(Traducción de Isabel de Juan)
VIGESIMOTERCERA ENTREGA
ZOOEY (17)
A su espalda, justo en ese momento, Franny se sonó con inocente abandono, el ruido fue más fuerte de lo que podía esperarse de un órgano de aspecto tan fino y delicado. Zooey se volvió a mirarla con cierta censura.
Franny, ocupada con varias hojas de kleneex, le devolvió la mirada.
-Vaya. Perdona -dijo -. ¿Es que no puedo sonarme?
-¿Has terminado?
-¡Sí, he terminado! ¡Jesús, qué familia! Parece que cometes un crimen si te suenas.
Zooey volvió a mirar por la ventana. Fumó brevemente mientras seguía con la vista el diseño de los bloques de hormigón del edificio de la escuela.
-Buddy me contó una vez, hace un par de años, algo razonablemente sensato -dijo-. Si es que puedo recordarlo.
Titubeó. Y Franny, aunque seguía ocupada con sus kleneex, le miró. Zooey parecía tener dificultad en recordar algo, invariablemente su vacilación despertaba el interés de todos sus hermanos y hermanas, e incluso les servía de diversión. Sus vacilaciones eran casi siempre engañosas. La mayor parte de las veces eran secuelas de los cinco años, indudablemnente formativos, que pasó como concursante habitual de Es un niño sabio, cuando, en lugar de hacer gala de su más bien absurda capacidad para citar, instantáneamente y en general al pie de la letra, casi cualquier cosa que hubiera leído, o incluso escuchado, con auténtico interés, cultivaba la costumbre de fruncir el ceño y fingir que trataba de ganar tiempo, como hacían los otros niños que participaban en el programa. Ahora arrugaba la frente, pero habló más rápidamente de lo acostumbrado en esas circunstancias, como si adivinara que Franny, su antigua compañera en el concurso, ya le había descubierto.
-Dijo que un hombre debería ser capaz de yacer al pie de una colina con un tajo en la garganta, desangrándose lentamente, y, si una muchacha bonita o una anciana pasaran por allí con una hermosa jarra en perfecto equilibrio sobre la cabeza, él debería ser capaz de incorporarse sobre un brazo y asegurarse de que la jarra llegara indemne hasta la cima de la colina -reflexionó y luego lanzó una risita despectiva-. Ya me gustaría a mí verle hacer eso al hijo de tal -dio una chupada al puro-. Todo el mundo en esta familia tiene su maldita religión en una envoltura distinta -comentó, con notable falta de respeto-. Walt era fervoroso. Walt y Boo Boo tenían las filosofías religiosas más fervientes de la familia -chupó el puro, como para evitar sentirse divertido en un momento en que no quería estarlo-. Walt le dijo una vez a Waker que todos los miembros de la familia debían de haber acumulado un endiablado montón de karma malo en sus anteriores encarnaciones. Walt tenía la teoría de que la vida religiosa, y toda la angustia que la acompaña, no es más que un castigo que Dios le manda a la gente que tiene la osadía de acusarle de haber creado un mundo feo.
Se oyó una risita de público apreciativo procedente del sofá.
-Nunca había oído esa teoría -dijo Franny-. ¿Cuál es la filosofía religiosa de Boo Boo? No sabía que tuviera una.
Zooey no contestó durante un momento, luego continuó:
-¿Boo Boo? Boo Boo está convencida de que el seños Ashe creó el mundo. Lo sacó del Diario de Kilvert. A los colegiales de la parroquia de Kilvert les preguntaron quién hizo el mundo, y uno de los críos contestó: “El señor Ashe”.
Franny estaba encantada, audiblemente encantada. Zooey se volvió a mirar y -joven imprevisible- le puso una cara muy adusta, como si de repente hubiese renunciado a cualquier forma de frivolidad. Bajó el pie del alféizar de la ventana, puso la colilla del puro en el cenicero de cobre del escritorio y se apartó de la ventana. Cruzó la habitación despacio, con las manos en los bolsillos, pero no sin tener un objeto en mente.
-Debería largarme de aquí casi enseguida. Tengo una cita para comer -dijo, e inmediatamente se inclinó para examinar con detenimiento y actitud de propietario el interior del acuario. Golpeó el cristal con una uña insistentemente-. Vuelvo la espalda cinco minutos y todo el mundo deja morir a mis pececitos negros. Debería habérmelos llevado a la universidad. Ya lo sabía yo.
-Oh, Zooey, llevas cinco años quejándote de lo mismo. ¿Por qué no te compras otros?
Él siguió dando golpecitos en el cristal.
--Todas las universitarias sois iguales. Duras como una piedra. Esos no eran unos pececitos negros como otros cualesquiera, mujer. Teníamos una estrecha relación.
Diciendo esto volvió a tumbarse boca arriba sobre la alfombra, con su esbelto torso encajado entre la radio Stromberg-Carlson de 1932 y un atestado revistero de madera de arce. De nuevo solamente las suelas y los tacones de sus zapatos quedaban a la vista de Franny. Sin embargo, no bien de había tendido, se sentó bruscamente y su cabeza y sus hombros aparecieron de golpe, produciendo un poco el efecto cómico-macabro de un cadáver que cae al abrirse un armario.
-Sigues rezando, ¿eh? -dijo. Se echó otra vez y desapareció de la vista. Permaneció inmóvil un momento. Luego, con un acento de Mayfair que era casi ininteligible, continuó-: Quisiera hablar unas palabras con usted, señorita Glass, si dispone de un momento -la respuesto a esto desde el sofá fue un silencio claramente amenazador-. Reza tu oración si lo deseas, o juega con Bloomberg, o fuma si te apetece, pero concédeme cinco minutos de silencio ininterrumpido. Y, si es posible, nada de lágrimas. ¿Vale? ¿Me oyes?
Franny no contestó enseguida. Encogió las piernas bajo la manta y atrajo más hacia sí al dormido Bloomberg.
-Sí, te oigo -dijo, y encogió las piernas aun más, como una fortaleza levanta un puente levadizo antes del asedio. Titubeó y habló de nuevo-. Puedes contarme lo que quieras siempre que no te pongas insultante. No tengo ganas de peleas esta mañana, francamente.
-Nada de peleas, nada de peleas. Y si hay algo que no soy nunca, es insultante -el hablante tenía las manos plácidamente dobladas sobre el pecho-. Oh, un poco brusco a veces, sí, cuando la situación lo requiere. Pero insultante, nunca. Personalmente, siempre he pensado que se cazan más moscas con…
-Hablo en serio, Zooey -dijo Franny, dirigiéndose más o menos a sus zapatos-. Y, a propósito, me gustaría que te sentaras. Cada vez que aquí se arma una bronca, me parece extraño que siempre venga de ese sitio donde estás tumbado. Y siempre eres tú el que está ahí. Venga, siéntate, por favor.
Zooey cerró los ojos.
-Afortunadamente, sé que no lo dices en serio. En el fondo, no. Ambos sabemos, en lo más profundo de nuestros corazones, que éste es el único trozo de suelo sagrado en toda esta maldita casa. Da la casualidad de que aquí es donde solían estar mis conejos. Y eran santos, los dos. De hecho, eran los únicos conejos célibes del…
-¡Oh, cállate! -dijo Franny, nerviosa-. Empieza de una vez, si has de hacerlo. Lo único que te pido es que al menos demuestres un poco de tacto, teniendo en cuenta cómo me siento en este momento. Eres, sin duda, la persona más carente de tacto que he conocido en mi vida.
-¡Carente de tacto! Jamás. Franco, sí. Impulsivo, sí. Brioso. Optimista, quizás en exceso. Pero nadie me ha dicho nunca…
-¡Carente de tacto! -le interrumpió Franny, con considerable acaloramiento, pero esforzándose para no sentirse divertida-. Ponte enfermo alguna vez y ve a hacerte una visita, ¡así te enterarías de la falta de tacto que tienes! Eres la persona más inaguantable que he conocido en mi vida para estar cerca de alguien que no se siente completamente en forma. Si uno tiene aunque sólo sea un catarro, ¿sabes lo que hace tú? Le lanzas miradas de odio cada vez que le ves. Rotundamente, me pareces la persona menos comprensiva que he conocido. ¡Eso es lo que eres!
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