-¿Por qué no hablamos otro día, mejor? -trató de sonreír. -Te lo ruego. Vení cuando esté mamá.
-Tu madre me mandó a la mierda, por teléfono. Lo que no se entiende es cómo se pudieron olvidar de lo que los cuidé. Fantina salía todo el día y la que los bancaba era yo, mijita.
-Vos bancabas a tu rosa, abuela. Porque a Tato lo odiás.
La vieja entrecerró una mirada de donde parecía emerge su aliento pantanoso.
-Mirá -dijo. -Yo fui maestra toda la vida y nunca vi un chiquilín igual. Tato no es un chiquilín, ¿entendés?
-Andate o llamo a la policía.
La vieja carcajeó.
-De aquí no me saca nadie, mocosa de mierda. Vaya. Llame a la policía, nomás. A ver si te dan corte. Yo tengo mis derechos: yo vine a arreglar cuentas con el artista y de aquí no me saca nadie hasta que se me reponga lo que se me robó.
-Yo te voy a sacar de aquí, vieja rata -dijo Luz Adrogué brillando sombríamente en la arcada del living. -Y sin necesidad de usar escoba ni nada.
La madre de Fantina pegó un salto mecánico.
-Y encima de una artista la que te va a sacar -especificó Luz, mientras cruzaba el living arrastrando una pierna. -Y yo no estoy mamada. La mamada sos vos. Por eso hablás así: porque chupás y arriba te falopeás tupido, igual que los degenerados de las fuerzas de choque. Así que calle contigo. Meta. Levantá las cacharpas y picatelás, que ya armaste bastante quilombo por hoy.
La vieja protegió su cartera como frente a un punguista y miró a la muchacha. Alejandra miró a Luz.
-¿Qué? ¿No entendiste? -gritó la negra. -FUERA.
La vieja se paró.
-No sabía que las artistas fueran sirvientas -se animó a retrucar.
-Yo soy Luz Adrogué, catinguda. ¿No te suena?
-Sí. Y yo soy María Estuardo.
-Pero mirame bien, otaria -dijo la negra, casi con dulzura. -Estás hablando con la primera vedette que tuvo el Uruguay. Imaginate las plumas de faisán por acá y por acá, y estos pechos bailando por Curuguaty.
La madre de Fantina parpadeó, en señal de reconocimiento.
-Si sos Luz Adrogué siempre fuiste una puta famosa, igual -dijo contorsionando el mentón. -Te decíamos La Chaucha: siempre con el poroto adentro.
Y arriesgó una risita.
-Lo que vos te olvidás -corrigió la negra, mostrando unos colmillos impolutos y auténticos- es que durante años me dijeron La Viuda Negra, también. Porque le encajé veintidós cortes a un soruyo que me cagó la vida.
La madre de Fantina reculó hasta la puerta y antes de salir gritó:
-Saludos a tu papito, Alejandra.
La muchacha corrió a cerrar, pero descubrió a Tato ovillado en los escalones del tramo ascendente completamente meado. Alejandra tuvo que cargarlo y desvestirlo para que se duchara, mientras Luz le pasaba un trapo a la escalera.
MEDIA HORA después comieron. El guiso de porotos tenía salchicha y tocino picados, y los chiquilines mojaron la salsa hasta terminar el pan.
-Este guiso quedó pipicucú -dijo Luz Adrogué, frotándose las manos. Por más que haga calor, qué me vienen con jodas. Esto es comida: para grandes y chicos. Yo voy a festejar, si los señores me permiten.
La mujer arrastró su corpachón hasta la heladera y sacó un reluciente champagne Fond de Cave. Le clavó una mirada secreta a Tato y dijo:
-Voy a tomarme un par de copas, nomás. El resto queda en la heladera pero es mío, ¿tamos?
Alejandra miró a Tato con autoritarismo matronal y el chiquilín dejó de sonreír. El champagne explotó haciendo chorrear la espuma.
-Está rico -suspiró la mujer. -Yo tomé mucho de esto. Y era del bueno, claro. Buenos Aires era Buenos Aires, en aquella época: la reina del Plata. Pero miren que yo había sido negra musula allá en la frontera hasta los quince años, allá en la frontera. ¿Saben lo que quiere decir musula? Esclava. A mí me trataron igual que a una esclava, desde que nací. Me ligué más sopapos que una mosca cargosa.
Los chiquilines se miraron.
-Sí. A ustedes les hace gracia, carajitos. Pero era un infierno, aquello. Yo vivía en Livramento, trabajando en la casa de unos fazendeiros. Y un día hubo un concurso de baile y me quise anotar, pero no me dejaron porque tenía quince años. ¿Entonces qué hice? Voy a ponerme en forma, pensé: A ver si les interesa el asado con cuero. Una hermana muy buena de mi patrona -Olinda- me había regalado un vestido negro todo calado, y yo pensé: Si me pongo un calzón y un corpiño rosados abajo de este vestido los emporoto a todos estos pelotudos juntos. Che, ríanse con cuidado porque por hoy no friego más meadas.
Alejandra gritaba de la risa.
-Bueno, y había un turco de la vuelta que tenía una tienda y siempre me llamaba. Era muy enamorado, el turco. Pero yo me dejaba manosear para llevarle comida a mis hermanos, nomás. Hasta que un día pensé: Se acabó, Luz. Hay que bailar, también. Y entré a la tienda y le clavé el ojo a un raso precioso que había en el mostrador. ¿Le gusta la tela? me preguntó el turco: le quedaría tan bien. Sobre todo con esos pechos tan lindos que usted tiene. Y como no se animó a tirarme el manotón yo le tiré el manotón al raso. Y al hombre se le caía tanto la baba mirándome las tetas que me dejó agarrarlo y dijo: Puede llevárselo, señorita. Pero primero hagamos el amor ahí atrás, ¿le parece? Entonces yo salí rajando con la tela y grité desde la puerta: Te voy a denunciar a la comisaría por meterte con menores, judío degenerado. Pobre hombre: si era un caballero. Y yo ya era un putón desde los doce años.
Luz Adrogué largó una carcajada y terminó el champagne y se sirvió otra copa. Los chiquilines habían enmudecido.
-Entonces me hice el calzoncito (que era como esa tanga que estás usando vos) y el corpiño, bien chiquito. Y la noche del baile me escapé al teatro con otras muchachas que me prestaron unos tacos y un saco grande para taparme todo. Y cuando llego me dice un portero mulato, muy ceremonioso: No, señorita. Usted no está anotada en el baile. No va a poder concursar. Y entonces abrí el saco y el hombre se quedó medio bizco y dijo: Me parece que usted hoy va a ser la muñeca de la noche. Y fui el último número, después de todas aquellas mujeronas que salían con unos vestidos que parecían tubos y unas sombrillas espantosas. Y me empecé a mover como pude, y de golpe me doy vuelta y levanto el vestido y sentí que se morían. La gente se moría. Y seguí dando vueltas y cada vez que les mostraba el culo se volvían locos de felicidad. ¿Comprendiste? Porque veían un culo. Lindo. Y porque yo ya bailaba como una diosa.
Luz miró fijo a Tato.
-Si querés ser artista te la tenés que jugar, ¿comprendiste? Aunque te arranquen el pellejo pedazo por pedazo. ¿Por qué dijo esa vieja que eras un artista?
-Porque escribe poemas -dijo Alejandra, arreglándose el pelo. -Bueno, yo me tengo que ir.
Tato bajó la cara. La camiseta azul y negra a rayas había sobrevivido al diluvio renal.
-Lo que no entiendo esa una cosa -murmuró Luz Adrogué, después que terminó la segunda copa y quedaron a solas. -¿Para qué precisás chupar, a tu edad?
El chiquilín no contestó y decolgó la cantimplora de una percha y sacó el champagne para verterlo cuidadosamente.
-No tendrías que haberle manoteado esa botella a la vieja -insistió la mujer. -Esa vieja es el diablo. El diablo no sos vos: es ella.
-¿Cuánta plata te sobró?
Luz soltó una risotada cabaretera.
-¿Si me sobró? Me debés doscientos pesos, poeta.
-Mentirosa.
-Mentirosa tu madrina, rapaz malcriado. ¿Sabés lo que me costó ir hasta el almacén? Arrastrándome fui, para que te mamaras.
Tato mostró las paletas.
-Le tenía que comprar una pulsera a mi esposa -gritó y salió corriendo.
Luz Adrogué miró con odio la vajilla que tenía que lavar.
-Siempre la misma historia -dijo. -¿Quién nos puede entender si no somos capaces de entendernos entre nosotros mismos?
10 / LUZ
EN LAS segundas Llamadas ya nos cayó el malón del centro como alguien había dicho y nos empezaron a currar los que alquilaban sillas o se metían a tamborilear para hacerse cartel en la Punta o se aparecían por el conventillo con una carrada de gringos a filmarnos igual que si estuviéramos en el zoológico: y discutían mucho con Cirilo porque él nunca encontró bien lo de la glorificación del ghetto Vos parecés mi hermana la bolche lo toreabas y él gritaba Carajo yo no soy más que una marica loca pero soy bailarina y no tengo por qué pasarme toda la vida entre esta negrada musula que ni siquiera se da cuenta que nos están jodiendo desde que los primeros tanos y los primeros gallegos se quedaron con todos los oficios y nosotros pasamos de esclavos a porteros sirvientes changadores tamborileros lustrabotas putas y centrojases: pero cuando arrancábamos por Curuguaty yo volvía a ser la diosa de Maracaná y reconozco que aquello nos duraba poquísimo pero hasta el Presidente se entreveraba con la gurisada y una sentía que cada veredita era una montaña y la gente parecía hablarte en la oreja y vos les regalabas una risita y chau: y durante la segunda década de oro de tu belleza cruzaste los espejos midiendo disimuladamente la llegada gredosa de la grasa y una tarde en Arocena te sentiste demasiado escupida por los pomos y pensaste Me jodí: porque si los pitucos te torturan igual que a una sierva es porque empezó el fin y me sentí una generala repechando la lluvia con un ejército de juntapuchos y lo miré a Cirilo y le grité Movete macho y acordate que el culo de un solo artista vale más que toda esta gilada y a Cirilo le reventó una bomba de agua en la cara y pudo desahogarse: y a medida que se enfriaba el carnaval los tablados les mataban el hambre pero terminaban por ser un suplicio y siempre reconociste que era una estupidez hacerse los vecinos de selva de Tarzán y berrear letras bobas cuando el país se iba en sangre y muchas murgas empezaban a cantar verdades: aunque yo de izquierdista no tengo ni un pendejo ni lo tendrá jamás y los murguistas bien que nos jodían haciéndose pagar el triple y el cuádruple de lo que cobrábamos las comparsas y nosotros en el molde porque nos faltan negros que las tenga bien puestas y esa es la gran verdad pero calladita Luz que las diosas no hablan.
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