martes

C. G. JUNG / RICHARD WILHELM - EL SECRETO DE LA FLOR DE ORO


VIGESIMOTERCERA ENTREGA

EPÍLOGO (3)

2 . Las premisas psicológicas y cosmológicas de la obra (2)

A esas dualidades corresponden ahora en el hombre personal-corpóreo las siguientes tensiones polares. El cuerpo es vivificado con la coparticipación de dos estructuras anímicas: Hun, que he traducido por animus, dado que pertenece al principio yang; y Po, que pertenece al principio yin, y que he vertido como anima. Ambas son ideas que nacen de la observación de las circunstancias de la muerte, de aquí que también tengan ambas el signo-clase de demonio, del extinto (Gui).

Se imaginaba al anima como preferentemente ligada a los procesos corporales; con ellos se sume en tierra en el momento de la muerte, y se corrompe. El animus es, en cambio, el alma superior; después de la muerte asciende en el aire, donde al principio está activo un tiempo y luego se volatiza en el espacio celeste, o sea, refluye hacia la reserva de vida general. En el hombre viviente ambos corresponden en cierto grado al sistema cerebral y solar. El animus mora en los ojos, el anima en el bajo vientre. El animus es luminoso y móvil, el anima es oscura y ligada a la tierra. El signo para Hunanimus, se compone de demonio y nube; el signo para Poanima, de demonio y blanco. De ello se puede acaso deducir pensamientos similares a los que encontramos de nuevo en otras partes como alma-sombra y alma-cuerpo. Sin duda algo similar entraña también en la concepción china. Debemos de todas maneras ser prudentes en la derivación, dado que la ortografía más antigua no tenía aún el signo-clase para demonio, y eventualmente pudiera tratarse de símbolos primordiales cuyas derivaciones se han perdido. De cualquier modo el animus -Hun- es el alma-yang luminosa, mientras que el anima -Po- es el alma-yin oscura.

Ahora bien, el común proceso de vida "directo", es decir, descendente, es aquel en que ambas almas siguen relacionadas la una con la otra como factores intelectual y animal. Por lo general será el anima, la voluntad obtusa, aguijoneada por las pasiones, la que fuerce a su servicio al animus o intelecto. Al menos en la medida en que ése se vuelve hacia fuera, con lo que las fuerzas de animus anima se escurren y la vida se consume. Como resultado positivo acontece la generación de nuevos seres, en los que la vida se continúa, mientras que el ser original se "externaliza" y finalmente, "es hecho cosa por las cosas". El punto final es la muerte. El anima se sume, el animus asciende, y el yo queda ahora, despojado de su fuerza, en dudoso estado.

Si se ha consentido en la "externalización", sigue la pesantez y se sume en la aflicción obtusa de la muerte, sólo alimentándose miserablemente de las imágenes ilusorias de la vida, a las que aún atrae siempre, sin que pueda seguir tomando parte en ellas activamente (infiernos, almas hambrientas). Si, en cambio, a pesar de la "externalización" se ha esforzado por ascender, lleva, al menos por un tiempo, en tanto lo fortifiquen las fuerzas de los sacrificios de los que le sobreviven una vida relativamente beatífica, que será acordada a cada uno de acuerdo con sus méritos. En ambos casos lo personal retrocede y se cumple una evolución correspondiente a la externalización: el ser se torna fantasma imponente porque le faltan las fuerzas de la vida y su destino está al terminar. Vive ahora los frutos de sus buenas y malas acciones en el cielo o infierno, que no son empero nada externo, sino estados puramente interiores. Cuanto más se sume en esos estados, tanto más se envuelve hasta que finalmente desaparece de la faz del existir, para luego, entrando en un nuevo seno materno, iniciar una nueva existencia, formada sobre la base de su reservorio de imágenes y recuerdos. Tal estado es el estado del demonio, del espíritu, del que retorna, del que desiste; en chino Gui (a menudo traducido equivocadamente como "diablo").

Si, en cambio, se logra durante la vida introducir el movimiento "retrógrado", ascendente, de las fuerzas vitales, si las fuerzas del anima son dominadas desde el animus, ocurre una liberación respecto de las cosas externas. Son discernidas, pero no codiciadas. Así es rota en su fuerza la ilusión. Tiene lugar una circulación ascendente interna de las fuerzas, El yo se arranca de los enredos del mundo, y permanece viviente después de la muerte, porque la "internalización" ha impedido el derrame de las fuerzas vitales hacia fuera, y éstas han creado en su lugar un centro de vida, en la rotación interna de la mónada, que es independiente de la existencia corporal. Un yo tal es un diosdeus, Schen. El signo para Schen significa extenderse, actuar; en suma, lo contrario de Gui. En la escritura más antigua se representa mediante una doble sinuosidad de meandro, que también significaba en otros casos, trueno, relámpago, excitación eléctrica. Un ser tal posee duración, en tanto perdure la rotación interna. También puede influir, desde lo invisible, sobre los hombres, y entusiasmarlos a grandes pensamientos y nobles maneras de actuar. Ésos son los santos y sabios de antiguos tiempos, quienes desde hace miles de años animan y educan a lahumanidad.

Pero queda una limitación. Esos seres son aún siempre personales, y por lo tanto sometidos a las acciones del espacio y el tiempo. Tampoco son más inmortales de lo que son eternos el cielo y la tierra. Eterna es sólo la Flor de Oro, que nace en virtud del desligamiento interno de toda obligación con las cosas. Un hombre que ha alcanzado ese peldaño, traspone su yo. No está limitado ya a la mónada, sino que penetra en el círculo mágico de la dualidad polar de todos los fenómenos y retorna al Uno único, a Tao. Hay ahora aquí una diferencia entre budismo y taoísmo. En el budismo ese retorno al nirvana va unido a la plena extinción del yo, que es, como asimismo el mundo, sólo ilusión. Si bien no puede ser explicado como una muerte, una cesación, es sin embargo decididamente trascendente. En el taoísmo, en cambio, la meta es que en la trasfiguración quede observada, por así decir, la idea de la persona, los "rastros" de las vivencias: Ésa es la Luz que, con la vida, retorna sobre sí misma y es simbolizada en nuestro texto por la Flor de Oro.

A manera de apéndice, digamos todavía unas palabras acerca de cómo son empleados en nuestro texto los ocho signos del Libro de las Mutaciones (I Ging). El signo Dschen, Trueno, lo Excitante, es la vida que irrumpe desde las profundidades de la Tierra; es el principio de todo movimiento. El signo Sun, Viento, Madera, lo Suave, caracteriza el fluir de las fuerzas de la realidad dentro de la forma de la idea. Así como el viento penetra en todos los espacios, el principio que Sun denota atraviesa todo y crea "realización". El signo Li, Sol, Fuego, lo Lúcido (lo Adherente), tiene un gran papel en esta religión de Luz. Mora en los ojos, crea el círculo guardián, y produce el renacimiento. El signo Kun, Tierra, lo Receptivo, es uno de los dos principios primordiales, el principio yin, que es realizado en las fuerzas de la Tierra. La Tierra es aquello que, como campo cultivado, acoge en sí la simiente del Cielo y la forma. El signo Dui, Lago, Exhalaciones, lo Sereno, y del lado yin un estado terminal, perteneciente por lo tanto al otoño. El signo Kiën, Cielo, lo Creativo, Fuerte, es la realización del principio yang que fecunda a Kun, lo Receptivo. El signo Kan, Agua, lo Abismal, es el contraste de Li, ya en su estructura externa. Representa la religión del eros, mientras que Li representa al logos. Li es el Sol, Kan es la Luna. Las bodas de Kan Li son el secreto proceso mágico que engendra al Niño, el nuevo hombre. El signo Gen, Montaña, quietud, es la imagen de la meditación que, al mantener quieto lo externo produce la vitalidad de la internalización. Por lo tanto Gen es el lugar donde muerte y vida se tocan, donde es cumplido el "muere y sé".

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