lunes

ENTREVISTAS CON JOSÉ LEZAMA LIMA - FÉLIX GUERRA



TRIGESIMOSEGUNDA ENTREGA


15 / EL LABIO DEBAJO DE LA GOTA (2)

Entonces, ¿muchos lenguajes escondidos en el lenguaje? ¿Con las mismas palabras podríamos hacer siempre el cocido nuevo?

Las aves vuelan confiadas incluso hasta el segundo anterior al escopetazo. Salvo la eternidad, nada hay eterno. El latín murió y lo fueron matando, porque hasta un sombrero de fieltro desgasta el metal de las perchas. Un lenguaje para estar vivo debe desvestir y vestirse de continuo, abrirse el saco delante de las estatuas, descorchar vinos y trastabillar ebrio, olisquear en todos los sahumerios y adoptar lo que se aproxime y engrose, aun cuando no se trata de dejar las puertas desguarnecidas. En mi criterio, lo que entra por las rendijas entra para quedarse y no hay ratón vigilante que lo saque. Los lenguajes se enriquecen con el uso enriquecedor, de igual manera que el pote de la mermelada es asediado tanto por la trifulca atolondrada de las moscas como por el ojo múltiple y meditabundo y engullidor del infante José.

Para mí no hay aventura escrita, si el ojo del pájaro no es guiado por una falange o falangina creadora. Siempre me tengo cogido por detrás de la nuca, aferrado por la camisa. Constantemente entreveo formas de futuro, que yo no puedo poner ya en marcha porque a pesar de todo, amigo, me lastran los antecedentes y la vejez. Por mucho que huyo de los pasados simultáneos, del condicionamiento de mi historia personal y global, no es posible disimular todos los anclajes ni burlar hasta el último portero. Pero veo, distingo, atisbo: cuántas combinaciones, Dios mío, para cajas caudales o cajas anales, que no podré inaugurar en mis aguas ni patear con mi cola. No hay por tanto que adscribirse a un modo ni perseguir estilos ni falsificar ni imitar tendencias: el agua es nueva, decía Heráclito del río, pero cada sed es nueva también. Para cada corriente líquida que entra perfumando el ciclo hidrológico, se multiplica el aleteo de bocas ávidas que corren a poner el labio debajo de la gota.

Ahora, lo invito a hablar de la imagen.

Todos hemos venido dosificando el tiempo y la experiencia, para llegar castañeteando a este estado de insecto adulto. La capacidad de reproducirse crea de nuevo la imagen y llega con la madurez sexual de la criatura. Sólo la cantidad de especies, hablando de mariposas, unas cien mil, podría llevar todos los archivos de la memoria: sin embargo, el número de especies es ridículo con relación al número de individuos insustituibles por espejo. Las aguas y los espejos y los espejismos son reproductores incansables e ingastables de imágenes, que es sólo un aspecto mecánico del asunto. Yo tengo un espejito en el baño donde, por lo menos, haciendo una multiplicación sencilla, me vi hasta hoy la máscara unas treinta mil veces. Y ya le digo, es mi espejito, mínimo, y yo soy uno, José. En ese mismo espejo se ven otras personas de la familia, así como todo el que entra de visita y le inquieta cómo la luz le sale por el rostro.

El Imago Mundi es un producto de la teología que forzó a la ciencia y a los descubridores a procrear mundo. Petrus de Aliaco metió imágenes a un libro, cuando aun no existía posiblemente el calidoscopio, batió, cocteleó, y soltó ese vino sobre la mesa del Renacimiento. Su imago precursor nos inventó anticipadamente, cometiendo el pecado de la hipertelia, cometiendo el pecado etílico de precipitar en la sangre de su siglo un afán desmedido y urgente de nuevas imágenes. Colón llevaba desplegado el Imago Mundi cuando desde las extranjerías remotas asomó velas y vislumbró el Caribe. Recomenzó la construcción de imágenes a un ritmo realmente vertiginoso, porque fue como si los unicornios corrieran por debajo del agua y desajustaran los goznes y el silbido de las ventanas. A imaginarlo todo de nuevo, porque un mundo más completo renacía de las cenizas europeas.

Los aciertos de la imagen transformados en poesía, resisten los tránsitos de las necrópolis y las esquinelas de las vestiduras, se deslizan aporéticos y danzantes, pernoctan escandalosamente sobre el mármol. La imagen es el triunfo sobre la carne y el metal, la eternidad posible llegando por el latido de la mano. La tortuga se levanta el cuello impasible para detener el invierno, pero sólo una sorpresiva y reveladora metáfora hilvanada con el hilo de estambre de la imago nos salva de las verdaderas catástrofes.

Todas las infinitas variantes del Tarot y las mayúsculas cifras de imágenes que provocan las ausencias, son una astilla del espejo, y el cristal es una frecuencia atípica y continua que gira, danza, se desploma y destroza, como una lluvia ininterrumpida de estrellas y constelaciones y vuelve a levantar una cordillera de parpadeantes y bifurcadas catedrales. La imagen reaparece incesante, aun cuando incurre afortunada y efectivamente en grandilocuencias hipertélicas. Pero su resurrección impostergable remonta otros miles de cruces y cascabeles por el brazo. En el bohío se zampan un melón y en el palacio degluyen exquisitas rebanadas de sandías: el espejo del légamo es un intruso oportuno que intercala reflejos y compara las suertes. La cosecha de melones de este año, por cierto y según especulan los filósofos, podría flotar obstruyendo el océano Pacífico y convertir sus aguas en un pudridero de gatosbarcinos.

La imagen podría coincidir con cualquier teoría, con sólo algunos pasos de ballet y un movimiento de yuxtaposición. La imagen es su propia andariega condición. La comprobación exultante sin más testigos de sí misma, el santo y seña acordado para entrar imaginando y taconeando a los magistrales y todavía ignotos escenarios. Imagine usted vulgarmente que no imagina, que vació el tambuche de las imágenes: es aterradora pero sobrecogida imagen de escombreo ya no le dejaría zozobrar, porque, amigo, el colmo, hasta un zapato negro en la oscuridad camina si llega a coincidir con el extraviado y ciego pie.

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