martes

HOMBRE MUERTO COMULGANDO - Hugo Giovanetti Viola



LA NOVELA LUMINOSA DE MARIO LEVRERO

SÉPTIMA ENTREGA

31 / Andar

Empecé entonces a reflexionar, con más seriedad de la que había puesto hasta ahora, sobre las dificultades y los peligros de mi doble existencia. Esa otra parte de mí, que tenía el poder de proyectar, había tenido tiempo de ejercitarse y afirmarse cada vez más; me había parecido, últimamente, que Hyde hubiera crecido, y en mis mismas venas (cuando tenía esa forma) había sentido que fluía la sangre más abundantemente. Percibí el peligro que me amenazaba. Si seguían así las cosas, el equilibrio de mi naturaleza habría terminado por trastocarse: no habría tenido ya el poder de cambiar y me habría quedado prisionero para siempre en la piel de Hyde.

Este fragmento de La confesión de Henry Jekyll, que remata la arquetípica nouvelle de Robert Louis Stevenson, podría describir al vértigo sufrido por Levrero a partir del día D, cuando decide derrotar a su maldito enano interior esclavizado por la computadora.

El sábado 2 de diciembre relee las pocas páginas del capítulo continuador de la novela luminosa y no las encuentra mal.

Págs. 233-234: Me parece que sí, que voy a tomar estas páginas y seguir desde allí con mi proyecto. Hoy (ayer, viernes, y hoy, sábado de madrugada) me limité a leer un poco más de mi Patrona y a revisar esas páginas. Me costó llegar a esas páginas; me invade una pesadez mortal, una torpeza infinita cuando pienso en mover esos materiales. Es lo que Santa Teresa llama “el natural”. Ese loco natural que me vuelve loco desde hace tanto tiempo: y me quedan pocas herramientas para lidiar con él. Bueno, al menos hoy logré marginar por un buen rato la computadora -quiero decir, fuera del uso lícito del Word para estas cosas.

Hasta que finalmente, según consta en la pág. 238, el hombre de espíritu muerto se decide a levantarse y andar, como se lo había ordenado al cadáver de la paloma de la azotea vecina.

Y aunque ya tenía puesta la ropa con la que duermo, encendí la computadora -con la configuración del usuario escritor- y me puse a teclear. No sé cómo salió, pero cuando me fui a dormir, setenta minutos más tarde, había dejado de sentirme culpable.

Aunque enseguida anota que quedó pendiente el final de la historia, la parte “luminosa” propiamente dicha.

Lo que indica que la reanimación todavía tardará meses en completarse.


32 / Iceberg

Al terminar la última sesión de la terapia que hice entre junio y noviembre de 2012, T me acompañó hasta la puerta de calle y sentenció, con los ojos llagados por una especie de santidad flamígera:

-Mirá, cuando un hombre se decide de verdad a enfrentar un problema interior, siempre vence.

Y es muy probable que le haya dicho algo parecido a Jorge en su momento, arriesgándose a que el hombre cadavéricamente tomado por el arquetipo de Jekyll & Hyde lo mandara a la mierda.

Pero nunca conviene especular inventando tristezas eventualmente tragadas por los confesionarios.

Lo único que importa en esta aventura de autosalvación, para quien tenga antenas capaces de captar la gracia de profundidad (bellísima expresión tan machacada por Onetti) es constatar que Levrero pudo agregarle el relato titulado Primera comunión a los seis capítulos interrumpidos de la primera y finalmente trunca novela luminosa.

Y que el progreso de la creación de la historia triunfante está cuidadosamente omitido hasta la página 431, donde termina el prólogo-diario.

Es en esta sabia planificación del efecto de iceberg donde Levrero nos demuestra su maestría de escritor psicomago.

Porque cuando por fin leemos Primera comunión (anexa a los recauchutados primeros y últimos cinco capítulos de la proto-NL) nos encapucha la multidimensionalidad inefable del satori.

J.D. Salinger utiliza ese término oriental (tomado del doctor Suzuki) en Franny y Zooey, y lo define como el conocimiento puro surgido del estar con Dios antes de que Él  energizara el bigbang capaz de evolucionar hasta  nuestra vida consciente.

Y lo que buscaba Jorge enloquecidamente era transmitir eso, fuese como fuese.

Ayer comenté para el blog el primer disco de Diego Presa -un infrecuente artista uruguayo que ha perseguido durante toda su vida una apenas ideologizada inmersión en lo eterno- y me acordé que hace poco me preguntó qué me había parecido La novela luminosa y le recomendé aguantarle todas las infernales irregularidades hasta el final, porque allí también iba a encontrar la PAX-LUX inasible.


33 /  Costilla

En su entrevista-artículo publicada en la revista chilena UDP, Álvaro Matus hace una síntesis final de la relación entre el autor de la NL y Chl que merece reproducirse:

Cuando se refiere a sus comienzos de la relación con Chl, abreviación de “Chica lista”, Levrero concluye que “en la tensión de nuestro deseo, Chl y yo fuimos, por un momento, como dioses. Una forma sobrenatural de magia que está al alcance de todo el mundo, pero que pocos perciben como tal”. Después vino el desencantamiento, la amante se transformó en la amiga preocupada por su salud, alimentación y también por los avances del diario de la beca. En otra entrada, el autor da más pistas: “Anoche Chl leyó estas páginas recientes del diario donde se narra nuestro encuentro. La lectura tuvo en ella el mismo efecto que en mí la escritura, y quedó con los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas. No digo que otros lectores vayan a conmoverse del mismo modo, pero esas lágrimas no dejan de ser un comentario estimulante para mi trabajo”.

Y termina su análisis (que no tiene una pizca de la horrorosa sequedad que sigue proyectándose en el Uruguay desde el reinado de la generación del 45) con esa clase de contundente apreciación celebratoria que tan pocas veces cosechan los profetas en su tierra:

Los grandes libros siempre conllevan lecturas múltiples, movedizas. La novela luminosa es un monumental ejercicio de exhibicionismo, una versión actualizada de El hombre sin atributos de Musil, un manual para escritores en crisis, pero sobre todo, es la prueba de que el viaje más arduo y arriesgado es el que se realiza hacia el fondo de uno mismo. Levrero se internó como nadie en el laberinto de la personalidad, recorrió cada uno de sus pliegues mentales y, finalmente, tuvo el valor de contarnos lo que había visto.

Lo que correspondería ahora sería rastrear el proceso de trasmutación y de incrustación de Chl-mujer en Chl-costilla celeste, proceso que vivió el propio C.G. Jung durante su relación con Toni Wolff, una ex-paciente y ex-amante a la que no tuvo más remedio  que terminar considerando como su imprescindible y paralela segunda esposa.

Porque esa irrupción e internalización del arquetipo del Ánima será también lo que reanimará finalmente al Levrero que pudo completar el libro de su vida.


34 / Figura

La proyección del ánima en esa forma tan repentina y apasionada como un asunto amoroso puede alterar el matrimonio de un hombre y conducirle al llamado “triángulo humano”, con sus dificultades correspondientes. Sólo se puede encontrar una solución soportable a un drama semejante si se reconoce que el ánima es una fuerza interior. El objetivo secreto del inconsciente al acarrear tal complicación es forzar al hombre a que desarrolle y lleve a su propio ser la madurez integrando más de su personalidad inconsciente e incorporándola a su verdadera vida. Sólo la decisión penosa (pero esencialmente sencilla) de tomar en serio las fantasías y sentimientos propios puede evitar, en esa etapa, un estancamiento total del proceso de individuación interior, porque sólo de esa forma puede un hombre descubrir qué significa esa figura.

En este párrafo tomado de El hombre y sus símbolos (último y legendario libro de acceso sencillo que Jung aceptó co-escribir y coordinar a pedido de un editor inglés) aparece definido con total claridad el proceso vivido por Levrero y Chl.

Pág. 111 de la NL: Cuando apareció Chl hacía unos diez años que vivía con la que en ese momento era mi esposa, y si bien los últimos años habían sido muy, muy difíciles, y ya no formábamos estrictamente una pareja, sino que simplemente convivíamos, y si bien en un principio sentí la separación como un alivio, como una separación, lo cierto es que tuve un duelo prolongado.

En el capítulo 24 de este centellograma, citamos una declaración de amor a Chl donde el autor de la NL decide penosamente tomar en serios las fantasías y sentimientos propios para evitar un estancamiento total de su proceso de individuación.

Pág. 364: Yo sabía que la aventura con Chl no podía durar, porque yo mismo tal vez no podía durar. Pero estaba dispuesto a asumir la soledad final, que es esta, aunque nunca imaginé que fuera así, con esta ambigüedad.

Lo que importa es que al producirse la ruptura total del romance (relatada en la página 394) el prologuista, cuyo proyecto ha empezado a desatascarse con el encaramiento y la recuperación de una escritura comulgante, siente que ese desprendimiento puede hacerlo crecer un poco, apenas lo imprescindible, y probablemente intuya que ya no es Ginebra (la amante que hasta ahora ha considerado como la representación más perfecta de su Ánima) la figura emblemática de su liberación.


35 / Narcisos

En el barroco americano le corresponde a Sor Juana Inés de la Cruz la tarea de remodelar y resignificar desde una óptica cristiana un mito griego tan importante como el de Edipo, con la creación del auto sacramental El divino Narciso.

Y viendo imposible casi / el logro de sus designios / (porque hasta Dios en el mundo / no halla amores sin peligro) / se determinó a morir / en empeño tan preciso / para mostrar que es el riesgo / el examen de lo fino. (…) ¡Oh fuente divina, oh pozo / pues desde el primer instante / estuviste preservada / de la original ponzoña / de la trascendente mancha / que infesta los demás ríos; / vuelve tú la imagen clara / de la beldad de Narciso, / que en ti sola se retrata / con perfección su belleza / sin borrón su semejanza!

Y Levrero, que en todo momento se define como católico, sabe que solamente una mutación hacia el Hombre Nuevo Crístico (como lo plantea la remodelación materialista-energética de la teoría darwiniana propuesta por Teilhard de Chardin) puede hacerlo zafar de la identificación de su espíritu con el cráneo irrecuperable de la paloma.

Y aquí es donde se cumple, inesperadamente, la redención profetizada por la inefable Sor Juana cinco siglo atrás: Él mismo quiso quedarse / en blanca flor convertido.

Porque en la pág. 431 Jorge se resigna a aceptar la no concreción del proyecto financiado por Mr. Guggenheim, pero anexa los cinco capítulos luminosos (aunque  irreversiblemente truncos) y el relato Primera comunión, y entonces se transforma en un San Giorgio capaz de defender a la humanidad vitralizada como una rosa mística, que es lo único que le importó a lo largo de su terrible vida.

Y el que no entienda esto es simplemente un burro, como llegó a bufar Onetti cuando algunos cuestionaron la bondad y la ternura como impulso motor de la baba de abeja con la que construyó su universo presidido por la inmaculación de la Virgen.

Pág. 125 del prólogo-diario (al analizarse un sueño vinculado a lo femenino trascedente): Esto tiene mucho sentido, porque la continuación de la novela luminosa que estoy tratando de poner en marcha comenzaría con un capítulo protagonizado por María. (…) …mi deuda consiste, justamente, en escribir ese capítulo.

Y ahora será el Narciso completado por su costilla celeste el que podrá saldarla.

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