DECIMONOVENA ENTREGA
LA CONSUMACIÓN (2)
Nuestro texto deja en verdad abierta en cierto grado la cuestión de si, con la "continuación de la vida", se da a entender una continuación después de la muerte o una prolongación de la existencia física. Expresiones como "Elixir de Vida", y semejantes, son capciosamente oscuras. En agregados posteriores hasta llegará a ser evidente que las instrucciones del yoga son comprendidas también en sentido puramente físico. Esta mezcla, sorprendente para nosotros, de cosas físicas y espirituales nada tiene de perturbador para un espíritu más primitivo, dado que para él, a la larga, tampoco la vida y la muerte significan la misma oposición absoluta que para nosotros. (A ese respecto, junto al material etnológico, son especialmente interesantes las "comunicaciones" de los rescue circles ingleses, con sus ideas extremadamente arcaicas). La misma oscuridad en relación al "llegar a no morir" se halla, como es sabido, en el cristianismo primitivo, en donde reposa sobre presuposiciones del todo similares, a saber, sobre la idea de un cuerpo-hálito que sería el portador de la vida esencial. (La teoría parapsicológica de Geley sería la última reencarnación de esa antiquísima idea.) Pero como encontramos en nuestro texto también pasajes que precaven contra el uso supersticioso, contra la superstición de la fabricación del oro, por ejemplo, tenemos el derecho de insistir bien tranquilamente sobre el sentido espiritual de las instrucciones sin ponernos por eso en contradicción con el sentido del texto. De cualquier manera, el cuerpo físico tiene un papel cada vez más accesorio en los estados propuestos por las instrucciones, dado que será sustituido por el "cuerpo-hálito" (¡de aquí la importancia de la respiración en las prácticas del yoga en general!). El "cuerpo-hálito" no es "espiritual" en nuestro sentido. Es característico del occidental que haya, con fines de conocimiento, separado desgarrando lo físico de lo espiritual. En el alma, empero, esos opuestos se hallan juntos, y se trata de un hecho que la psicología debe reconocer. Lo "psíquico" es físico y espiritual. Las ideas de nuestro texto se mueven todas en ese mundo intermedio, que nos parece poco claro y confuso porque el concepto de una realidad psíquica no nos es todavía corriente, aun cuando expresa la verdadera esfera de la vida. Sin el alma el espíritu está muerto como la materia, porque ambos son abstracciones artificiales, mientras que, según la manera de ver primitiva, el espíritu es un cuerpo volátil y la materia no carece de alma.
Una afirmación metafísica de esa índole es la idea del "cuerpo diamantino", del cuerpo-hálito imputrescible, que nace en la Flor de Oro, o en el espacio de la pulgada cuadrada. Este cuerpo es el símbolo de un notable hecho psicológico que, justamente porque es objetivo, aparece primero proyectado en formas proporcionadas por las experiencias de la vida biológica, esto es, como fruto, embrión, niño, cuerpo viviente, etc. Se puede expresar este hecho, de la manera más simple con las palabras: no vivo yo, me vive. La ilusión de superioridad de la conciencia, cree: yo vivo. Si esa ilusión se desplomara a causa del reconocimiento de lo inconsciente, lo inconsciente aparece como algo objetivo en el que está engastado el yo. Acaso la actitud frente a lo inconsciente sea análoga al sentimiento del hombre primitivo a quien un hijo garantiza la continuidad vital; un sentimiento muy peculiar, que puede hasta adoptar formas grotescas, como en el caso del viejo negro que, indignado por su hijo indócil, exclamó: "Ahí está, con mi cuerpo,
y ni me obedece".
Se trata de una modificación del sentimiento interno, similar a la que experimenta un padre a quien le nace un hijo; una modificación que nos es también conocida a través de la confesión del apóstol Pablo: "Pues ahora no vivo, sino Cristo vive en mí". El símbolo "Cristo" es, como "Hijo del Hombre", una análoga experiencia psíquica de una esencia espiritual superior en figura humana, que nace invisiblemente en el individuo, un cuerpo neumático que nos servirá de alojamiento futuro, al que se puede poner como un vestido ("que os habéis puesto a Cristo").
Naturalmente, es siempre cosa dudosa expresar en lenguaje conceptual, intelectual, sentimientos sutiles que son por cierto infinitamente importantes para la vida y el bienestar del individuo. En cierto sentido es el sentimiento del "ser sustituido", pero en verdad sin la adición del "ser destituido". Es como si la conducción de los asuntos de la vida fuera pasada a un lugar central invisible. La metáfora de Nietzsche, "libre en la absoluta necesidad más amorosa" no habría de estar totalmente fuera de lugar aquí. El lenguaje religioso es rico en expresiones plásticas que describen ese sentimiento de la libre dependencia, de la calma y de la devoción.
En esta notable experiencia percibo un fenómeno resultante del desligamiento de la conciencia, en virtud del cual el "yo vivo" subjetivo pasa a un objetivo "me vive". Tal estado es experimentado como más elevado que el anterior, como si en realidad fuera una especie de liberarse de la compulsión e imposible responsabilidad que son la consecuencia inevitable de la participation mystique. Este sentimiento de liberación, que colmó plenamente a Pablo, es la conciencia de la filiación divina, que redime del hechizo de la sangre. Es también un sentimiento de reconciliación con lo que acontece en general, por cuya razón la mirada del Consumado, en el Hui Ming King, retorna a la belleza de la naturaleza.
En el símbolo paulino de Cristo se tocan la experiencia religiosa más alta de Occidente y Oriente. Cristo, el héroe cargado de dolores, y la Flor de Oro, que se abre en la sala purpúrea de la ciudad de jade: ¡qué oposición, qué diferencia inimaginable, qué abismo histórico! Un problema apropiado para obra maestra de un psicólogo del futuro.
Junto a los grandes problemas religiosos del presente hay uno pequeñísimo: el del progreso del espíritu religioso. Si de ello se hablara, debería destacarse la diferencia que existe entre Este y Oeste en punto a la manera de tratar a la "joya", es decir, el símbolo central. El Occidente acentúa la encarnación, y hasta la persona y la historicidad del Cristo; el Oriente dice, en cambio: "Sin nacimiento, sin desaparición, sin pasado, sin futuro". Correspondiendo a su concepción, se subordina el cristiano a la superior persona divina, en expectativa de su gracia; el hombre oriental sabe en cambio que la redención reposa sobre la obra que uno hace sobre sí mismo. Del individuo crece Tao íntegro.
La imitatio Christi a la larga tendrá la desventaja de que veneremos a un hombre como modelo divino que encarna el más alto sentido y, por pura imitación, olvidemos realizar el propio más alto sentido. En efecto, no es del todo incómodo renunciar al propio sentido. Si Jesús lo hubiese hecho, habría llegado a ser un carpintero honorable y no un rebelde religioso a quien hoy, naturalmente, le ocurriría lo mismo que entonces.
La imitación fácilmente puede también comprenderse con mayor profundidad, esto es, como obligación de realizar la mejor convicción, que es siempre también la expresión más plena del temperamento individual, con tal coraje y tal sacrificio final como lo ha hecho Jesús.
Por fortuna, no todos tiene la misión de ser un maestro de la humanidad -o un gran rebelde. En consecuencia, cada uno puede a la postre realizarse a su manera. Esta gran honestidad podría quizás llegar a ser un ideal. Dado que las grandes novedades comienzan siempre en el rincón más improbable, el hecho de que hoy el hombre no se avergüenza de su desnudez tanto como antes pudiera significar, por ejemplo, que está empezando a reconocerse tal como es. De ello se seguirán todavía ulteriores reconocimientos de cosas que antes eran tabú riguroso, pues la realidad de la tierra no quedará velada eternamente como las virgines velandae de Tertuliano. La autorrevelación moral sólo significa un paso más en la misma dirección, y ya está uno en la realidad, como es, y como se confiesa a sí mismo que es. Si lo hace sin sentido, es un tanto caótico; pero si comprende el sentido de lo que hace, puede ser un hombre superior que, a pesar del sufrimiento, realiza el símbolo de Cristo. Se ve a menudo, en efecto, que tabúes puramente concretos o ritos mágicos en una etapa primitiva de una religión, llegan a ser, en la próxima, un asunto anímico o símbolos puramente espirituales. En el curso del desarrollo, la ley externa puede devenir convicción interna.
Así, fácilmente podría acontecerle al hombre protestante que la persona de Jesús, existente externamente en el espacio histórico, pudiese llegar a ser el hombre superior en él mismo. Con ello se alcanzaría a la manera europea ese estado psicológico que, en la concepción oriental, corresponde al del Iluminado.
Todo eso es una etapa en el proceso de desarrollo de una más alta conciencia humana, que se halla en camino hacia metas desconocidas, y no metafísica en el sentido vulgar. Ante todo y en tal medida, es sólo "psicología", pero también en la medida en que es experimentable, comprensible y -gracias a Dios- real, es una realidad con la que algo se puede hacer, una realidad con posibilidades y por lo tanto viviente.
El que yo me ciña a lo psíquicamente experimentable y rechace lo metafísico, no implica, como comprenderá todo el que posea penetración, gesto alguno de escepticismo o agnosticismo enconados contra la fe o la confianza en poderes superiores, sino que significa más o menos lo mismo que daba a entender Kant cuando llamó a la cosa en sí un "concepto limítrofe únicamente negativo". Debería evitarse toda afirmación sobre lo trascendental, pues sólo es, siempre, una ridícula presunción del espíritu humano, inconsciente de sus limitaciones. Por eso, cuando se califica a Dios o a Tao como una conmoción o un estado del alma, con ello sólo se afirma algo sobre lo cognoscible y no sobre lo incognoscible. De lo último nada puede decirse.

























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