lunes

ENTREVISTAS CON JOSÉ LEZAMA LIMA - FÉLIX GUERRA



TRIGESIMOPRIMERA ENTREGA

15 / EL LABIO DEBAJO DE LA GOTA (1)

Entre ayer y hoy oí cinco veces la palabra estética. ¿Qué le sucede con la estética?

¿Sospecha acaso que busco candados para cerrar a esta endevotada y a la vez casquivana y cerril dama? Lo más cercano a un sillón es un caballo matinal y lo más aproximado a un balanceo es un galope loco, desmesurado, que brinca troncos y alambradas y persigue de cerca el rabo astuto de la zorra. A menudo cabalgo, porque incita aproximarse y desplegar abanicos justo al borde incompetente de los desfiladeros. Soy un  aprendiz de ritornello, que busca en sus vueltas circulares atrapar una pluma y nunca la totalidad absurda del ave. Oí hablar de un momento atencional y quizás solemne, de una comprensión acercada que deja en la roca ritual de las observaciones una cierta impresión de imágenes cerca del suelo y en el límite tenso entre las formas naturales y sensibles. El ojo desdibuja o calca, se dice, piruetea al mediodía con ayuda del rayo solar, y la luz nos abandona al saldo fabuloso y favorable de haber entrevisto semejanzas, una ilusión palpable de superficie pétrea y parda, ondulante y flamante, recia y desplegada, que entra en el recinto introspectivo. Hurgar con un palito chino en el panal de avispas es altanero, pero menos que soltarse tropo abajo con la navaja abierta en los bolsillos.

Resulta comprensible la noción de que cualquier sistema puede ser bello, pero no único. Lo gravitatorio y natural, llega a la posesión creyente del hombre sensorial, que por eso precisamente estornuda cuando le arriman una pluma a la nariz. Lo imposible es creíble por mediación de una caritativa donación y una desprejuiciada comprensión. La caridad engrandece al donante. Se puede además entender sin comprender y caminar hacia la divinidad sin deshacernos en cálculos de distancia.

Lo incondicional poético le ofrece una resistencia territorial a la causalidad aristotélica. Lo oblicuo es una serpiente en el seno que con su mordida inocula la mortalidad: la inmortalidad es un receptáculo con fondo y sin salida. Una visión zoológica de la serpiente no conduce a la metáfora, ni aun cuando una decena de especialistas en ofidios hagan constar su pública aquiescencia. Yo busco desamparado en un territorio de lagunas diagonales, donde el fango da al tobillo y la luz al pescuezo: rehuyo el elitismo, la pócima cuatro veces al día, el recetario, el desdén. Tampoco perdí nada en las inmediaciones de las lindes y las definiciones, porque prefiero el paso lateral y la marcha a traviesa por el campo espigado.

Valéry ateo definió poesía y arte como el “paraíso del lenguaje”. El lenguaje, que nos embrida desde una locación más remota que la propia lengua, es la jabalina en la mano del aspirante a dios o monaguillo. Ningún aro de fuego es obligado, ni aun la oblicuidad creyente o laica. No toco campanarios ni promuevo concilios. Lo importante es navegar, echar la vela, intuirle algún misterio y algunos secretos a los vientos y rastrear con la ansiedad suficiente en el laberinto de los derroteros. Valéry deseaba ir al paraíso que descreía, porque al poeta le importa más el poema y la poesía que los propios o imposibles habitante estelares.

Cierre la navaja, le advierto, si va a golosear sobre la estética. En algunos salones oí decir que la estética es una panacea con doble fondo, una partera acuclillada debajo de la amohada o una ninfa que resurge y no acaba de llegar al fondo de los misterios. ¿Es el modo de clavar simetrías y asimetrías y el puñal en la flor? ¿Una hiena equilibrista que unta al espectador con perfumes eléctricos? ¿Es un calamar flatulento nadando con prisa hacia su hueco onírico? ¿Cuatro elefantes lamiéndose la esperma en la cuerda de una araña y viendo que se podía? ¿Venta al por mayor, incluidas traducciones, de aceites en estado rancio?

Pongo a su disposición mis perplejidades. Aunque muy en secreto, le aseguro que atesoro suficientes cabalgaduras, tanto para los paseos como para los escapes. Al doblar, en un sitio con bocacalles y alamedas y ristras de ciclamores y robledales y una caravana de ficus, me aguarda una legión de leones que rugen inaudibles y velan por mí las veinticuatro horas. Los describo como oscuros de melena y pétreos de riñones. Nos secreteamos mutuamente metáforas al atardecer, instantes antes de la invasión crepuscular de las aves. Acudo desarmado a las gregarias citas. A mis bestias les place devorar seres y objetos vivos próximos al océano y dejarme carroña, como si ellos y yo no fuéramos la misma boca y el mismo ansioso paladar.

Destruir y crear el lenguaje ha sido una experiencia notable de su vida y casi una obsesión. ¿Hay algo que agregar a la obra escrita y al discurso oral en ese sentido?

La agregabilidad es un elemento integrante de la infinitud y la eternidad: imposible decirlo todo, imposible agotar las experiencias y los métodos y los argumentos. La lengua, a pesar de su encarcelamiento dental, es la gran aventura luego de la masticación y la imprescindible y ritual deglución. Durante el día, que inicio con café y tabaco a despecho de mis desconfianzas en los hábitos, procuro invisibilizar mis lecturas, olvidar los simultáneos pasados que me fueron improvisando e intento llegar desnudo y transparente al acto creador de la escritura. Voy temblando, trémulo, tiritando, afrijolado de miedos, incluyendo el miedo a extraviar el miedo. Mi ventaja sobre la cuartilla polar es el frío de los temores sempiternos, que muerden mis dedos, mi carne rolliza, mi moco de pavo y me abandonan demudado e inconforme como el alacrán que ronca despechado en las cisternas. Por las mañanas redescubro o deseo redescubrir el lenguaje, porque una frase impensada y atónita, resplandeciente y fíbula, de repente y proterva, nos renueva pechuga y buche, calcañal y huella.

Yo contraje ese virus cuando de muchacho leí las primeras diez cartas, recibidas o enviadas por la familia. Todas comenzaban: Deseo que al recibo de la presente te encuentres bien. Por acá nosotros bien. Puaf, me dije. ¿Por quién y cuándo y dónde, en qué neófito cementerio o por qué adulterado cadáver quedó clavado ese clavo? Pensé, por supuesto, en el retroceso y en el devenir de los siglos. Acortando más: entre 1492 y 1970, entre Colón y Bradbury. Colón a su ama de llaves: Deseo que al recibo de la presente. Bradbury a sus vecinos de Marte: Deseo que al recibo de la presente. Bueno, en mi infancia todavía el buen Bradbury no había mecanaografiado sus Crónicas y no sé si la teoría de los canales de Marte ya enviaba platillos en esta dirección. Mi parábola iba del Renacimiento a Einstein, del gran Miguel Ángel al gran Picasso. Debía comenzar yo por separar el folclore postal de la putrefacción y las rígidas y empobrecedoras costumbres.

Cuando escribí mi carta, la primera, comencé con una despedida. También entresaqué del diccionario una docena de bien rebuscadas palabras y las coloqué en fila marcial, como a un ejército confiado en aporrear a sus mariscales. Después puse: Queridos tíos Queridos primos. Pensé también en poner la dirección dentro y en el sobre hablar de mis bronquios o de mi caballo de retratarse, que nunca va al trote ni al galope pero que al menos se balancea. Sin embargo, así no iba a llegar la carta y la carta no es carta si no llega. Es decir, mi impulso se equilibraba con el sentido práctico, en una dialéctica de comodines. De todas maneras, debajo de la dirección, con frenético descaro, anoté: Leer debajo de un sicomoro.

Desde entonces, amigo, de manera tangencial, subrepticia, incolora, en el torrente de la salmodia o de la filarmónica, cogido entre los fuegos del agua o las liquideces de mi economía, recomiendo siempre, de cualquier manera, repetir a diario la siembra de sicomoros. Puedo beber café a diario, fumar grandes y aromáticos tabacos a diario, y ya eso me resulta casi imprescindible, pero no dejo definitivamente atados mis caballos a tal leño y también los llevo a abrevar al otro lado de la cascada.

1 comentario:

El Santi dijo...

Densa sabiduría la de Lezama.
Un artista pensante y de lo más peligroso. De los que construyen desde la destrucción. Un vomitador de imágenes mudas que no hacen más que hablarle al que las pueda escuchar. Puro"estilo", en el sentido de Flaubert: "...el estilo es una manera absoluta de ver las cosas..."
Y bueno, tratemos de seguir plantando sicomoros, aunque lo que nos crezca sean macachines.

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