SEXTA ENTREGA
26 / Pájaros
La noche que Nogareda me empujó a leer la NL subrayando nada más que el recuerdo de una paloma que enigmatizaba el libro, tuve la sensación de que aquello no lo había marcado placenteramente.
Ahora entiendo.
La genialidad de Levrero reside, a partir de “Diario de un canalla”, señala brillantemente el escritor español Ignacio Echevarría, en aceptar y hacer verosímil que el Espíritu se le anuncie conforme a la más ortodoxa iconografía cristiana: en forma de pájaro. “Algo sucede con los pájaros”, escribe Levrero en El discurso vacío. Ocurre, dice, “cada vez que me pongo a escribir”. En el Discurso es Pongo, el perro, quien aparece con un pájaro en la boca, muerto. “Estas cosas son desconcertantes y me complican, sobre todo por su carga simbólica. Siento como si de pronto las circunstancias me situaran de lleno en un tema que trato de eludir, un tema para el cual no me siento todavía maduro”. Ese tema es -ya lo sabe el lector- la salvación del alma propia, “el retorno a mí mismo”. “¿Qué se ha hecho de mi alma? ¿Por dónde andará?”, clama Levrero una y otra vez.
Y en la pág. 144 de la NL aparece otra de las tres líneas argumentales vertebradoras del prólogo-diario: Al levantar la persiana del dormitorio, vi una vez el cadáver de una paloma en una azotea muy próxima a este edificio. Lo había visto ya hace unos días, y volví a verlo más recientemente, y en esa segunda oportunidad había visto a la pareja de la paloma muerta en actitud de velorio, parada muy quieta a uno o dos metros del cuerpo, de espaldas a mí, mirando fijamente al muerto.
Y en la página siguiente: Hoy volví a verla; parece que es cierto lo que he leído del duelo de las palomas. Pero hoy la escena tuvo momentos dramáticos. Sin saber si esto será fiel a la verdad, voy a designar a la paloma viva como “la viuda”, asumiendo que el cadáver es un macho. (…) Me pregunté qué sabrían de la muerte las palomas. En cierto momento me dio la impresión de que la viuda no estaba exactamente en actitud de duelo, sino de espera; como si pensara que el estado del cadáver fuera reversible. (…) Yo seguía postergando mi desayuno, fascinado por la escena.
Y desde ese momento la investigación arquetípicamente detectivesca del misterio de la paloma será otra vertical estructuradora del proliferante prólogo-purgatorio.
27 / Epifanía
Págs. 197-198 de la NL: Me quedó pendiente el tema de la paloma muerta como símbolo. Debo explicar al lector (…) que hace unos cuantos años escribí un texto llamado Diario de un canalla. Lo escribí en Buenos Aires. Mi impulso inicial había sido continuar la “novela luminosa” (…) y apenas me puse a escribir comenzaron los problemas con los pájaros. Primero cayó un pichón de paloma en el estrecho fondo de mi apartamento en planta baja; y cuando el pichón logró irse volando, cayó otro, ahora no de paloma sino de gorrión, y esa presencia de pájaros caídos se fue transformando en el tema principal de lo que estaba escribiendo; casi una crónica minuto a minuto de los acontecimientos que se producían en el fondo de mi casa. Entendí que esa epifanía de pájaros tenía un carácter simbólico; lo cierto es que a veces la llamada realidad objetiva se hace presente con un fuerte carácter simbólico. Y entendí que de algún modo yo había provocado esos sucesos por el hecho de haberme puesto a escribir. El paso de los años no me ha hecho cambiar de opinión, aunque quiero dejar constancia de que no me parece que pueda considerarse un hecho milagroso. Quizá sí un poco mágico, si entendemos la magia como una técnica perfectamente explicable. El Inconsciente sabe y puede hacer muchas cosas que nuestro pobre yo consciente ni imagina posibles. Ahora, entonces, me pongo en marcha con mi proyecto de continuación de la novela luminosa, incluso recibo una beca para que pueda dedicarme por completo a esa tarea, y he aquí que nuevamente pasa algo extraño con los pájaros. Aparece una paloma muerta, aparece la posible viuda con sus extrañas conductas. ¿No será esto, recién lo pienso en estos días, también un símbolo? Un símbolo de mi espíritu muerto, que ninguna viuda (digamos, mi yo consciente) podrá resucitar a pesar de todos sus esfuerzos. Si fuera así, el señor Guggenheim puede irse despidiendo de la idea de que su beca produzca los frutos esperados. (…) Me preocupa mucho la idea de que mi espíritu esté muerto -al menos, el espíritu que me llevo a escribir la novela luminosa en 1984-. (…) Eh, paloma muerta, levántate y vuela. (…) Esta madrugada (…) tomé una importante decisión: el 1ro de diciembre comenzaré a trabajar en el proyecto. Si el espíritu sigue muerto, paciencia; escribiré con lo que soy ahora. La unidad formal se resentirá, y probablemente el resultado sea lamentable (…) pero hay cosas importantes para decir.
28 / Cuchilladas
En el Nro 9 de la revista Maldoror, publicado en 1973, aparece una entrevista realizada por varios escritores a Juan Carlos Onetti y allí el joven Levrero arremete con terrible agudeza:
Hace algunos años leí El pozo de punta a punta (yo mal lector y con discutible sentido critico, a más de pésimamente informado). Me pareció una obra formidable, auténtica, comparable a las mejores de los escritores que yo más quería. Es decir, no salvando las distancias porque no hay distancias, sino encuadrando las cosas en su lugar y su tiempo, me produjo la impresión de algo de Kafka o El extranjero de Camus o Los siete locos de Arlt. Y hay una relación entre estas obras y sus autores, y estas obras y yo, y es -digo, una relación entre muchas posibles, pero muy importante- lo que hay de suicidio en ellas, detrás y por encima de ellas. Ahora bien: la literatura posterior de Onetti es distinta. No me costaría nada hablar de calidad, oficio, profundidad y aciertos; pero es distinta, allí no hay suicidio o no es real el suicidio. Hay tal vez la distancia que va de La peste a El extranjero; en última instancia, el descubrimiento de un artificio. Tal vez, estas obras son más literatura (y creo que Kafka nunca aprendió a escribir y fue suicida hasta la muerte). La pregunta que yo formularía entonces a Onetti, tiene muchas puntas, y tal vez se enoje, tendría que ver con el suicidio, con la distancia entre El pozo y lo demás; si él lo siente alguna vez así, si lo ignora, si no lo sintió nunca; si odia al Pozo, si le parece escrito por otra persona o si preferiría no haberlo escrito; si no se sintió nunca culpable de haber seguido viviendo o haber seguido escribiendo. Si, por ejemplo, no hay algo de esto en Bienvenido, Bob, la otra cosa que a pesar del artificio me impresiona mucho. (Si no hay, en Bienvenido, Bob, esa culpa de haber aceptado algunas reglas para seguir viviendo).
Y Onetti le contesta: En cuanto a la pregunta final que hace Mario Levrero (que ruego sea publicada), pienso que tiene razón. Respecto al suicidio, es casi seguro que sea cierta. Creo que en todos mis libros, además de El pozo, el tema principal y subyacente es el suicidio. El acto puede ser postergado; Mario Levrero podría iniciarme en la experiencia.
El análisis de este cruce de cuchilladas merece otro capítulo.
Creo que Juan no comprende del todo el sentido de la agresión de Jorge.
29 / Hetimasía
Muchos años después de este duelo a cuchillo, el enfant terrible de Maldoror demostrará, en el libro Conversaciones con Pablo Silva Olazábal, haber revisto (por lo menos en parte) su concepción de la orfebrería estética como una astuta aceptación de algunas reglas para seguir viviendo, cuando defiende el manierismo (made in Henry James) con el que Onetti enigmatiza el clic (¿irresoluto?) de Los adioses:
Esa artificiosidad, que no discuto, me parece el mejor de sus méritos. Como en su maestro Faulkner. Este libro de Onetti lo leí varias veces y con el mayor placer, a diferencia de otros. Y creo que salvo en El pozo, encontrarás poca cosa de Onetti que no sea artificiosa.
En una de las cartas intercambiadas por el joven Onetti con Julio Payró en los tiempos de Linacero, el pater de Santa María reconoce que El pozo está hecho a las patadas pero que de alguna forma siente que nunca más va a poder volver a expresarse con esa autenticidad obscenamente salvaje.
Y eso es lo que Levrero no soporta: la no aceptación del suicidio estético que implica escribir mal con tal de que aparezcan todas tus estrellas.
Este consejo será dado por Seymour Glass a su hermano Buddy en la principal de las nouvelles finales de J.D. Salinger, que terminó por suicidarse profesionalmente y dejar de publicar a partir de 1965.
Y el caso de Franz Kafka fue más dramáticamente enfermizo, todavía.
Onetti me comentó en el 68 (con una sentenciosidad profética erizante) que Salinger tenía cosas maravillosas pero que él no le veía salida.
Y lo cierto es que Juan encontró esa salida construyendo el mundo hetimasíaco (lo que significa, desde los primeros siglos del arte cristiano, irradiar el resplandor encubierto de la divinidad) de Santa María.
Pero Levrero fue incapaz de estetizar estructuradamente su llaga luminosa y terminó por parir su novelón final no exactamente a las patadas, pero sí agonizando como el Linacero de la última página de El pozo: Sonrío en paz, abro la boca, hago chocar los dientes y muerdo suavemente la noche.
Pág. 430 de la NL: Una única, eterna madrugada, ha sido, y es, mi vida de estos últimos años -no preguntar cuántos.
30 / Patrona
Ya mediado el diario-prólogo, Levrero siente aproximarse irremisiblemente lo que ha llamado el día D (fecha que ha elegido para empezar con el proyecto de la beca) y apunta a propósito de otra de las líneas argumentales vertebradoras de la NL:
Estoy tratando de explicar mediante estas imágenes lo que me sucede con la computadora. Si bien no la heredé, sino que la compré, y si bien no me produce ningún beneficio material visible, mi fascinación con esta actividad cerebral que fui desarrollando a partir del uso de la máquina es del tipo de las que he descripto más arriba en relación a los supermercados. Estoy poseído por un sistema. Me siento ajeno. Y sin embargo no soy otro. Quiero liberarme, pero no quiero; hay un querer más profundo que le es opuesto. En realidad, es como si hubiera heredado no una cadena de supermercados, sino de prostíbulos. El placer que genera el uso y la exploración de la computadora es muy intenso. No sé cómo escapar de esto.
Pero en la madrugada del viernes 1ro recurre a la relectura de su Patrona para excitarse psíquicamente, y opta por comenzar su día D citando el balbuceo de esa prosista torturada y suicida (en un sentido estético) que fue Santa Teresa de Jesús:
Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración, lo uno, porque no me parece que me da el Señor espíritu para hacerlo, ni deseo; lo otro, por tener la cabeza tres meses ha con un ruido y flaqueza tan grande, que han los negocios forzosos escribo con pena; mas entendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que parecen imposibles, la voluntad se determina a hacerlo de muy buena gana, aunque el natural parece que se aflige mucho; porque no me ha dado el Señor tanta virtud, que el pelear con la enfermedad contino y con ocupaciones de muchas maneras, se pueda hacer sin gran contradicción suya. Hágalo el que ha hecho cosas más dificultosas por hacerme merced, en cuya misericordia confío.
Y es muy interesante señalar que este vínculo entre Levrero y Santa Teresa convalida, precisamente, la afirmación que hace Irlemar Chiampi en su prólogo a La expresión americana de José Lezama Lima: De ahí que el barroco figura en la fábula de nuestro devenir como un auténtico comienzo y no como un origen, puesto que es una forma que re-nace para generar el hecho americano.

























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