(Traducción de Isabel de Juan)
VIGÉSIMA ENTREGA
ZOOEY (14)
Zooey retiró el pie del asiento de la ventana. Se dio la vuelta, tenso y agitado, apartó la silla de respaldo recto del escritorio de su madre y se sentó. Encendió de nuevo el puro, liego se inclinó hacia adelante, inquieto, apoyando los brazos en la superficie de madera de cerezo. Al lado del tintero había un objeto que su madre usaba como pisapapeles: una pequeña esfera de cristal, sobre un pedestal de plástico negro, que contenía un muñeco de nieve con un sombrero de copa. Zooey lo cogió, lo sacudió y se quedó mirando el remolino de copos de nieve.
Franny le miraba ahora con una mano sobre los ojos a modo de visera. Zooey estaba sentado bajo el principal haz de sol que entraba en la habitación. Ella debería haber cambiado de postura, si pensaba seguir mirándole, pero eso habría molestado a Bloomberg, que parecía estar dormido sobre su regazo.
-¿De verdad tienes úlcera? -preguntó ella de pronto-. Mamá dice que tienes úlcera.
-Sí. Tengo úlcera. Esto es Kaliyuga, tía, la Edad de Hierro. Cualquier persona de más de dieciséis años que no tenga una úlcera es un maldito espía -le dio una nueva sacudida, más vigorosa, al muñeco de nieve-. Lo gracioso es que Hess me cae bien. O por lo menos me cae bien cuando no me hace tragar su pobreza artística. Además, lleva unas corbatas horrorosas y unos curiosos trajes con hombreras en medio de ese manicomio asustado, superconservador y superconformista. Y me gusta su vanidad. Es tan vanidoso que llega a ser humilde, el pobre diablo. Quiere decir que evidentemente considera que la televisión es lo bastante buena para merecerle a él y su gran talento, falsamente audaz y original, lo cual es una absurda clase de humildad, si te paras a pensarlo -contempló la bola de cristal hasta que la tormenta de nieve remitió un poco-. En cierto modo, también me agrada LeSage. Todo lo que posee es lo mejor: su abrigo, su yate de dos camarotes, las notas de su hijo en Harvard, su maquinilla eléctrica, todo. Me llevó una vez a cenar a su casa, y me detuvo en el jardín para preguntarme si recordaba “a la difunta actriz de cine Carole Lombard”. Me advirtió de que me quedaría de piedra cuando viese a su mujer porque era la viva imagen de Carole Lombard. Creo que le querré hasta que me muera por eso. Su mujer resultó ser una rubia de aspecto persa, pechugona y verdaderamente cansada -Zooey se volvió a mirar a Franny, que había dicho algo-. ¿Qué?
-¡Sí! -repitió Franny, pálida, pero sonriente, y al parecer condenada también a querer al señor LeSage hasta la muerte.
Zooey fumó su puro en silencio durante unos minutos.
-Lo que me deprime tanto de Dick Hess -dijo-, lo que me entristece, o enfurece, o lo que sea, es que el primer guión que escribió para LeSage era bastante bueno. Era casi bueno, en realidad. Era el primero que grabamos, no creo que lo vieras, porque estabas en el colegio, o algo así. Yo hacía el papel de un joven granjero que vive con su padre. El muchacho cree que odia trabajar en el campo, y a su padre y a él les ha costado mucho ganarse la vida, así que cuando el padre muere, él vende todo el ganado y hace grandes planes para irse a la gran ciudad a trabajar -Zooey volvió a coger el muñeco de nieve, pero no lo sacudió, se limitó a darle vueltas por el pedestal-. Tenía algunas partes buenas. Después de vender las vacas, voy a los pastos una y otra vez a buscarlas. Y cuando doy un paseo de despedida con mi novia, justo antes de marcharme a la gran ciudad, la voy llevando hacia los pastos vacíos. Luego, cuando llego a la gran ciudad y consigo un trabajo, paso todo mi tiempo libre deambulando cerca de los corrales de ganado. Al final, en el denso tráfico de la calle principal de la gran ciudad, un coche gira a la izquierda y se convierte en una vaca. Yo corro tras ella, justo cuando cambia el semáforo, y me atropella… la estampida -dio una sacudida a la bola de cristal-. Probablemente no era nada que no pudieras ver mientras te cortas las uñas de los pies, pero al menos no te entraban ganas de escapar del estudio después de los ensayos. Tenía cierta frescura, al menos, y era una idea propia, no formaba parte de una vulgar tendencia de los guiones. Ojalá se fuera a su casa a recuperarse. Ojalá todo el mundo se fuera a su casa. Estoy harto de ser el malo en la vida de todos. Dios, deberías ver a Hess y LeSage cuando hablan de un nuevo programa. O un nuevo lo que sea. Están felices como cerditos hasta que aparezco yo. Me siento como esos siniestros bastardos contra los cuales advierte el amado Chuang-tzu de Seymour: “Tened cuidado cuando los llamados hombres sensatos se acercan cojeando -se quedó inmóvil observando cómo giraban los copos-. A veces me encvantaría tumbarme y morirme.
En ese momento Franny estaba mirando un punto descolorido de la alfombra iluminado por el sol, cerca del piano, y sus labios se movían imperceptiblemente.
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