LAS MISIONES
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AGONÍA Y MUERTE DE LAS MISIONES
El talentoso marqués Francisco de Bucareli, hombre de la ilustración española, fue el escogido para la expulsión de los jesuitas y la reorganización de las Misiones. A poco de la partida de los ciento cincuenta jesuitas del Río de la Plata, que todo abandonaron con "abnegación fantástica", según el protestante Mannsfield, El Cabildo del pueblo de la Misión de San Luis le envía a Bucareli un elocuente documento que sintetiza la situación: "Ah! Señor Gobernador!, Nosotros, que verdaderamente somos tus hijos, humillándonos ante tí, te rogamos con las lágrimas en los ojos, que permitas que permanezcan siempre con nosotros los Padres Sacerdotes de la Compañía de Jesús, y que para lograr esto, lo representes y lo pidas a nuestro buen Rey, en nombre de Dios y por amor suyo. Esto te piden con sus semblantes bañados en lágrimas el pueblo entero: indios y mujeres, mozos y muchachas: y particularente los pobres: y en fin, todos… Además, tenemos que decirte que nosotros no somos en modo alguno esclavos, ni lo fueron nuestros antepasados; ni es de nuestro gusto el modo de vivir parecido al de los españoles, que miran cada uno solamente por sí, sin ayudarse ni favorecerse unos a otros. Esto es sencillammte la verdad: te lo decimos. ¿Quieres que te lo digamos todos? Pues este pueblo, y otros también, se perderán en breve tiempo para tí y para el Rey y para Dios; caeremos bajo la influencia del demonio, y ¿dónde entonces encontraremos socorro en la hora de nuestra muerte?" (28 de febrero de 1768).
Y lo que siguió fue la pérdida más atroz de las Misiones, que aún prolongaron su vida tenazmente varias décadas, bajo la conjuración de las fatalidades.
El enfoque de Bucareli respondía las concepciones más adelantadas del iluminismo español, era netamente propietarista individual y, queriendo hacer libres a los indios al modo burgués, los desquició o les hizo desertar masivamente de sus Pueblos. Los religiosos que reemplazaban a los jesuitas, por lo común franciscanos, no estaban preparados para este nuevo ambiente y los nuevos Administradores, casi todos correntinos y paraguayos, estaban ligados a los viejos intereses del comercio y la encomienda. Un ávido latrocinio se desencadenó sobre los bienes y tierras indígenas. La libertad de comercio terminó por descomponer todo el sistema misionero, en complicidad con los burócratas. En 1793, en su Diario, consignaba Juan Francisco Aguirre: "es notoriamente más veloz la ruina por la mayor desmembración de los pueblos, enajenación primero en usufructo, luego en propiedad, de la tierra y demás bienes".
Las Misiones no se terminaron abruptamente, sino que se desangraron sin pausa. La deserción de rapes, artesanos y vaqueros, ya hacia el Litoral, ya hacia los dominios portugueses fue incesante. Estos últimos, como lo indica Aurelio Porto en su Historia das Missoes Orimtales do Uruguay, variaron su política tradicional, y procuraban atraerse la emigración de familias enteras. Y apenas se les presentó la oportunidad, en 1801, ocuparon sin dificultades las Misiones Orientales. La administración portuguesa no fue aquí menos devastadora.
José Artigas es el último gran capítulo de la historia de las Misiones. El primer caudillo de los orientales fue el último de los guaraníes. Quizás allí resida la más profunda originalidad y fuerza del artiguismo, la de haber conjugado dos tradiciones que parecían antitéticas: la existencial de las Misiones y el mejor espíritu de las viejas Leyes de Indias, con las nuevas corrientes de la Ilustración española. Lo que Azara no comprendía, fue lo más vital de Artigas. Por eso, el artiguismo fue un profundo movimiento social revolucionario, el más grande que conociera la Cuenca del Plata. De tal modo, las oligarquías lo rodearon con sus tenazas desde Buenos Aires y Río de Janeiro. y así, con la derrota de Artigas, se consuma también la tragedia definitiva de las Misiones.
El Éxodo del Pueblo Oriental de 1811, había sido en realidad el repliegue de Artigas hacia sus bases de sustento, el Yapeyú, su centro de poder, en el corazón de la Cuenca del Plata. Artigas nunca más abandonará su plataforma guaraní. Por eso, cuando la invasión portuguesa de 1815, el escenario de las batallas decisivas es las Misiones. Su hijo adoptivo tape, Andresito Artigas, gobernador del Yapeyú, sostendrá el mayor peso de la guerra y la resistencia. Será la ruina total de las Misiones, sistemáticamente arrasadas por el general Chagas. Todos los pueblos de las Misiones fueron saqueados e incendiados, excepto los que quedaron bajo jurisdicción paraguaya. La larga agonía, se concentró en un postrer esfuerzo y colapso.
Así, tras casi cincuenta años de pasividad, los guaraníes se movilizaron junto a Artigas para la epopeya final, que cierra la historia de las viejas Misiones Jesuíticas.
Habrá todavía algún coletazo de estertor. De las Misiones Orientales, los últimos centenares acompañan a Fructuoso Rivera en su fulminante campaña de 1828. Y con ellos, Rivera fundará el pueblo de Santa Rosa del Cuareim (luego Bella Unión). Trasladados en 1832 al centro del nuevo Estado Oriental del Uruguay, a Durazno, los tapes terminarán diluyéndose entre el paisanaje, al que, por otra parte, habían contribuido a formar desde sus orígenes.
Con los Tratados de 1851, Andrés Lamas remata jurídicamente la cuestión. El Estado Oriental del Uruguay reconoce la pertenencia de las Misiones Orientales al Imperio del Brasil. De tal modo, la vieja área misionera quedará descoyuntada entre Paraguay, Argentina, Brasil y el Uruguay, que quedó con los aledaños de las grandes vaquerías que alcanzaban hasta el Río Negro.
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