(Traducción de Isabel de Juan)
VIGESIMOCUARTA ENTREGA
ZOOEY (18)
-De acuerdo, de acuerdo -dijo Zooey, con los ojos aun cerrados-. Nadie es perfecto, rica -sin esfuerzo, suavizando y afinando la voz, en lugar de elevarla en falsete, hizo la que era para Franny era una conocida y siempre realista imitación de su madre pronunciando unas palabras de advertencia-: Cuando estamos acalorados decimos muchas cosas, jovencita, que en realidad no pensamos y al día siguiente lo lamentamos -al instante frunció el ceño, abrió los ojos y clavó la vista en el techo durante unos segundos-. Primero, creo que piensas que tengo intención de arrebatarte tu oración o algo por el estilo. Pues no. No es así. Por lo que a mí respecta, puedes pasarte el resto de tu vida tumbada en ese sofá recitando el preámbulo a la Constitución, pero lo que intento…
-Bonito principio. Muy bonito.
-¿Perdón?
-Oh, cállate. Sigue, venga, sigue.
-Como había empezado a decir, no tengo nada en contra de la oración. Lo creas o no. No eres la primera que ha amenazado en rezarla, ¿sabes? Una vez fui a todos los almacenes del ejército y la marina que hay en Nueva York buscando una bonita mochila estilo peregrino. Pensaba llenarla con migas de pan y empezar a recorrer todo el maldito país. Rezando la oración. Divulgando la Palabra, y todo eso -Zooey titubeó-. Y no lo menciono para demostrarte que yo también fui en un tiempo un Joven Emocional Igual Que Tú.
-Entonces, ¿por qué lo mencionas?
-¿Por qué lo menciono? Porque hay un par de cosas que quiero decirte, y es posible que no sea la persona indicada para hacerlo. Debido a que una vez tuve un intenso deseo de rezar la oración, pero no lo hice. A lo mejor resulta que estoy un poco celoso de que tú lo hayas intentado. De hecho, es muy posible. En primer lugar, soy un comicucho. Muy bien puede ser que odie a muerte interpretar el papel de Marta mientras otro hace el de María. ¿Quién diablos lo sabe?
Franny prefirió no responder. Pero atrajo a Bloomverg un poco más hacia sí y le dio un pequeño apretón extraño y ambiguo. Luego miró en dirección a su hermano y dijo:
-Eres un duende benévolo. ¿Lo sabías?
-Guárdate los cumplidos, puede que vivas para retractarte de ellos. Todavía tengo que decirte lo que me desagrada de tu forma de llevar este asunto. Sea el indicado o no -Zooey sen quedó mirando el techo de escayola durante unos diez segundos, y luego cerró de nuevo los ojos-. Primero, me desagrada ese número de Camille. Y no me interrumpas. Ya sé que te estás desmoronando legítimamente, y todo eso. Tampoco creo que sea una demanda subconsciente de simpatía, ni nada por el estilo. Pero sigo diciendo que no me gusta. Es penoso para Bessie, es penoso para Les… y, por si no lo sabes, estás empezando a despedir un tufillo de beatería. Maldita sea, no hay ninguna oración de ninguna religión en el mundo que justifique la beatería. No digo que seas una beata, así que cálmate, pero sí creo que toda esta histeria es endiabladamente desagradable.
-¿Has terminado? -preguntó Franny, notablemente inclinada hacia adelante. Su voz volvía a temblar.
-Está bien, Franny. Vamos, dijiste que me escucharías hasta el final. Creo que ya he mencionado lo peor. Sólo trato de decirte…, no trato, te lo digo, que esto no es justo para Bessie y Les. Maldita sea, ¿sabes que Les estaba pensando en traerte una mandarina anoche, antes de acostarse? Dios mío. Ni siquiera Bessie soporta los cuentos que hablan de mandarinas. Y yo menos aun. Si vas a continuar con esta crisis nerviosa, me encantaría que te volvieses a la universidad y la pasaras allí, donde no eres la pequeñita de la familia. Y donde, bien lo sabe Dios, nadie va a sentir la necesidad de traerte mandarinas. Y donde no guardes tus malditos zapatos de baile en al armario.
En este punto, Franny alargó la mano, sin mirar pero sin hacer ruido, hacia la caja de kleneex que había sobre la mesita de mármol.
Zooey contemplaba ahora abstraídamente una mancha de refresco que había hecho él mismo en el techo de escayola, con una pistola de agua, diecinueve o veinte años atrás.
-La otra cosa que me molesta -dijo- tampoco es agradable. Pero casi he acabado, así que aguanta un segundo más, si puedes. Lo que no me gusta nada es nesa vida privada de mártir que llevas en la universidad, esa pequeña y presuntuosa cruzada que crees librar contra el mundo entero. Y no me refiero a lo que quizá supones que me refiero, por lo tanto trata de no interrumpirme durante un segundo. Creo entender que fundamentalmente tus ataques van dirigidos contra el sistema de la enseñanza superior. No te lances sobre mí ahora; estoy de acuerdo contigo en el noventa y ocho por ciento de la cuestión. Pero el otro dos por ciento me aterra. Tuve un catedrático en la universidad, sólo uno, lo reconozco, pero era un gran profesor, que no concuerda con nada de lo que decías. No era Epicteto. Pero tampoco era un egomaníaco, ni un pedante de facultad. Era un erudito serio y modesto. Y lo que es más, creo que nunca le oí decir nada, ni dentro ni fuera del aula, que no contuviera un poco de auténtica sabiduría, y a veces mucha. ¿Qué le sucederá a él cuando tú inicies tu revolución? No soporto pensar en ello; cambiemos de tema. Esa gente a la que has estado criticando es otra cosa. El profesor Tupper, y esos otros dos imbéciles de los que me hablaste anoche, Manlius y el otro. He conocido docenas como ellos, igual que todo el mundo, y estoy de acuerdo en que no son inofensivos. La verdad es que son letales. Dios Todopoderoso. Todo lo que tocan se convierte en algo absolutamente académico e inútil. O, peor aun, en cultista. En mi opinión, son los principales culpables de la masa de ignorantes con título que invaden el país cada mes de junio -ahora Zooey, sin apartar la vista del techo, hizo una mueca y meneó la cabeza simultáneamente-. Pero lo que no me agrada, y creo que no les agradaría tampoco a Seymour y a Buddy, a ninguno de los dos, es el modo en que hablas de esa gente. Quiero decir que no sólo desprecias lo que representan, les desprecias a ellos. Hay un brillo realmente homicida en tus ojos cuando hablas del tal Tupper, por ejemplo. Toda esa historia de que se mete en el lavabo de caballeros para despeinarse antes de entrar en clase. Es probable que lo haga; encaja con todo lo que me has contado de él, no te digo que no. Pero no es asunto tuyo, rica, lo que él haga con su pelo. Estaría bien, en cierto modo, si consideraras que sus afectaciones personales eran graciosas. O si sintieras un poco de pena por él por ser tan inseguro que necesita darse un maldito y patético toque de atracción. Pero cuando tú me lo cuentas, y ahora no bromeo, lo dices como si su pelo fuese tu enemigo personal. Eso no está bien, y tú lo sabes. Si le vas a declarar la guerra al Sistema, dispara como una chica buena e inteligente: porque el enemigo existe y no porque te disguste su peinado o su maldito corbata.
A continuación se produjo un silencio de un minuto más o menos, roto sólo por el sonido que hacía Franny sonándose, un sonido fuerte, prolongado, “congestionado”, que sugería a un paciente con un resfriado de cuatro días.
-Es exactamente lo mismo que esta condenada úlcera que me he buscado. ¿Sabes por qué la tengo? ¿O al menos nueve décimas partes de los motivos por los que la tengo? Pues porque cuando no pienso correctamente permito que mis sentimientos sobre la televisión y todo lo demás se conviertan en algo personal. Hago exactamente lo mismo que tú, y ya soy lo bastante mayorcito como para no hacer esa tontería -hizo una pausa y, con la mirada fija en la mancha del techo, aspiró profundamente por la nariz. Seguía teniendo los dedos entrelazados sobre el pecho-. Lo último que voy a decirte -continuó de pronto-, probablemente provocará una explosión. Pero no puedo evitarlo. Es lo más importante de todo -pareció consultar brevemente con la escayola del techo, y luego cerró los ojos-. No sé si tú te acordarás, pero yo recuerdo una época en que atravesaste una etapa de una pequeña apostasía del Nuevo Testamento que se podía oír en varias leguas a la redonda. Todo el mundo estaba en el ejército por aquel entonces, y fui yo el que se quedó sordo. Pero ¿lo recuerdas? ¿Te acuerdas de eso?
-¡Yo apenas tenóa diez años! -dijo Franny, con voz nasal y amenazadora.
-Ya sé la edad que tenías. Sé muy bien la edad que tenías. Vamos, no saco esto a relucir para echarte nada en cara, por amor de Dios. Lo menciono por una buena razón. Lo menciono porque no creo que entendieras bien a Jesús cuando eras una niña y creo que no lo entiendes bien ahora. Creo que le tienes confundido en tu mente con otros cinco o diez personajes religiosos, y no veo cómo vas a poder continuar con la Oración de Jesús hasta que sepas quién es quién y qué es qué. ¿Recuerdas cómo empezó aquella apostasía?... ¿Franny? ¿Lo recuerdas, o no?
No obtuvo respuesta. Sólo el ruido de una persona sonándose violentamente.
-Pues yo sí, ya ves. Mateo, Capítulo Sexto. Lo recuerdo claramente, tía. Recuerdo incluso dónde estaba yo. Estaba en mi cuarto preparando mi maldito palo de hockey, y tú irrumpiste, allí, dando voces, con la Biblia abierta. Ya no te gustaba Jesús, y querías saber si podías llamar a Seymour al campamento para decírselo. ¿Y sabes por qué no te gustaba Jesús ya? Te lo diré. Primero, porque no te parecía bien que entrase en la sinagoga y tirase por el suelo todas las mesas y los ídolos. Eso fue muy grosero, muy innecesario. Estabas segura de que Salomón o alguien así no habría hecho nada semejante. Y la otra cosa que te parecía mal, que aparecía en la página por donde tenías abierta la Biblia, eran las líneas “Mirad las aves del cielo: porque no siembran, no cosechan, ni llenan los graneros; y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta”. Eso estaba muy bien. Eso era hermoso. Eso lo aprobabas. Pero cuando Jesús dice a renglón seguido: “¿Acaso no sois mucho mejores que ellas?...” Ah, ahí es donde la pequeña Franny disiente. Ahí es donde la pequeña Franny rechaza la Biblia y se va derecha a Buda, que no discrimina a todas esas encantadoras aves del cielo. Todos esos simpáticos pollos y gansos que teníamos junto al lago. Y no me repitas que tenías diez años. Tu edad no tiene nada que ver con lo que yo estoy diciendo. No hay grandes cambios entre los diez y los veinte años, ni entre los diez y los ochenta, si a eso vamos. Todavía sigues sin poder amar a Jesús tanto como quisieras porque hizo y dijo un par de cosas que se le atribuyen… y tú lo sabes. Eres incapaz por naturaleza de amar o comprender a ningún hijo de Dios que vaya por ahí volcando mesas. E incapaz por naturaleza de amar o comprender a un hijo de Dios que afirma que un ser humano, cualquier ser humano, incluso un profesor Tupper, es más valioso a los ojos de Dios que un tierno e indefenso polluelo de Pascua
Franny se hallaba directamente de frente al sonido de la voz de Zooey, sentada y muy erguida, apretando una bola de kleenex en una mano. Bloomberg ya no estaba en su regazo.
-Supono que tú sí eres capaz -dijo con voz aguda.
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