martes

HOMBRE MUERTO COMULGANDO - Hugo Giovanetti Viola


OCTAVA ENTREGA

36 / Mirada

Confieso que me costó mucho, en varios momentos de la lectura del elefantiásico prólogo-diario, no abalanzarme hacia los cinco capítulos (incluidos entre las páginas 433 y la 511) de la proto-NL iniciada en el 84.

Pero eso hubiera significado hacerle trampa a Jorge.

Páginas 452-453 y 454 del CAPÍTULO SEGUNDO: En aquel tiempo, y aunque parezca mentira, me levantaba diariamente a las siete de la mañana y salía en bicicleta a repartir diarios. Aun si hubiera frío, viento o lluvia. Y lo hacía gratuitamente, sin ganar un centésimo. Ello se debía a que, como ahora, era consecuente con mi manera de pensar -solo que pensaba de modo muy distinto al de hoy-. (…) La muchacha, muy joven, estaba sentada en una cerca (…) y había otras personas por allí. (…) Sé que vi a la joven (…) porque después soñé con ella. He dicho que había en mí una prohibición de pensar (en determinada dirección, pero no he dicho que había una prohibición, ligada a aquella, mucho más terrible: la prohibición de amar. (…) Esa madrugada desperté sobresaltado, sudando y castañeteándome los dientes, como si hubiera padecido una pesadilla. Encendí la luz de la portátil y encendí también un cigarrillo. Evoqué el sueño que había tenido, y cuando por fin apagué la luz y me dispuse a seguir durmiendo, yo era, ya, otra persona. (…) Muy sencillamente, ella me había mirado con amor (…) …porque, a ella, no le habían destruido su capacidad de amar. Hasta ese momento yo no había visto amor en la mirada de nadie (…) … yo te aseguro que aquella mirada está viva y lo estará siempre, porque existe una dimensión de la realidad donde estas cosas no mueren; no mueren porque no han nacido ni tienen un dueño ni están sujetas al tiempo y al espacio. El amor, el espíritu, es un soplo eterno que sopla a través de los tubos vacíos que somos nosotros. No es tu fotografía lo que llevo en el alma, muchacha sin rasgos: es tu mirada, justamente, lo que no era tuyo, lo que no era tú. (…) Acostumbrado a la consciencia estrecha, seguí con ella; pero la mirada aquella me había inyectado la dimensión del amor. (…) Mi consciencia estrecha se oponía a la dimensión del amor; peor para ella. La batalla estaba perdida -es decir, ganada- porque Dios no permitió que aquel sueño pasara inadvertido.

Y pensar que cuando Jorge me contó este milagro inciático ya estaba irreversiblemente convencido de que ciertas experiencias no se pueden escribir sin que se desnaturalicen.


37 / Milagros

Ayer me invitaron a comer pañuelitos de ricota y los compartí feliz, aunque ese amasijo lácteo que le gustaba tanto a Levrero me cae peor que el arsénico.

Y ahora acabo de asumir, después de ser crucificado por una pesadilla espantosa y necesaria, que los resultados del PET que me van a hacer el viernes ya casi ni me importan.

Vivo verdaderamente herido de muerte como mi amigo Jorge y me siento tan canalla como los que siempre me odiaron por tratar de ser lo que uno es, simplemente.

Hace dos o tres días leí en ZENIT, una publicación virtual del Vaticano, un comentario terriblemente frontal del Papa Francisco al comentar los Hechos de los apóstoles (16,1-10) y el Evangelio de Juan (15,18-21): Él, que es maestro del amor (…) habla de odio. (…) Pero a Él le gustaba llamar las cosas por su nombre. Y nos dice ¡No tengáis miedo! El mundo os odiará. Sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Jesús (…) nos ha elegido y nos ha rescatado. Nos ha elegido por pura gracia. Con su muerte y resurrección nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del diablo, del poder del príncipe de este mundo. El origen del odio es este: somos salvados y aquel príncipe del mundo, que no quiere que seamos salvados, nos odia y hace nacer la persecución que desde los primeros tiempos de Jesús continúa hasta hoy.

En los CAPÍTULOS PRIMERO, TERCERO-CUARTO y CUARTO-QUINTO de la proto-NL se relatan tantos hechos luminosos-milagrosos, que resulta imposible comentarlos como se lo merecen y por eso elegí centrarme nada más que en la mirada sobrenatural de la muchacha que figura en el CAPÍTULO SEGUNDO.

Es muy raro encontrar tanta maravilla junta recogida en una historia de vida.

Pero lo doloroso es que también Gandolfo, que conoció tanto a Jorge, padezca de la misma sequedad y ceguera que el resto de los críticos que nos aburren tanto en la mayoría de sus reseñas diareras (como le gustaba decir a Espínola Gómez) y termine ignorando todas estas maravillas para desembocar directamente en la mención del relato final, Primera comunión, al que apenas reconoce como una auténtica conversión religiosa.

Aunque enseguida agrega un rezongo laicista: Hay largos tramos en que el tono de la alegoría o la creencia directa se impone a la ambigüedad de la literatura.


38 / Ella

El tan anunciado relato Primera comunión aparece ubicado como un texto independiente de la proto-NL, ocupa 22 páginas (de la 512 a la 534), y es el verdadero final de este libro, porque el brevísimo Epílogo no aporta nueva magia luminosa.

(Aunque sin embargo importa reproducir su acápite, que es una cita de J.D. Salinger: He terminado con esto. O mejor dicho, esto ha terminado conmigo. En el fondo, mi mente siempre se ha rehusado a aceptar cualquier tipo de final.)

Primera comunión arranca así: Cuando me mudé a este apartamento, hace un par de años, me resultó simpático descubrir una baldosita que se veía desde el palier, por encima de la puerta, y tenía una imagen de la Virgen. Más abajo, atornillada al dintel, había una chapita con las palabras “Ave María Purísima”. Pensé en un rancho: alguien golpea las manos y grita: “¡Ave María purísima!”, y yo respondo desde adentro, también gritando, entre los ladridos de los perros: “¡Sin pecado concebida!”. Esta baldosita me ayudó a sentirme protegido en la aventura de vivir solo después de haber perdido la costumbre. No hace mucho, una alumna que salía de casa una vez concluido el taller, desde la puerta del ascensor se dio vuelta y señaló la baldosita. -¿Sos católico? -preguntó. Me quedé mirándola durante varios segundos, en un estado de extrema perplejidad. Se trataba de una pregunta para la que no tenía respuesta.  -No sé qué decirte -respondí, y la cuestión me quedó dando vueltas en la mente durante varios días-. Una tarde, en la cocina, mientras lavaba los platos -maravillosa oportunidad de reflexionar- encontré la respuesta. La formulé lenta y claramente: “Sí, soy católico del mismo modo que soy uruguayo”. No por elección, sino por nacimiento.

Y desde allí hasta la página 523, Levrero recapitula el reencauzamiento de una religiosidad infantil que fue castrada tan involuntaria como horriblemente por su madre, aclarando que antes de morir ella alcanzó a pedirle perdón por la masacre psíquica.

Y enseguida aparece la irrupción decisiva del sacerdote Cándido, con quien el futuro psicomago empieza a compartir inmediatamente una amistad sin tiempo.

Estoy segurísimo -aunque no me interesa comprobarlo con datos históricos ni discutir la hipótesis con nadie- de que este hombre es el modelo del Dante de Alice Springs que verticalizará para siempre la obra de Levrero hacia la consumación de una fe irreversible.


39 / Factor

A los pocos días de operarme le pedí una consulta a T, porque mis éxtasis místicos se espiralaron ascendentemente y la llama de amor vivo intensificó la espesura de su PAX-LUX hasta hacerme ir de vuelo entre una vitralidad inédita, pero también los contrataques de la angustia de muerte me resultaron más abismales que nunca y hubo una noche en la que me forcé a escribir -como única salida- un capítulo de este libro para aguantar el horror que me provocaba la obligación de tener que seguir viviendo.

-Bueno -sentenció el hombre setentón ya largo, con la santidad opacada por una perentoriedad casi impasible. -Cuando hiciste el laringorespasmo y elegiste quedarte acá cruzaste una frontera y es hora de liberarse de lo que yo llamo el terror al factor ca. Vivimos en una cultura donde hasta la gente religiosa piensa que todo lo que se termina o se pierde o se rompe implica una ca-tástrofeuna injusticia, etc. Vos ya creciste como para no desesperarte más frente a cualquier cosa que te pueda pasar, porque el adulto completo entiende que todo forma parte de un proceso natural de vida. Entonces cuando viene ese tipo de angustia la espantás, simplemente, como si fuera el cuco con el que nos aterrorizaban cuando éramos chicos. Y podés espantarla. Ya sos más fuerte que ella.

Entonces entendí que cuando Jorge Mario Varlotta Levrero quedó infuso en la gratia plena interior con las que escribió las últimas seis páginas del relato Primera comunión, no solamente recuperó la magia luminosa mutilada en la mesa de operaciones, sino que además creció hacia su máxima expresión de escritor psicomago.

Pág. 530: …y vi, vi, no me pregunte nadie con qué ojos, pero vi, en mi interior, la cara de una mujer conocida y amada, y luego la cara de otra, y luego de otra, y fue una legión de mujeres amadas, que incluía a mi madre, y en tal cantidad y a tal velocidad que ya no pude reconocerlas una por una, pero estaban todas allí, desfilando, acercándose a mí, y todas parecían decirme lo mismo, un reproche, un “por qué no me quieres”, y supe que eso que me estaba hablando, esa esencia pura de lo femenino, ese denominador común a todas las mujeres y todos los amores, era Ella, la mismísima María, en toda su fuerza y toda su presencia. No se parecía a las estampitas. No era una mujer, sino todas las mujeres. Una abstracción viviente y presente.

Y esto en medio de un llanto que durará ininterrumpidamente hasta el otro día, cuando Cándido considera que ya está maduro para tomar la comunión.


40 / Carta

Y aquí termina mi centellograma de La novela luminosa, Jorge.

Te pido que me perdones la poca fe que me hizo demorar siete años en leerla, además de que se haya necesitado el fórceps de la irrupción de tu energía astral en la generosidad de Eduardo Nogareda para que al final me decidiera a desmenuzarla milimétricamente durante muchos meses, obsesionado por el proyecto de entramar un análisis sincrónico luminoso.

A más de un siglo de la muerte de Julio Herrera y Reissig y del nacimiento de Juan Carlos Onetti / Periquito el Aguador, el establishment culturoso de la toldería de Tontovideo sigue digitado por insufribles plumíferos sin fantasía.

(El exégeta oficial del divino Julio, por ejemplo -un aburguesado escalpelador de la belleza paroxísticamente panoramizada por el imperator- se luce repartiendo erudición sudaca en Yanquilandia y está tan lejos de parecerse a una fiera humana como Juan Carlos el Borbón a su tocayo, el monarca sanmariano.)

Y vos ya hace bastante tiempo que te pusiste de moda en el carnavalito provinciano de la pos-posmodernidad, aunque a la gran mayoría de los lectores que se cambian tus libros como figuritas les importe un carajo tu religiosidad definitoria y esencial.

Por eso escribí esto lo más rápidamente posible (y además alertado por la explosión de un cáncer que me agarraron a tiempo, aunque nunca se sabe): para pasar un poco menos de vergüenza frente al mundo que ya te reconoce como un creador excepcional.

Sí, sé lo que me dirías: Favor que usted me hace.

Pero alguien tenía que salir a vociferar en la Plaza Independencia que la escena del llanto narrada en tu novelón es uno de los más maravillosos relámpagos de la literatura de todos los tiempos.

Ah, y mirá que ni siquiera conservo aquella horrible primera edición de Banda Oriental que me dedicaste con cariño y gratitud.

Mi desapego a los tesoros mundanales es muy parecido al tuyo.

(Es posible que no sepas que una vez encontraron a San Juan de la Cruz rompiendo la última carta que le quedaba de tu Patrona, la loquísima Santa Teresa.)

Bueno, nos vemos cuando el Señor lo indique, querido Jorge, y espero que sea tomando mate a la orilla de algún resplandeciente mar de la tranquilidad.


2013

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