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García Lorca en Uruguay - Por Rocío Oviedo Pérez de Tudela. Universidad Complutense de Madrid

[Fotografía] Lorca en la finca de Alberto Mondina. Uruguay, 1934











 Hace más de seis meses María Ángeles Vázquez, a quien nunca agradeceré bastante su recuerdo y amistad, me propuso hablar sobre la estancia de García Lorca en América. En aquel momento me atraía singularmente la fase neoyorquina, pero consciente de la primacía de otros estudiosos en estos temas, preferí seleccionar un apartado tal vez menos conocido en aquel momento que fue su estancia en Uruguay. Sin embargo, hablar de «menos conocido» con respecto a un autor como García Lorca es prácticamente misión imposible. De hecho, Pablo Rocca y Eduardo Roland acababan de publicar en 2010, por Alcalá Grupo Editorial, Lorca y Uruguay. Pero me lancé a la arena, movida por la presencia de otro gran poeta, el uruguayo Herrera y Reissig, en la poesía de Lorca. Algo me decía que más de una coincidencia podía encontrarse si tenemos en cuenta que el propio Lorca le dedicó un poema, como a continuación trataré de mostrarles.
Por supuesto, no es el caso de hablar de influencias, puesto que la poesía de ambos difiere sustancialmente y no solo por el tiempo que distancia a uno y otro poeta, sino también por una diferente posición y perspectiva vital. Prefiero referirme a las coincidencias, y ese azar fortuito que presenta caminos de ida y vuelta como es el caso de dos poemas: el conocido «A los ojos negros de Julieta» del uruguayo y el poema «Los ojos» de Lorca. Si bien se puede argüir que el motivo de los ojos en la poesía amorosa es un lugar común, sorprende que ambos opten por inscribirlo en el título.
Circunstancia a la que concurren otros datos, así en el poema «A los ojos negros de Julieta», Herrera y Reissig adopta como motivo de analogía y semejanza La Alhambra, el lugar feérico de Lorca:
Ojos que he visto en Damasco
Ojos que he visto en Ormuz
Que son Alhambras de sombras
Y Trocaderos de luz.

¡Ojos que son las monedas 
Con que se compra una hurí!
El calificativo así mismo coincide en ambos, si los ojos de Julieta son Alhambras de sombras, este eco resuena a su vez en el poema «Los ojos» de Lorca:
En los ojos se abren
infinitos senderos.
Son de encrucijadas
de la sombra.
De igual modo «Berceuse al espejo dormido» recuerda tanto por el título como por el tema a «Berceuse blanca» de Herrera, el último poema escrito por el uruguayo en 1910:
Berceuse blanca
¡Reposa, oh luz, reposa! ¡Pliega tu faz, mi Lirio! 
No has menester de Venus filtros para vencerme. 
Mi amor vela a tu lado, como un dragón asirio. 
Duerme, no temas nada. ¡Duerme, mi vida, duerme! 
………………………………………
………………………………………
Duerme, que cuando duermas la eterna y la macabra, 
la insensible y la única embriaguez que no alegra, 
y sea tu himeneo la Esfinge sin palabra, 
y el ataúd el tálamo de nuestra boda negra,

Con llantos y suspiros mi alma ante tu fosa, 
dará calor y vida para tu carne yerta, 
y con sus dedos frágiles de marfil y de rosa 
desflorará tus ojos sonámbulos de muerta!... 
 A su vez, «Berceuse al espejo dormido» de García Lorca, repite varios de los términos de Herrera: el dormir, la contemplación, el temor, y la muerte:
Duerme
no temas la mirada 
errante.
                           Duerme.
Ni la mariposa 
ni la palabra
ni el rayo furtivo 
de la cerradura
te herirán.
                           Duerme.
Como mi corazón,
así tú, 
espejo mío.

Jardín donde el amor
me espera.
              Duérmete sin cuidado,
pero despierta 
cuando se muera el último 
beso de mis labios. 
Otras coincidencias se pueden descubrir, si bien son comunes a otros poetas: es el caso del símbolo de la araña, un elemento lunar, que surgía en la poesía de Víctor Hugo, según Gilbert Durand, y que surge en Óleo indostánico de Herrera y los diversos calificativos que aporta Lorca a la araña como araña del olvido, araña gris del tiempo, araña del silencio, etc. Coincidencia similar a la que surge al utilizar el laurel como homenaje a escritores y amigos: dos ejemplos lo confirman: El laurel Rosa, Recepción a Sully Prudhome de Herrera y la «Invocación al laurel a Pepe Cienfuegos», de García Lorca («Todos me mostraban sus almas…»)
Mayor afinidad se puede encontrar en la utilización del calificativo asirio en Herrera y en Lorca, aplicados ambos a los animales que sirven de guarda:
Berceuse blanca
Mi pensamiento vela como un dragón asirio. 
[…]  
Mi amor duerme a tu lado como un dragón asirio.

Paisaje con dos tumbas y un perro asirio 
¡Amigo!
Levántate para que oigas aullar
al perro asirio.
Así mismo otro de los calificativos aplicados a la soledad, el término «esquiva» aparece en ambos poetas:
Idealidad exótica
[...]
y el cocodrilo, a flor de la moruna
fuente, cantó su soledad esquiva.

Poemas de la soledad en University Columbia. Tu infancia en Mentón
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Tu soledad esquiva en los hoteles 
y tu máscara pura de otro signo.

(Poeta en Nueva York)1
Sería sumamente prolijo continuar con este paralelismo entre ambos, pero cabe asegurar que las mayores coincidencias de Herrera con Lorca se encuentran en Poeta en Nueva York, un poemario cuyo título inicial (Introducción a la muerte) precisamente modificó durante su estancia en Montevideo. Ambos descubren la capacidad del adjetivo insólito que sorprende por su comparecencia original al lado del sustantivo al que califica, otorgándole carácter de oxímoron. 
Su admiración por Herrera y Reissig nunca fue un secreto y él mismo así lo reconocía al expresar su reconocimiento junto, al según sus palabras también uruguayo y nunca francés, Conde de Lautreaumont. No sólo Lorca sino también otros autores como Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, expresarán su valoración de Herrera, el gran olvidado de los modernistas pero que dejaría hondas huellas incluso en aspectos tan concretos como la selección de los tonos delicados del violeta que se hacen presentes en Juan Ramón Jiménez.

Miguel García Posada2 rescata un soneto inédito «Epitafio en la tumba sin nombre de Julio Herrera y Reissig en el cementerio de Montevideo»:
Túmulo de esmeraldas y epentismo
Como errante pagoda submarina,
Ramos de muerte y alba de sentina
Ponen loco el ciprés de tu lirismo,
Anémonas con fósforo de abismo
Cubren tu calavera marfilina
Y el aire teje una guirnalda fina
Sobre la calva azul de tu bautismo.
No llega Salambó de miel helada
Ni póstumo carbunclo de oro yerto
Que salitró de lis tu voz pasada.
Solo un rumor de hipnótico concierto, 
Una laguna turbia disipada,
Soplan entre tus sábanas de muerto.
Seguramente no fue escrito durante la estancia de Lorca en Montevideo sino a finales de los años veinte. Anderson, por su parte, sostiene que su redacción se fecharía entre 1935 y 1936, para el número 5 y 6 que Neruda3preparaba de Caballo Verde para la Poesía.
Junto a Herrera y Reissig, el otro gran uruguayo cuya presencia deja huella en la vida y la obra de García Lorca es Rafael Barradas, el destacado pintor y dibujante, introductor de ismos tan curiosos como el vibracionismo4, o el clownismo, bajo cuya impronta dibuja el retrato de Lorca, para desembocar finalmente en una suerte de cubismo.
De Barradas no solo contamos con los retratos lorquianos, sino también con una influencia directa en los propios dibujos del poeta, de igual modo que lo haría con Dalí. Xavier Rius informa del dibujo considerado más interesante de ambos: El dibujo, realizado a cuatro manos por los dos, tiene como motivo principal la musa de Gregorio Martínez Sierra de la que al parecer Barradas estaba enamorado. Xavier Rius Xirgu comenta sobre el mismo que Barradas, queriendo hacer un retrato de Pepín Bello volvió a dibujar por enésima vez a Catalina Bárcenas, Lorca escribió en el reverso en 1925 que siempre la dibujaba hermosa pero sin ojos ni labios «vaya a saber Dios por qué», por lo que Lorca se los puso «y Barradas lo “cosió” con el nombre de Catalina, 24 veces rodeando su rostro. En la misma cara, el uruguayano responde: «Difícil no sería, hermano amigo, lo difícil es crear lo no sentido».
En el reverso, Lorca ilustró un payaso llorando, que sostenía el pétalo de una flor, «cuyo tallo eran sus propias lágrimas» y el poeta añade: «Mis ojos están llorando / sabes de mi alegría, porque / están tocando el cielo / salud, amigo».5
La estancia de Barradas en Barcelona tiene como resultado una gran influencia en determinados movimientos pictóricos que surgen en el ámbito catalán como el vibracionismo, estimulado por las tertulias del Ateneillo, que tenían lugar en la propia casa de Barradas. La influencia de Barradas en los dibujos de Lorca es patente, de igual modo que lo será en la obra de Dalí.6
A su vez contribuye de forma efectiva en la difusión de García Lorca en Barcelona, cuando le cursa una invitación para que leyera sus textos en el Ateneo de Barcelona. Más tarde le anima a exponer sus dibujos en las Galerías Dalmau de Barcelona, lo que lleva a cabo en 1927. Contribuye asimismo en el diseño del vestuario para la representación de El maleficio de la mariposa. Contribución que debía extenderse al decorado pero que por motivos no muy claros entre los que se encuentra la opinión del propio Lorca, no se produjo. Los amigos no volvieron a encontrarse, Barradas murió en Montevideo al año de haber llegado de España, en 1929.


La última referencia de la relación Lorca/Barradas se encuentra en el homenaje que voluntariamente el granadino le dedica a su llegada a Montevideo en dos ocasiones: una de ellas, es la visita de Lorca a Carmen, la hermana de Barradas, una gran pianista, y que conservaba como lugar de conferencias y charlas la casa del pintor-poeta y la otra la entrega de flores en su tumba. Según Antonina Rodrigo7 la única reunión que él mismo organiza es para visitar la tumba de Barradas, lo que hace acompañado por varios amigos el día antes de su marcha de Montevideo. Periódicos como El Pueblo y El Ideal se hacen eco del homenaje. Ese mismo día escribe una «Canción», supuestamente, aunque de acuerdo con las investigaciones de García Posada, fue escrita mucho antes. El propio Lorca llegó a dolerse de la falta de reconocimiento y homenajes a Barradas «a quien uruguayos y españoles hemos dejado morir de hambre».
Esta relación con Barradas es una óptima predecesora de su visita a Montevideo. Las fuentes de que disponemos son muy variadas, gran parte de las informaciones proceden de coetáneos como Mora Guarnido quien en su biografía de Lorca8 recuerda las tertulias de El rinconcillo en el café Alameda de Granada. Un escritor y periodista que difunde la obra del poeta en Montevideo cuando marcha a Uruguay en 1923. A esta referencia se suma la de Antonina Rodrigo sobre Barradas y las informaciones proporcionadas por Andrew A. Anderson9.
La primera vez en que tocó las costas de Uruguay, camino de Buenos Aires, no pasó del puerto pero prometió regresar10 y lo hizo a su vuelta11. Llega el 30 de enero de 1934 y permanece allí 18 días, entre otros le recibieron Díez Canedo que ejercía entonces como embajador de España y Mora Guarnido. Enrique Amorim, quien le regaló la famosa camiseta a rayas que lucirá durante casi toda su estancia y Alfredo Mario Ferreiro le llevaron a ver el océano y el balneario La Atlántida. Venía precedido por el éxito de las representaciones de Bodas de sangre en el teatro 18 de julio y por agotar, en menos de 15 días, la edición del Romancero gitano. La invitación no era inocente, Lola Membrives y su esposo, Juan Reforzo, le instalan en el hotel Carrasco, un equivalente a un cinco estrellas, con el deseo de que allí pueda terminar Yerma. Sin embargo, según Antonina Rodrigo, existe también un interés por parte de Lorca para no terminar su obra, puesto que Margarita Xirgu le pronosticó que si se iba a América habría otros que querrían conseguir la exclusiva y recoge también una confesión de alguien sin especificar, cercano al poeta que afirmaba «Luché para no escribirlo, para hacer imposible lo que Margarita había augurado» (Rocca y Roland, 103). Otros datos de su estancia proceden de los periódicos que se hacen eco de sus actividades. Entre otras destaca la entrevista de Antonio Soto: «Me trajo secuestrado la Membrives que está esperando mi drama y se puso a luchar como un gigante por librarme del secuestro de la sociedad porteña (…) Pero ahora resulta que llego a Montevideo y son ustedes los complotados que luchan como gigantes por librarme del secuestro de la Membrives para secuestrarme ustedes» (101).
Finalmente, Alejandro Michelena12 en La Jornada Semanal de México y Rocca y Roland completan las informaciones.
En enero de 1934 un periodista que trataba de hacerle una entrevista desde su estancia en Buenos Aires logra encontrarle intentando esquivar a otras personas, en un túnel debajo del hotel donde se alojaba:
―¡Por favor…! No me pida usted que cante.
―No, señor.
―No me pida que recite.
―No, señor.
―No me pida que toque el piano
―No, señor.
―No me pida que le lea los dos actos que creo que he terminado de mi nuevo drama Yerma.
―No, señor.
―Ni un trocito de mi camiseta de marinero.
―No, señor.
―Y sobre todo, ¡por lo que más quiera!, no me pida que le escriba un pensamiento.
Pronuncia tres charlas en el Teatro 18 de julio: «Juego y teoría del duende», a la que asistió el presidente don Gabriel Terra; su éxito se repite en «Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre», donde interpretó canciones al piano, como refleja la extensa crónica publicada en El Plata y la última «Poeta en Nueva York». A estas tres conferencias previstas se añade posteriormente «Arquitectura del cante jondo» en el Club Uruguay. Los homenajes se suceden: Enrique Díez Canedo dio una recepción en su honor en la embajada, y como reflejan las cuatro fotografías del acto publicadas porMundo Uruguayo estuvieron presentes: Luisa Luisi, Fernán Silva Valdés, Carlos Reyles, Sarah  Bollo, Julio J. Casal, etc. Susana Soca Blanco, tan admirada por Borges, ofreció un cóctel. Su éxito es enorme y el poeta es reconocido en las calles.
He iniciado la ponencia con un poeta uruguayo y conviene cerrar el círculo con la famosa Juana de América, proclamada multitudinariamente en 1929. Esta mujer, hoy tan olvidada, fue todo un símbolo en su época. Razón que origina la visita que le hiciera Lorca durante los días de Montevideo. La anécdota recorre la memoria de la escritora, quien recuerda su apuro pues, cuando él llegó, se disponían a ir a misa. Sin embargo, la madre de Juana insistió en que les acompañara y allá fueron todos juntos, ya que el poeta no se atrevió a desairar los deseos de la anciana. Más adelante escribe «En aquellos días le rememoro, vivo, ágil, alegre, flor de la raza, García Lorca estaba en Montevideo y era rodeado por dos mundos casi antagónicos que suelen mirarse de reojo: el social y el intelectual» (Ibarbourou, 1976, p. 108). La fotografía que les muestra juntos recuerda la descripción de Figueira en el periódico quien la evoca «con un gran sombrero de alas anchas y un largo collar de cuentas». Cuando muera Lorca, el dolor se transfiere a una semblanza delicada del poeta: «¿No siente España, mi España, todavía viva y dolorosa la herida de esa magnífica juventud tronchada por las balas más asesinas que pueden haberse fundido para destruir una vida? [...] Lo recuerdo vestido de overol azul, desafío de muchacho a los convencionalismos, su noble cabezota, sus hermosos ojos color castaño extrañamente melancólicos a pesar de la euforia de todo su ser, sus arrebatos y, ¡ay!, sus grandes, entusiastas proyectos para el futuro».
Su relación con el poeta se reduce a algunas cartas, y el libro que Lorca le había prometido «y en 1936 el drama incalificable, la muerte. ¡La muerte para Federico que era la vida misma! El crimen fue en Granada... Pero ese mismo día, “a las cinco de la tarde”, las cinco de la tarde, las cinco de la tarde, ya estaría en los cielos curioseando quién sabe por qué rendija que ni siquiera puede uno imaginar, el oscuro enjambre de los mundos que componen el universo, y entre los cuales quizá solo el nuestro tiene un implacable color rojo acentuado por la sangre divina del hijo del hombre. (…) Pero Federico está de frente a la inmortalidad, cara a cara con lo eterno».13
  • (1) En Poeta en Nueva York se produce un acercamiento entre ambos poetas al buscar el contraste y la antítesis en las calificaciones. Si bien es cierto que ya en Vallejo se producía una sacralización de lo profano, también se produce en Herrera: «La adivino lamiendo mis pies / bajo los frágiles helechos mojados. // ¡Ay voz antigua de mi amor, / ay voz de mi verdad, / ay voz de mi abierto costado, / cuando todas las rosas manaban de mi lengua». En Herrera, El teatro de los humildes «Ciles alucinada», en versos cercanos aparece manar y lamer los pies. (p. 127).  volver
  • (2) Obras completas, Galaxia-Gutenberg, 1996.  volver
  • (3) Dice Neruda en Para nacer he vivido, seleccionado el calificativo de fosforescente que Lorca había atribuido a Herrera. «Quise honrar preferencialmente a Herrera y Reissig, porque entre los modernistas tiene fosforescencia propia, de luciérnaga. (…) Julio del Uruguay arde en fuego subterráneo y submarino y su locura verbal no tiene parangón en nuestro idioma». Y aclara que Federico hizo el poema con más conocimiento que nadie «puesto que ya en Buenos Aires, habíamos cotejado nuestras predilecciones y habíamos decidido ir juntos a la tumba uruguaya del poeta llevando una corona» (p. 45).  volver
  • (4) Corriente que promueve y que inaugura en Barcelona en 1917. El encuentro de Rafael Barradas con su compatriota Joaquim Torres i García (1874-1949) —que había abandonado el clasicismo mediterráneo— y con el poeta Joan Salvat-Papasseit (1894-1924) fueron un elemento clave para el desarrollo del vibracionismo a lo largo de los años 1917 y 1920. En esta época Torres i García puso las bases de su «Universalismo constructivo», corriente plástica que teorizará años después en el libro homónimo, publicado en 1944, donde el artista sintetizaba sus experiencias con las corrientes de vanguardia del siglo xx. volver
  • (5) Xavier Rius Xirgu. http://margaritaxirgu.es/castellano/vivencia2/61barrac/61barrac.htm. volver
  • (6) Rafael Santos Torroella, «Barradas-Lorca-Dalí, temas compartidos».  volver
  • (7) Antonina Rodrigo, «Federico García Lorca–Rafael Barradas. El “Ateneíllo de Hospitalet”», Ínsula, 476-477 (julio-agosto, 1986), 7-8.  volver
  • (8) Federico García Lorca y su mundo, 1958.  volver
  • (9) Andrew A. Anderson,  en el artículo «García Lorca en Montevideo: un testimonio desconocido y más evidencias sobre la evolución de Poeta en Nueva York», Bulletin Hispanique, 1981, volumen 83, número 83-1-2, cita las fuentes de que se ha servido que van desde periódicos contemporáneos del año 1934, como el Día, el Diario de MontevideoEl Diario Español de Montevideo, La MañanaEl País y La Plata, todos de enero febrero y el libro de Mora Guarnido Federico García Lorca y su mundo, 1958, pp. 209-215. Otras fuentes: J. de Ibarbourou, «Federico García Lorca» en Homenaje a Federico García Lorca. Ed. J. Arbeleche, 1976, pp. 107-110; Giraldi de Deicas, «La gira de G. L. por el Río de la Plata, 18 días en Montevideo», también en Homenaje…, pp. 111-122; Campanella, Profeta en toda tierra, F. G. L. en Uruguay,Ínsula xxxiii, 384, nov. 1978.  volver
  • (10) «Siempre me han hablado tan bien del Uruguay y de esta ciudad que tengo vivos deseos de conocerla. Aunque no dé conferencias aquí vendré lo mismo a pasar unos día entre ustedes» (p. 67-68). Había prometido ir a Uruguay cuando hizo escala en 1933, en el trasatlántico Conte Grande, que era ya conocido por el público uruguayo por Bodas de sangre, representada por Membrives y su compañía y por el Romancero gitano cuya primera edición en Montevideo se agotó en quince días. Lorca tenía la intención, como se anuncia en el periódico, de dar dos conferencias. La segunda gratuita a los universitarios, no se da, por presión de Reforzo que actúa como empresario suyo. Lola Membrives desea que tenga unos días de relativo descanso para que termine Yerma que piensa estrenar en Buenos Aires la próxima temporada.  volver
  • (11) Cuando García Lorca se embarca para el Río de la Plata lo hace para dar un ciclo de conferencias en Buenos Aires y por la insistencia del matrimonio Reforzo-Membrives que habían estrenado en Buenos Aires Bodas de sangre y querían que dirigiera el estreno de La zapatera prodigiosa volver
  • (12) 17 de abril de 2011, núm. 841.  volver
  • (13) De Ibarbourou, Juana: Obras completas, Montevideo, Editorial Aguilar, 1953.  volver
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Fuente:
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¿EL AMANTE URUGUAYO DE LORCA?

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