LA NOVELA LUMINOSA DE MARIO LEVRERO
CUARTA ENTREGA
16 / Sincronías
Leí la NL durante el invierno y la primavera de 2012, cuando una insoportable angustia de muerte me obligó a retomar la terapia regular después de dos décadas.
Ya llevaba más de un año viviendo solo en mi cuartelito artiguista de la calle Lepanto, y un inesperadísimo disgusto familiar me hizo sentir un toro arrastrado mortalmente por la arena del mundo.
Debe haber sido en ese momento que empecé a somatizar el tumorazo que me localizaron casualmente (acababan de detectarme un nódulo folicular tiroideo benigno y me pidieron una tomografía de cuello y tórax y sólo Dios sabrá por qué al médico se le ocurrió rastrear de golpe el resto del cuerpo) el 8 de enero.
Ya en el primer capítulo de Hombre muerto comulgando dejé constancia de que me zambullí en este centellograma estético 5 días después, obedeciendo a una señalización que a esta altura me sincronizaba demasiado con el Levrero que se decidió a parir prematuramente el libro de su vida antes de una cirugía.
Pág. 436 de la NL: Se ha fugado de mí el espíritu travieso, alma en pena, demonio familiar o como quiera llamársele, que hacía el trabajo en mi lugar. Estoy a solas con mi deber y mi deseo. A solas, compruebo que no soy literato, ni escritor, ni escribidor ni nada. Simultáneamente, necesito dentadura postiza, dos nuevos pares de lentes (para cerca y lejos) y operarme de la vesícula. Y dejar de fumar, por el enfisema. Es probable que el daimon se haya mudado a un domicilio más nuevo y confiable. La vida no ha comenzado, para mí, a los 40. Tampoco ha terminado. Estoy bastante tranquilo, por momentos -escasos- soy feliz, no creo en nada y estoy dominado por una muy sospechosa indiferencia hacia casi todas, o todas, las cosas.
Los dos padres y el abuelo de mi terapeuta (a quien desde ahora en adelante identificaré como T) fueron artistas de primerísimo nivel (lo que a él le ha complicado y le seguirá complicando la vida inevitablemente) y yo estoy acostumbrado a tratar esa temática con pinzas, pero ya en la segunda sesión no me pude aguantar de comentarle que me había metido en el túnel de un libro uruguayo tan asfixiante como removedor.
-Ah, Jorge. Él fue paciente mío durante un tiempito, poco antes de morir -cabeceó T sorprendido cuando nombré La novela luminosa sin la menor expectativa de que pudiera conocerla. -Era un hombre con verdaderos poderes parapsicólogicos.
17 / ¿Escéptico?
Reproduzco una pregunta y una respuesta del diálogo sostenido entre Álvaro Matus y Mario Levrero al comienzo de la entrevista-artículo publicada por el escritor chileno en la Revista UDP:
-¿No te defines como un escéptico?
-Por la edad, más bien cínico, pero escéptico no. Me definiría como un hombre religioso, aunque no practique una religión. Pienso que el universo tiene una cantidad enorme de dimensiones que aparentemente no se notan, salvo que caigas en cierto tipo de experiencias que, al menos a mí, me han llevado a desembocar en un sentimiento religioso.
Acá es importantísimo añadir el segundo párrafo del primero de los cinco capítulos del proyecto primigenio (y epónimo del totum) que Jorge debió interrumpir durante 16 años en los que trató de construir un retorno al paraíso por la puerta de atrás, para hablarlo en C.G. Jung.
Pág. 435: La novela luminosa, en cambio, no puede ser una novela; no tengo forma de transmutar los hechos reales de modo tal que se hagan “literatura”, ni tampoco logro liberarlos de una serie de pensamientos -más que filosofía- que se les asocia en forma inevitable. ¿Tendrá que ser, pues, un ensayo? Me resisto a la idea (me resisto a la idea de escribir un ensayo, y al mismo tiempo, quise decir tal vez, inconscientemente, que me resisto a la idea, a las ideas -y muy especialmente a la posibilidad de ideas como impulsoras de literatura).
Lo que denuncia con total claridad el miedo que le producía al Levrero de principios de los 80, exhibir en público su religiosidad.
La gente ya está meneando la cabeza a mi alrededor -abre el paraguas Buddy Glass, alter-ego de J.D. Salinger, en la introducción de Zooey- y si vuelvo a utilizar profesionalmente la palabra “Dios” en un futuro inmediato, no siendo como una sana y común expresión americana, ello será considerado -o más bien, confirmado- como la peor clase de presunción y un signo inequívoco de que voy derecho a mi perdición.
Y fue así.
Muy pocos años después del éxito del Catcher, la publicación de las cuatro nouvelles consideradas místicas por la patota decretaron la lapidación alevosa de J.D. Salinger.
18 / Bondad
La tomografía “toponimizadora” se pospuso para el sábado 13, y el médico que se apuró a informarme enseguida la buena nueva de que las manchas óseas no respondían a trasvases cancerígenos sino a viejas lesiones (generalmente el paciente tiene que esperar por lo menos un día para recoger ese tipo de exámenes) me hizo acordar a una sentencia muy significativa que aparece en el tramo final del prólogo-diario de la NL.
Pág. 391: Cuando una persona es verdaderamente bondadosa, siempre encuentra el modo de alegrar el espíritu de los otros.
Y Jorge Mario Levrero Varlotta era esa clase de hombre.
En mi caso, por ejemplo, me costó muchos años entender que en todo momento se preocupó por cuidar y alentar mi religiosidad naciente sin ningún tipo de proselitismo (y además escondiéndome que él había tomado la primera comunión a los 36 años).
Yo me había desasimilado del Partido Comunista a fines de los 70 pero nada más que por elementales razones de negrura fascista intransitable, y fue en esos años que la segunda lectura de Kierkegaard y la filosofía existencial de Léon Chestov me resolvió a desembarrar mi corazón de la angustia congénita y tratar de volar en alteza de oscura fe, para hablarlo en San Juan de la Cruz.
Y a Jorge le debo, nada menos, el consejo de que consiguiera Psicología y religión de C.G. Jung, donde aprendí el significado decisorio del 4, un número que yo venía persiguiendo desde la primera adolescencia en rituales muchos más litúrgicos que supersticiosos: la Trinidad más la Virgen o la Trinidad más el diablo.
Pero además mi amigo se atrevió a zamparme un verdadero cachetazo zen cuando me advirtió que un tavarich era capaz de traicionar a cualquiera, llegado el momento, en nombre de ese deus absconditus que es el Partido.
Y yo hasta me calenté y terminé reafiliándome en el 85, para escracharme (viaje a Moscú mediante) contra una de las desilusiones más discepolianas de mi vida.
Siempre supe, además, que los diarios que él salía a repartir gratuitamente en bicicleta en Piriápolis a las siete de la mañana (lo que le permitió, a los 25 años, percibir el soplo eterno en la mirada de una muchacha como una señal salvífica capaz de desentelarañarle el narcisismo ciego) eran nuestros pasquines prosoviéticos.
Pero mi adolescente retardado no quiso hacerle caso.
19 / Dante
Cuando Washington Benavides supo que éramos amigos con Levrero se interesó en publicarle algún libro inédito en Banda Oriental, y tuve el privilegio de pasarme una noche entera revisando Todo el tiempo (la llamada segunda trilogía, que se agrupa en un solo volumen) a pedido del autor.
Y me acuerdo perfectamente que ya muy entrada una mañana dominguera terminé de rayar los que consideraba pasajes o giros retóricos corregibles en aquel centenar de páginas (aunque Jorge nunca me dio la menor pelota al respecto, por supuesto) y al final anoté, bostezando como un hipopótamo: Esto es maravilloso.
Y al rato decidí quedarme sin dormir y me fui a CX 30 a avisarle al Bocha (en aquel momento el programa Canto popular estaba en pleno auge) que le había conseguido un material fuera de serie.
Todo el tiempo fue editado en 1982 (con una carátula realmente horrible) y Jorge pudo zafar de su atascamiento en Arca.
Supongo que la segunda trilogía debe haber circulado muy poco, al no estar incluida en la colección de alcance masivo Lectores de la Banda Oriental, pero por sobre todo porque aquellas historias eran tremendamente revulsivas para aspirar a la popularidad.
Lo importante es que en Alice Springs (la mejor de las tres nouvelles) aparece por primera vez la magia luminosa en la obra levreriana, apenas dos años antes (está fechada en el 74) de que el autor tomara su primera comunión.
Y allí el personaje del gigante infantiloide-retardado llamado Dante, por otra parte (un verdadero siamés de los brutos de Steinbeck y Onetti que son capaces de romper a cabezazos la pared racional de lo imposible con una gratia todopoderosa) es el profeta anunciador del proyecto que persiguió (para hablarlo en Cortázar) la posibilidad de hipnotizarnos y hacernos percibir la dimensión sublime.
Lamentablemente, en una reseña escrita hace pocos años a propósito de la reedición de Todo el tiempo, el joven aprendiz de escritor y crítico pos-posmoderno R.S. sigue invalidando todo intento de exégesis de la obra de Levrero, a la que sitúa en un área difusa que parece levantar múltiples barreras a la interpretación.
Yo ya le dije a Pablo Silva Olázabal que es un error polemizar con los “críticos”, me advertiría Jorge en este momento, pálido por el asco: Esos tipos calientan a cualquiera.

























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