SEGUNDA ENTREGA
UNO: LOS BORRACHOS VAN AL CIELO (1)
Nunca es triste la verdad: / lo que no tiene es remedio
JOAN MANUEL SERRAT
Porquer sólo la muerte construye / la espesura del amor.
JUAN CARLOS MACEDO
y he visto llorar a guapos / por mujeres como vos
CELEDONIO E. FLORES
los poemas atribuidos a Tato Carro fueron escritos
por Ignacio Giovanetti entre los 6 y 7 años de edad
1 / EL SUELO
EL DIRECTOR de la murga Los Super Ratones miró por la ventanilla del ómnibus el resplandor del último tablado donde tendrían que actuar aquella noche: pudo ver con nitidez la penetración de la tribuna en el cielo de marzo y cerró un momento los ojos.
Bajaron. El director tenía treinta y tres años y usaba una barbaza atípica. Había sido premiado como la revelación del carnaval anterior. Ese año la murga salía vestida con harapos y camisetas futboleras, y trataba de provocar el aquelarre en el mismo momento de pisar la vereda. Al barbudo le correspondía pegar saltos enloquecidos junto a los chiquilines que salían a recibirlos, pero aquella madrugada apenas correteó zigzagueando por el estacionamiento.
Al llegar a la entrada se topó con una pareja de niños que lo esperaban dándose la mano.
-Hola -dijo el varón.
El barbudo sonrió, y en el momento de dar una zancada para entrar al club sintió que le tironeaban la ropa y dio vuelta una cara desfigurada por el desamor.
-Tato te va a hacer una adivinanza -dijo la niña.
El hombre no pudo sonreír.
-Dale -jadeó. -Que es tarde.
-En dónde empieza el cielo -preguntó el chiquilín.
-No sé -contestó el hombre, con los ojos cerrados. -Me rindo.
-En el suelo.
Entonces el barbudo se hincó para morderle suavemente las puntas de los pies a los niños.
-Necesitaba queso -gritó, pegando un salto espectacular. -Gracias, hijos. Ahora vamos a mostrarles cómo somos capaces de revivir Los Super Ratones.
EL ESCENARIO estaba armado sobre el costado de la cancha de básquetbol opuesto a la tribuna. En la cancha se alquilaban mesas. Algunos chiquilines ocupaban desde temprano el desnivel del escenario y ya nadie quería ni podía prohibírselos, a esa altura del carnaval. Tato y Paloma hicieron cola para que un ayudante de Los Super Ratones les pintara la cara y se treparon rápidamente, hasta encontrar lugar en el primer tablón del escalón. Las luces de la cancha se apagaron.
-Te vas a casar conmigo -preguntó Paloma, mientras el animador presentaba a la murga.
Tato le contestó dándole un beso en la sien. Paloma tenía siete años y una mirada que parecía fosforecer con el sosiego de un cielo lunar. Dos trenzas vikingas le caían a la altura de las mejillas embadurnadas de rojo y amarillo.
-Te voy a regalar una pulsera -dijo Tato.
El chiquilín estaba a punto de cumplir los nueve años y tenía un cráneo alargado y una mirada fluvial que se alzó para reflejar doradamente la aparición de Los Super Ratones. El director usaba una galera y una capa rotosas. Cuando Tato se dio cuenta que debajo de la capa llevaba una camiseta de Liverpool volvió a besar a Paloma.
-¿Viste de quién es hincha? -le dijo.
Ella sonrió en silencio y Tato le pasó el brazo por los hombros. El barbudo los vio.
-Buenas noches señoras y señores y señoritas y señoritos y pendejitas y pendejitos del benemérito Club Malvín -roncó, parodiando el engolamiento de los presentadores. -Esta es la tercera vez que nos tienen que soportar en este carnaval de terrible sequía monetaria meteorológica y ozónica y éste es el último tablado que hacemos esta noche y me estoy de-sin-flan-do.
El director imitó el desmoronamiento de una marioneta aunque fingiendo una larga pedorrera que enloqueció a la gente.
-¿De qué se ríen, idiotas? -gritó, rearmando la firmeza. -¿De los que se desinflan? ¿De los que se derrumban? ¿De los que casi no vi-vimos?
Y empozó una mirada muy oscura y alargó un brazo en dirección a las mesas.
-Ustedes viven -preguntó. -No me mientan.
Y se puso un chupete rosado que volvió a provocar un delirio general.
-Qué lo parió. Siempre se ríen de lo mismo -dijo el barbudo, guardando el chupete y mirando al resto de los harapientos. -Empiecen a moverse un poco, muchachos. Que yo voy a salirme del libreto. A ver, a ver: tanto jugar al bingo y esas boludeces. Los Super Ratones les ofrecen un chorizo de premio al que sepa contestar una adivinanza que me acaban de hacer aquí mismo, en la puerta del club. ¿En dónde empieza el cielo?
La murga danzaba grotescamente sobre un suave fondo de batería, pero la gente parecía haber sido amordazada por una marea azul.
-Así que no saben -hizo una mueca el director. -Yo tampoco lo supe contestar, no se preocupen. Somos unos boludos históricos, señores. Que pare el ritmo. Vení. Vení, campeón.
Tato bajó la cara, pero caminó lenta y firmemente a través del silencio total. El hombre lo levantó agarrándolo de los brazos.
-No te asustes hijo, que las estrellas nunca se caen de allá arriba -le murmuró en la nuca: -¿Cómo te llamás?
-Tato Carro.
-¿En dónde empieza el cielo, Tato?
-En el suelo.
El tablado aplaudió.
-¿Y tu novia? ¿Cómo se llama tu novia?
-Paloma.
-Adelante, señorita. Adelante, por favor.
El director bajó al chiquilín y acompañó con una reverencia la entrada de Paloma. El tablado volvió a aplaudir.
-Ahora vamos a casarlos -dijo el hombre, muy serio. -¿O hay algún enemigo de la humanidad que se oponga a esta historia? Esto es belleza, her-ma-nos.
La gente se agarraba la barriga de la risa.
-Entonces los declaro marido y mujer durante el resto del reinado de Momo. Y QUE EMPIECE LA MÚSICA DE LOS SUUUUPER RATOOOONES.
HABÍA UN momento en que el barbudo pedía que se volvieran a prender todas las luces, y más de media murga invadía el tablado. El ayudante les repartía banderas y estandartes a los chiquilines. Durante diez o quince minutos loa harapientos provocaban un entrevero que incluía cantos saltos corridas pantomimas y danzas compartidas con la gente. El director fingía perder completamente el control y se especializaba en masajearle el pescuezo a alguna vieja o sentársele en la falda, poniendo cara de degenerado.
-Qué te pasa -le preguntó Paloma a Tato, después que terminó el aquelarre y ellos devolvieron las banderas para reubicarse en el tablón.
-Nada.
-Y por qué estás llorando.
-No estoy llorando, nena. Callate la boca.
Tato se refregó los ojos con rabia.
-Si me vas a tratar así mejor seguimos cada cual por su lado -dijo la chiquilina.
Tato no contestó. En ese momento Los Super Ratones terminaban el Cuplé del Plebiscito.
-No entendí nada -murmuró Paloma.
-Es por el plebiscito que va a haber en abril, nena. ¿No sabés nada? ¿No sabés que los milicos mataron a la gente y no quieren ir presos? ¿Sos boba?
La chiquilina se abrió paso a empujones y saltó hacia la cancha. Tato sacó un lápiz y una libretita del bolsillo de la camisa y escribió sin parar durante toda la retirada de Los Super Ratones. El barbudo lo vio.
EL BARBUDO le frotó la cabeza mientras Los Super Ratones abandonaban el escenario.
-Chau, campeón -le gritó. -Y tratá de que no se te vuele la paloma.
Tato no dijo nada, pero pegó un salto y corrió hasta la mesa de los vecinos que los habían traído. Paloma cara de primera actriz de telenovela injustamente injuriada.
-Vení -le dijo el chiquilín. -Vamos hasta la puerta.
Se sentaron en el cordón de la vereda a esperar la última murga.
-Te escribí dos poemas y un trabalenguas. Están aquí -señaló Tato, después de un rato largo. -Hay uno que no me gusta nada y otro más o menos. -Te puedo pasar en limpio el que vos quieras.
La chiquilina agarró la libretita abierta en una página donde se retorcía un poema titulado Una murga en el tablado. Decía: Una murga siempre alegre / siempre alegre a todo el que la ve. / Qué alegría ver actuando a los murguistas / parodistas o llo que sé.
-Yo se escribe con ye -comentó la chiquilina.
El segundo poema se titulaba El amor es luz. Decía: El amor es la luz que ilumino el pasado / ilumina al presente i al futuro. / no abría que romper el amor de cada ser.
-Si los lee tu maestra te mata -se rio Paloma. -¿Y el trabalenguas?
-Está en la página de atrás.
El trabalenguas no tenía título y decía: Si el amor es luz / la luz es amor pero si / el amor es la luz / y la luz es amor / ¿el amor es la luz? / no: el amor es el amor.
-¿Me los copiás los tres? -pidió Paloma.
Tato bajó la cara.
-Sí -contestó. -Si no te divorciás.
1 comentario:
Buenísimo!!!! Aquí sí que hablan los intersticios del lenguaje.
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